MADRID.- Hay tardes que trascienden el toreo. Momentos en los que el arte se hace carne, la historia se detiene y la emoción se adueña del alma. La de este domingo, 12 de octubre, Día de la Hispanidad, en la Monumental de Las Ventas, ha sido una de esas fechas que quedarán grabadas para siempre en la memoria colectiva del toreo. Morante de la Puebla, genio irrepetible, abrió la Puerta Grande y, con el mismo temple con el que siempre ha toreado, cortó su coleta en el centro del ruedo madrileño. Se marchó como solo los elegidos saben hacerlo: en plenitud, dejando un vacío imposible de llenar.TE PUEDE INTERESAR: Paliza de Colombia tomó en ‘curva’ al Tri, aunque prefieren rivales duros a juegos ‘moleros’La tarde del adiósEl destino tenía escrita la escena con trazos de leyenda. Morante, que venía de otra Puerta Grande, se jugaba su último acto con el arte como único argumento. El cuarto toro de Garcigrande le puso a prueba con dureza: una fea caída hizo temer lo peor, pero el sevillano se levantó y, desde ese instante, toreó como si el tiempo no existiera. Surgió entonces el milagro de la muleta: la pureza del temple, las muñecas rotas, el cuerpo acompasado, la verdad del sentimiento.Tres series al natural bastaron para incendiar Madrid. No hacía falta más. La plaza rugió entregada, sabedora de estar viviendo el ocaso de un dios del toreo. La estocada, perfecta, fue el broche de oro. Dos orejas, una Puerta Grande, y un silencio solemne cuando el maestro, sereno, dejó caer la coleta sobre la arena.Un torero de épocaMorante no ha sido un torero más. Ha sido la reencarnación moderna de la inspiración, la fragilidad y la belleza. Su concepto, tan clásico como imprevisible, convirtió cada tarde en un poema, cada muletazo en una oración. Donde otros vieron técnica, él puso alma. Donde el público pedía emoción, él regaló arte.Su carrera ha sido un viaje de luces y sombras, de genialidades incomprendidas y de tardes inmortales. Pero siempre fue fiel a su manera de sentir el toreo: sin concesiones, sin miedo al fracaso, sin renunciar a la belleza. Por eso hoy, cuando Madrid lo despidió de pie, no solo se despedía un torero: se despedía una forma de entender la tauromaquia.El eco de la eternidadFernando Robleño y Sergio Rodríguez completaron una tarde cargada de emociones. Robleño se marchó también con honra, respetado por una plaza que sabe reconocer la entrega y la humildad. Pero el centro del universo taurino giraba alrededor de Morante. Porque hay gestos que no mueren con el tiempo, sino que lo engrandecen.Hoy el toreo se queda huérfano, pero la historia gana un capítulo eterno. Morante de la Puebla no se ha ido: se ha quedado en cada pase natural, en cada plaza que rugió con su arte, en cada corazón que entendió que torear no es dominar, sino crear belleza.EpílogoSe apagan los clarines y timbales, pero su eco resuena en el alma del aficionado. Morante de la Puebla ha cerrado su obra como los grandes maestros: con el misterio intacto, con el arte convertido en legado. Madrid fue testigo y altar. Porque hay hombres que no se despiden: simplemente se hacen eternos. Morante se fue del ruedo, pero el toreo, desde hoy, lleva su nombre grabado en el alma.Fotos: Plaza 1 Alfredo ArévaloThe post Morante de la Puebla: la última puerta de un genio first appeared on Ovaciones.