Donald Trump, un guerrero tras la máscara de pacificador

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The biggest deal ever made (El mayor acuerdo jamás alcanzado). Con esas palabras anunció Donald Trump, en la noche del miércoles 8 de octubre, la primera fase del acuerdo de alto el fuego alcanzado entre Israel y Hamás. Para la ocasión, eligió Fox News y al periodista Sean Hannity, ahora su confidente favorito.El ex promotor inmobiliario, que se jactaba en un libro que se hizo famoso de ser un maestro en el arte de la negociación, puede por fin reivindicar un avance tangible en este asunto que afirmaba poder resolver nada más llegar a la Casa Blanca. Sin embargo, han sido necesarios ocho meses, y conviene ser especialmente prudentes, ya que los obstáculos siguen siendo numerosos.El miércoles por la noche, con Sean Hannity, Trump no volvió a mencionar su obsesión: obtener el Premio Nobel de la Paz, al igual que Barack Obama en 2009, su predecesor al que aborrece y cuarto presidente de los Estados Unidos en recibirlo, después de Theodore Roosevelt (en 1906, por su papel en el fin de la guerra ruso-japonesa), Woodrow Wilson (en 1919, por su papel en la fundación de la Sociedad de Naciones) y Jimmy Carter (en 2002, “por sus décadas de incansables esfuerzos en la búsqueda de soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, la promoción de la democracia y los derechos humanos, y el fomento del desarrollo económico y social”).“Si me llamara Obama, habría recibido el Premio Nobel en diez segundos”, espetó en 2024. En su defecto, la cuenta de X de la Casa Blanca se encargó de hacerlo por él. Publicó una foto de Trump con el eslogan The Peace President (El presidente de la paz). El anuncio de este acuerdo se produjo justo antes de que el comité noruego revelara el viernes 10 de octubre el nombre del acreedor del prestigioso galardón [finalmente concedido a la dirigente opositora venezolana María Corina Machado].Pero el presidente de los Estados Unidos no es un hombre de paz. Si bien ha invertido tiempo y energía en las negociaciones, también ha socavado las esperanzas de una paz duradera en innumerables lugares del mundo al legitimar las agresiones armadas, normalizar las relaciones con criminales de guerra y defender la idea de que las grandes potencias tienen derecho a atacar a los países vecinos para asegurarse una “esfera de influencia” o el acceso a territorios estratégicos, cuando no era él mismo quien iniciaba guerras, como en Irán o en su propio país.Las pretensiones de hombre de paz del 47º presidente de Estados Unidos no deben hacer olvidar, en primer lugar, todas las guerras que ha iniciado fuera de sus fronteras.En junio, Donald Trump involucró a su país en una operación militar sin precedentes contra Irán, lanzando catorce bombas de 13 toneladas sobre instalaciones relacionadas con el programa nuclear iraní. El pretexto esgrimido, hacer del mundo un lugar más seguro impidiendo que Irán se dote de armas nucleares, no duró mucho: para Irán solo supone, sin duda, el retraso de unos años en su carrera por conseguir la bomba. Lo que ha quedado claro es que las vías de negociación con Teherán explotaron al mismo tiempo que las bombas americanas.Frente a las costas de Venezuela, los militares estadounidenses llevan a cabo bombardeos ilegales contra embarcaciones civiles. En los propios Estados Unidos, el ejército se instrumentaliza al servicio de una campaña de represión contra la oposición o los migrantes, ya sea en California o, más recientemente, en Chicago.El departamento de Defensa de Estados Unidos pasó a llamarse a principios de septiembre departamento de Guerra. Y el secretario de Defensa, Pete Hegseth, quiere “acabar con las reglas de enfrentamiento políticamente correctas”, es decir, con el derecho internacional humanitario, y sus obsesiones declaradas son la “máxima letalidad” y el retorno del “ethos guerrero”.Hegseth lo repitió a principios de octubre, ante los ochocientos oficiales de más alto rango del ejército estadounidense, junto a un Donald Trump que pisotea el multilateralismo y está decidido a librar una “guerra interna” contra las ciudades “gobernadas por los demócratas de la izquierda radical”.Estados Unidos ha tomado decididamente una “dirección no pacífica”, observa Nina Græger, directora del laboratorio de ideas Prio (Instituto de Investigación para la Paz de Oslo), citada por la BBC. Estamos muy lejos de los criterios establecidos por Alfred Nobel en su testamento de 1895: que el premio se otorgue a quien más haya hecho por la fraternidad entre las naciones, por la abolición o la reducción de los ejércitos permanentes, o por la celebración o la promoción de congresos de paz.El presidente americano se jacta cada poco, incluso recientemente ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, de haber “puesto fin a siete guerras interminables”, que “se libraban con miles de muertos”.Un resultado obtenido, evidentemente, sin invertir excesivamente en esos asuntos: Donald Trump suele ser incapaz de enumerar esos conflictos sin cometer errores en los nombres de los países implicados (así, ha afirmado en varias ocasiones haber puesto fin a una guerra imaginaria entre “Albania y Azerbaiyán”, en lugar de Armenia).Esos siete conflictos “resueltos” incluyen en realidad ceses de hostilidades muy frágiles, como en Cachemira, en el conflicto entre la India y Pakistán; guerras en las que Washington ha sido más participante que mediador, como en Irán y Oriente Medio; y “acciones que tienen más que ver con la autopromoción que con la diplomacia”, por retomar la observación de la investigadora noruega Siri Aas Rustad, del Prio.Si bien la paz entre Armenia y Azerbaiyán parece haber sido favorecida por la mediación del inquilino de la Casa Blanca, se asemeja más a un acuerdo comercial que, en última instancia, beneficia a Estados Unidos que a una misión desinteresada. El recurso a presiones comerciales y amenazas de sanciones debilita aún más estos acuerdos.En cuanto al “acuerdo de paz” firmado entre Ruanda y la República Democrática del Congo (RDC) en junio para poner fin a la guerra en el Este de la República Democrática del Congo (RDC), la situación sobre el terreno no ha cambiado prácticamente nada. Las fuerzas armadas congoleñas siguen enfrentándose al M23, un grupo armado apoyado por Kigali.Allí, como en otros lugares, los esfuerzos diplomáticos de Estados Unidos se revelan como lo que son: un vago intento de resolver conflictos complejos, acompañado de un marcado interés por obtener determinados mercados y materias primas. El acuerdo sobre la RDC incluye así un componente económico que permite a Estados Unidos acceder al cobre, el cobalto y el coltán congoleños.Una estrategia ya probada en otros lugares: Donald Trump no se dignó a interesarse por la suerte de Ucrania hasta después de haber firmado, también en este caso, un documento sobre la explotación de sus recursos mineros y tierras raras.Si Donald Trump no es un hombre de paz, es también porque su diplomacia consiste en intentar “resolver” problemas que él mismo ha agravado considerablemente. Hoy quiere atribuirse el mérito de un “acuerdo” para poner fin a la campaña genocida de Israel en Gaza. Pero podría haberla detenido de una manera mucho más sencilla, en febrero, abandonando a Benjamín Netanyahu y dejando de suministrarle armas.Un estudio universitario reciente estima que, en los dos años transcurridos desde los ataques del 7 de octubre, “el Gobierno estadounidense ha gastado 21.700 millones de dólares en ayuda militar a Israel”, cifra que no incluye “los miles de millones de dólares de acuerdos de venta de armas” firmados para los próximos años.Aunque se jacta de haber iniciado conversaciones sobre un alto el fuego en Ucrania, Donald Trump también las ha saboteado en gran medida. Incluso antes de que comenzaran oficialmente, torpedeó la posición de Kiev al mostrar su simpatía por Vladimir Putin, al validar a priori algunas de sus reivindicaciones (como la negativa a la adhesión de Ucrania a la OTAN) y al suspender brevemente su ayuda militar a Kiev, privando así a Ucrania de medios cruciales para defenderse.Al igual que con Israel, se negó a utilizar muchas de las herramientas de las que disponía para obligar a Moscú a detener o al menos frenar su agresión, como nuevas sanciones o el aislamiento en la escena diplomática. Mientras arremetía contra los aliados históricos de su país en guerras comerciales despiadadas, se cuidaba de no afectar a la Rusia de Putin, eximiéndola de aranceles adicionales.La contribución de Trump a la paz en Ucrania ha consistido, hasta ahora, en legitimar la agresión lanzada hace tres años y medio por Rusia contra su vecino. Al ver que no consigue convencer a Ucrania de que capitule, ahora parece querer abandonar el asunto.Hay que añadir todas las guerras a las que Trump ha contribuido indirectamente. Al amenazar con anexionar el canal de Panamá y Groenlandia, el presidente americano no solo ha dibujado los contornos de un nuevo imperialismo. También ha enviado una señal a todos los líderes mundiales con veleidades expansionistas: siempre que no se opongan frontalmente a los intereses económicos de Estados Unidos, sus aventuras criminales ya no serán sancionadas.Por definición, es difícil medir los efectos concretos de ese mensaje, pero también es difícil creer que no haya influido en varias decisiones recientes de entrar en guerra o reanudar las hostilidades. Al preguntarse por las razones que motivaron las grandes ofensivas del M23 a principios de 2025, muchos investigadores especializados en las guerras del Este del Congo mencionaron el “factor Trump”: la casi certeza, por parte de las autoridades ruandesas, de que su socio americano no haría nada concreto para impedir esa incursión asesina.Este fuerte retorno de la retórica imperialista en Estados Unidos sin duda seguirá teniendo repercusiones. El discurso trumpista sobre el derecho de los más fuertes a modelar las fronteras ha encontrado un cierto eco en otro país africano, Etiopía, donde se promueve activamente por el Estado la idea de beneficiarse de un acceso al mar y que ahora es ampliamente aceptada.Sin ese acceso, Etiopía está condenada a ser una “prisionera geopolítica”, justifica el primer ministro, Abiy Ahmed, sin detenerse en los otros cuarenta y tres países que se encuentran en la misma situación. Y sin explicar cómo podría obtener ese acceso sin recurrir a las armas contra la vecina Eritrea.Sin duda, eso no es motivo de gran preocupación para Washington: si diera el paso y empujara a su país a una nueva guerra, Trump vería sin duda una oportunidad de oro para ofrecer sus servicios como mediador. Traducción de Miguel López