No habría alcanzado La Strada su categoría de obra de arte si Fellini no hubiera contado con Giulietta Masina para su Gelsomina, ni Annie Hall sería el personaje icónico que es sin la interpretación de Diane Keaton. Tuvo Woody Allen el indudable talento, deudor de algunas enseñanzas del maestro italiano, de elegir a la actriz exacta para encarnar a aquella mujer urbana poseedora de un estilo de estudiada negligencia que renovó el sentido de la palabra sexy, librándola del tópico corsé de lo curvilíneo para representar a una chica que, sin intimidar, estaba llena de gracia. Decía Meryl Streep, cuando le entregó el premio a la carrera en el American Film Institute, que siendo Diane Keaton la persona más oculta por la ropa de la historia de la moda era al mismo tiempo una mujer transparente: “No existe actriz más expuesta, menos a la defensiva y más dispuesta siempre a ser quien es desde dentro hacia afuera que Diane”.Seguir leyendo