"Posiblemente, de todos nuestros sentimientos, el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza.La esperanza pertenece a la vida, a la misma vida defendiéndose”Julio Cortázar — De su novela Rayuela (1963)En algunas ocasiones, las palabras corretean alborotadas calle abajo buscando el riachuelo cercano para olfatear la corriente que las desinfecte y las tonifique de nuevo. De cuando en cuando, trepan árboles enhiestos y frondosos para mecerse en sus hojas tapizadas de otoños ocres o ascienden acicaladas de primaveras exultantes para, de esta manera, hacerse siempre presentes.Otras veces, las palabras revolotean sobre las aguas marinas que acogen el sol de una tarde ya en retirada o sobre las aguas doradas que anuncian un nuevo despertar.Aletean a nuestro alrededor y planean sobre nuestras cabezas a la espera de nuestra complacencia y ser, así, atravesadas hasta esos rincones interiores que permanecen con la luz tenue o apagados.Es, en esos momentos, cuando las palabras se aproximan, se funden entre sí o se juntan hasta formar una compacta enredadera dispuesta a escalar muros invencibles hasta encumbrarse en forma de pensamientos determinados y potentes, capaces de interrogarnos, de unirnos y de hacernos mirar de frente, desafiantes y comprometidos.¡Las palabras!…También las palabras tienen otros recorridos distintos cuando llega un tiempo confuso y tibio como el que vivimos, y aparecen las penumbras que las van oscureciendo y desdibujando a su alrededor.Una de las llamadas siete fases de Orwell hacia el totalitarismo —la segunda— es “empobrecer la lengua”.Se usan, con ese fin, para cambiar mentalidades o para recordarnos los límites que debe tener lo políticamente correcto. Se crean, asimismo, palabras y expresiones guía, dándoles un protagonismo especial en los medios de comunicación en general.Igualmente, se utilizan para camuflar la realidad ocultando sus aspectos más desagradables o rechazables a través de los llamados eufemismos. El cambio de nombre es esencial para hacernos creer que se trata de un nuevo producto o de una nueva realidad.Las palabras, en todo caso, nunca son neutras. Y mucho menos en momentos de nubarrones amenazantes en que llegan a ser, como ahora, una potentísima herramienta —aunque parezcan invisibles— del combate ideológico.En mi artículo anterior, “Zona de Interés... Globalizada”, de fecha 14 de agosto pasado, me referí a la aparición de un nuevo lenguaje que, sigilosamente, nos va conduciendo a un nuevo pensamiento y a que neguemos o normalicemos atrocidades inimaginables, si no fuese por su retransmisión, como estamos viendo diariamente sobre el GENOCIDIO impune de Gaza.Los eufemismos están resultando esenciales para que, con un simple cambio de palabras, podamos referirnos, sin el menor problema, a viejos conceptos de siempre, pero de forma digerible y asumible.Esta distorsión pura y dura de la realidad nos está conduciendo, paulatinamente, a que no sepamos, en un momento dado, ni de qué estamos hablando, logrando que el diálogo o debate que se establezca sobre cualquier tema vaya haciéndose cada vez más complicado. Es difícil observar, por ejemplo, el mapa aéreo de zonas de Gaza y que el debate, a continuación, sea cómo y de qué manera se conseguirá un Estado palestino. Yo diría que, ante esta disyuntiva, son dos cuestiones difíciles de ensamblar. En estos momentos de escombros y de muertes no alcanzo a imaginarme la creación de un Estado palestino en las condiciones presentes. Las variantes que se produzcan en los próximos meses y años irán marcando un camino que, al día de hoy, es imprevisible, y máxime con una coyuntura internacional desconocida.Abandonar la mirada firme y no entrar en ninguna polémica, al considerarla, a priori, inútil, nos va adentrando en una sociedad que va claudicando y cediendo sus derechos, con todo el peligro que eso supone. Derechos, por cierto, nunca regalados. Nunca.En este proceso, las palabras y el lenguaje se van moldeando desde intereses determinados, con objeto de cambiar las ideas y, por ende, el pensamiento, sin olvidar —y bien que lo saben— que las palabras, como he dicho anteriormente, no son neutras y ejercen su misión.Somos un país en el que, para salir de la última dictadura, se aplicaron desde el principio una serie de eufemismos, tomando la determinación, igualmente, de restarles importancia —aparentemente— a muchísimas palabras. Todo ello formaba parte de una manipulación encubierta y orquestada en toda regla.Se decía entonces, y se continúa diciendo cincuenta años después, la frase coloquial: “¡Qué más da una palabra que otra!”. Qué fácil resultó también no nombrar durante muchos años la palabra dictador en telediarios y otros medios, y cambiarla, cuando había una necesidad informativa, por la expresión “el anterior Jefe de Estado”. De este modo se hacía referencia a Franco sin tener que nombrar las palabras dictadura, dictador e incluso la palabra Franco. El objetivo fue el borrado de esos términos para así olvidarlos y, posteriormente, eliminarlos de la memoria colectiva.Igual de fáciles e invisibles resultaron tantas y tantas cosas. Se igualaron, por ejemplo, los conceptos Monarquía y República porque así se evitaban comparaciones nada deseables. Y es que, salvo pequeños detalles diferenciadores, se decía y se sigue diciendo que Monarquía y República son lo mismo, e incluso que la Monarquía resulta más barata.Ya lo predijo Antonio Machín en su canción Corazón loco (“...Cómo se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco...”): monárquico de mente y republicano de corazón. Las dos cosas a la vez. ¿Por qué no? Y resultó la cosa. Emulando a Luigi Pirandello, habría que añadir: unos partidos de izquierda en busca de autor. Y así seguimos afirmando, incluso, que el debate Monarquía-República es agua pasada y ya no le interesa a nadie.Como vemos, basta con un simple vaciado de palabras y de su significado, manteniéndolas de forma constante a lo largo de décadas. Lo que ocurre es que ahora, más que nunca, no deberíamos olvidar que la cultura, la palabra y la razón son instrumentos imprescindibles para poder enfrentarse al fascismo que asoma y empieza a galopar con fuerza. Y no, no parece que vayamos por ese camino. Al menos, no se vislumbra, a no ser que nos aferremos a esa esperanza que nos definía Cortázar en su novela Rayuela.El objetivo, repito, es no saber de qué hablamos aunque usemos, incluso, la misma palabra; el objetivo es que llegue ese momento —que va llegando— de no poder distinguir la verdad de la mentira; es lograr que todo sea relativo, posible o imposible; es que la tergiversación se haga presente a través de los bulos y las mentiras; es vaciar las palabras de sus significados; es no mimarlas para que no sean limpias, ni se tonifiquen, ni se desinfecten, ni nos despierten, ni nos iluminen rincones interiores, ni formen fuertes enredaderas, ni consigan comprometernos… ni sirvan para desafiar este presente.Para referirnos al GENOCIDIO DE GAZA se han mencionado, a lo largo de estos dos años, otras palabras y expresiones como: guerra contra el terrorismo, masacre, matanza, barbarie, derecho a defenderse…Con estas y otras expresiones y palabras nos seguimos refiriendo a Gaza, fundamentalmente a través de los lenguajes político y mediático. Lugares, ambos, donde las palabras fluctúan, en no pocas ocasiones, a precio de mercado, nunca mejor dicho.Todavía hay una discusión viva sobre la palabra genocidio y su significado, para no mirar con decisión y de frente el GENOCIDIO que se está llevando a cabo. No resulta creíble que en instancias superiores siga sin tenerse claro después de casi ochenta años. Tan solo tomando la palabra, y con una respuesta civil organizada y contundente como la que se está produciendo, se forzará, más temprano que tarde, a los lenguajes político y mediático a despojarse del lastre y la tibieza, y se pongan al mando, a nivel europeo y nacional, frenando en seco el GENOCIDIO que sigue produciéndose. Al menos hasta el día de hoy, 9 de octubre.Aporto en este artículo unas anotaciones y reflexiones sobre el concepto genocidio recogidas durante la lectura del libro Calle Este-Oeste de Philippe Sands (Ed. Anagrama, 2016; cuarta edición, 2020), profesor de Derecho Internacional y abogado en Londres. Ha intervenido en la Corte Penal Internacional en los casos de Pinochet, guerra de Yugoslavia, genocidio de Ruanda, invasión de Irak...Destaco a dos de los cuatro personajes protagonistas de este libro excepcional de Sands:Hersch Lauterpacht, catedrático de Derecho Internacional, nacido en la actual Ucrania en agosto de 1897 y fallecido en Reino Unido en 1960, y Rafael Lemkin, fiscal y abogado nacido en Bielorrusia en 1900 y fallecido en Nueva York en 1959. Los dos juristas, de procedencia judía, participaron en el Proceso de Núremberg, en los equipos de juristas británico y americano, respectivamente.Lauter fue el primero que introdujo en el juicio el concepto de “Crímenes contra la humanidad”: cuatro palabras para describir la matanza de cuatro millones de judíos y polacos en territorio polaco. Llegaría a ser reconocido como la mente jurídica internacional más preclara del siglo XX y como uno de los padres del movimiento pro derechos humanos. Se centraba en los crímenes contra la humanidad (protección de individuos).Lemkin encontró, durante el estudio de la abultada documentación previa para el juicio, una pauta de comportamiento a la que dio un nombre a fin de describir el delito con el que se podían dictaminar acusaciones. Lo llamó genocidio, término surgido a través del sustantivo griego genus (raza, pueblo) y del sufijo latino cidio (de caedere, matar). Le preocupaba más la protección de los grupos. El genocidio iba más allá de la eliminación física en masa: consistía, más bien, en una multiplicidad de acciones destinadas a destruir las bases de la supervivencia de un grupo como tal. Era el término genocidio el que definía claramente el asesinato de muchos con la intención de destruir al grupo del que formaban parte. Sin embargo, para Lauter, el asesinato de individuos, si se enmarcaba en un plan sistemático, sería un crimen contra la humanidad.La sentencia de Núremberg había hinchado las velas de un potente movimiento pro derechos humanos, por entonces en germen. Se abrió la posibilidad de que los líderes de un país pudieran ser juzgados por un Tribunal Internacional, algo que nunca había ocurrido antes.En el verano de 1988 se creó la Corte Penal Internacional.El término genocidio fue emergiendo como el crimen de crímenes.Aunque en abril de 1946 Lemkin publicó un artículo que tuvo gran repercusión, y a pesar de que el término genocidio fue utilizado en las acusaciones del juicio de Núremberg, los jueces no lo utilizaron en la sentencia que condenó a los dirigentes nazis por el delito de crímenes contra la humanidad. El juicio terminó el martes 1 de octubre de 1946.Sin embargo, a finales de dicho año, la Asamblea General de la ONU (organismo creado oficialmente en octubre de 1945) aprobó una resolución en la que el término genocidio aparece por primera vez en un documento internacional. Dicha resolución definía genocidio como una denegación del derecho a la vida de los grupos humanos.No hay dudas de que la palabra genocidio ya tuvo su debate a cargo de destacados profesionales de la justicia hace ochenta años. Las acusaciones por este delito fueron utilizadas en varias ocasiones a lo largo de estas décadas.La peor matanza en suelo europeo (1992-1995) desde la Segunda Guerra Mundial, y calificada como genocidio, fue la cometida por fuerzas serbobosnias en la ciudad de Srebrenica, con el asesinato de 8.373 musulmanes bosnios, y conocida como el GENOCIDIO de Bosnia.Es tal la importancia de las palabras que, tantísimas décadas después, este término sigue siendo objeto de controversia.Cuando, en otro momento del artículo, he dicho que el objetivo es llegar a no saber de qué hablamos aunque usemos, incluso, las mismas palabras, hablamos —en este caso— de Gaza y hablamos de genocidio. Pero en estas últimas horas se ha dado un giro radical, empezando a hablar de plan de paz y alto el fuego, sin entender muy bien qué es lo que está pasando.Una vez más logran que salgamos de una realidad que ha venido definida por las palabras Gaza, guerra, genocidio, Estado palestino... hasta hace dos días, y nos vemos un poco, o un mucho, perdidos o confusos. Se vacían las palabras Gaza, guerra, genocidio... y se llenan inmediatamente de otro contenido que nada tiene que ver con el primero, aunque parezca que seguimos hablando de lo mismo.Quiero decir que salirnos de la realidad implica perderse. No saber, una vez más, de qué se está hablando. ¿Perderse de las palabras genocidio y Estado palestino? ¿Perderse del proceso que debería empezar ahora? ¿Quiénes, cómo, cuándo, en qué plazos...?Ante la ambigüedad, la debilidad de gobiernos e instituciones, la tibieza, la pérdida de identidades, los miedos que inundan los medios... nos queda una esperanza alejada de un optimismo paralizante y que esté basada en palabras no domesticadas, en un compromiso y trasfondo ético, y en la defensa de unos principios y coherencia indispensables.¿Qué fue del debate? ¿Qué de la ley? ¿Qué de los derechos?¿Qué del humanismo? ¿Qué de la legislación internacional?...