En el desierto de Kubuqi, una megacentral fotovoltaica construida para producir energía limpia desencadenó un fenómeno inesperado: bajo los paneles, la sombra redujo el calor extremo, retuvo humedad y transformó la arena estéril en un suelo capaz de sostener plantas, microorganismos y raíces profundas. Un accidente ecológico que ahora otros países buscan replicar.