La vida está llena de contrastes que se escriben (o pintan) en paleta de grises. En el alocado mundo de la televisión, donde se construyen castillos de fama con pasmosa facilidad, hemos tenido la oportunidad de conocer a un personaje insólito: Custodio Pérez. Custodio era, hasta hace una semana, un autor anónimo de entre los muchos que pueblan los estantes inferiores y las listas más postreras de Amazon. Un escritor cuyo único botín era el placer solitario de ver su obra terminada. Porque, aunque no lo crean, la escritura es un oficio tremendamente ingrato. La soledad del escritor genera un ecosistema donde el aislamiento abraza las pasiones más oscuras con el incierto propósito de que una fe (justificadamente ciega), construya la utopía de llegar a un discreto centenar de lectores.Quizá por ello, la entrada de Custodio al plató de La Revuelta fue la escenificación conmovedora del triunfo de la sencillez y la consecución de un sueño que se antojaba inalcanzable. El granadino apareció con los ojos arrasados en lágrimas, una emoción que no pudo ocultar ante el subidón de adrenalina y el clamor de un público entregado. Esas lágrimas representaban el hito de un desconocido que se había ofrecido acudir al programa si fallaba el invitado estrella. Su imagen, la de un escritor que cruza el mapa en su utilitario para cumplir con una promesa tácita, representa que a veces, los sueños, por inalcanzable que parezcan, encuentran la senda de la victoria de forma espontánea.El efecto instantáneo ha sido brutal. Horas después de su meteórica aparición en televisión, su obra ha experimentado un fulgurante repunte de ventas. Miles de desconocidos, que en sus fueros internos comparten mucho de Custodio, han decidido dar una oportunidad a este autor. El show business saca por tanto su cara más amable, permitiendo a un anónimo saborear las mieles del triunfo.En un mundo saturado por el marketing, el gran público se ha aferrado a esta figura porque dignifica la autenticidad. Es la encarnación del underdog (el perdedor, el pardillo de turno), al que a suerte, por fin, le sonríe. Es la historia de la cenicienta urbana. Hay que reconocerle el mérito a David Broncano y a su equipo, que han sabido tocar esa fibra con maestría, abriendo una ventana hacia al exterior, enarbolando una bandera de causa justa.Pero esta fiesta del “sueño cumplido” enmascara la realidad de la agreste industria editorial.Detrás de Custodio hay una legión de autores y autoras lidiando con el anonimato más absoluto. Gente que compagina su exiguo tiempo libre delante de un teclado, bebiéndose las horas a sorbos con la vana ilusión de no echar todo ese esfuerzo en saco roto.La realidad es injusta y la ecuación es bastante simple: el talento es solo la mitad (a veces, menos). De la otra parte, ya se encarga el ruido.Por eso, es tan compatible celebrar el éxito de Custodio Pérez como poner en valor a todos aquellos que luchan sin herramientas ni pluses. Al final, la valía de un autor no se mide por lo meritorio de su prosa, sino por la resonancia de los trendig topics.El bueno de Custodio nos ha recordado que el éxito, además de efímero, también es caprichoso. Dentro de ese escenario, conviene creer que aún queda público hambriento de narrativas genuinas. Ahora bien, ¿qué sería de todos aquellos autores con un mínimo margen de oportunidad? El sueño de los despiertos es la historia de Custodio Pérez y de otros tantos que aguardan esa chispa de suerte.Son ellos, los autores minoritarios, los que mantienen viva la llama de la creación más pura, esa que se rebela contra la tiranía del algoritmo y que encuentra su única recompensa en el noble acto de la escritura. Es su resistencia silenciosa, y no el alboroto mediático, lo que enriquece el alma de la literatura.Gracias por la lectura.