Zambombas sí, pero no así: Jerez merece un modelo que cuide a su gente y a su patrimonio

Wait 5 sec.

Cada Navidad, Jerez se llena de un compás único. Las Zambombas forman parte de nuestra memoria colectiva: son esa mezcla de calle, compás, fogatas, letras tradicionales que nos unen en familia, en grupos de amigos y amigas durante el mes de diciembre. Cuando en 2015 se declaró la Zambomba de Jerez como Bien de Interés Cultural, muchas sentimos orgullo. Era un reconocimiento merecido, pero también una advertencia. Porque aquel expediente ya señalaba algo que hoy es imposible ignorar: la progresiva mercantilización de la fiesta, la presión del turismo y la pérdida de identidad que todo ello podía acarrear. Diez años después, esa advertencia ha dejado de ser teoría. Es una realidad que vivimos desde mediados de noviembre hasta finales de diciembre. [articles:347557] No podemos pedirle al tiempo que se detenga. Ya no compartimos patios de vecinas ni corrales donde cada cual aportaba anís, pestiños o una copla heredada. Las casas de vecinos ya no existen, y las hogueras en los patios forman parte del recuerdo. Pero lo que sí podemos —y debemos— exigir es que el cambio no destruya la esencia. Antes, la Zambomba era participación, cercanía, comunidad. Cualquiera podía arrancarse a cantar, aunque lo hiciera regular. Porque esto iba de sumar, ni de competir. Hoy, esa esencia se ha desdibujado. Las Zambombas se han convertido en recitales profesionales donde, si no tienes compás o duende, más vale que te quedes callada. Se han transformado en espectáculos masificados donde muchas veces es imposible siquiera acercarse a la música. Y esa transformación no ha nacido de la ciudadanía, sino de intereses económicos que han encontrado un filón en algo que es de todas. Y mientras tanto, aquello que el BIC pretendía proteger —nuestro patrimonio inmaterial, nuestra identidad colectiva— se debilita. Es importante escuchar a quienes sostienen Jerez. Los hosteleros llevan tiempo advirtiéndolo. No es justo que negocios que cumplen la normativa todo el año compitan con eventos "sin ánimo de lucro" que, en la práctica, funcionan como macroterraza temporal, con menos controles y más ocupación de espacio público. Tampoco es justo que sean los vecinos quienes paguen con su descanso y el deterioro de su barrio el coste de un modelo mal regulado. Y también es legítimo que la asociación del Centro Histórico recuerde algo básico: un barrio no está vivo por la cantidad de gente que pasa, sino por la cantidad de gente que puede permitirse vivir en él. La Zambomba no nació para ser un espectáculo turístico, convertirla en una masa sin control no solo molesta: desvirtúa el propio patrimonio que decimos defender. [articles:347552] No se trata de prohibir, sino de ordenar y seguir proponiendo medidas viables como: - Las Zambombas son fiestas de Navidad, y por eso tiene sentido celebrarlas en diciembre; si las adelantamos a noviembre, la presión sobre la movilidad, los servicios públicos y la vida cotidiana de la ciudad se vuelve insostenible. - Tasa específica por ocupación del espacio público: que quien instale barras, veladores o estructuras de notable impacto pague una tasa adecuada, transparente y finalista. Lo recaudado puede destinarse a limpieza extra, seguridad, baños públicos y mantenimiento del centro. Es de sentido común. - Autorizaciones limitadas y condicionadas: el Ayuntamiento debe definir cuántas barras se permiten, dónde y en qué condiciones. Y las autorizaciones deben vincularse al cumplimiento estricto de aforos, accesibilidad y horarios. - Espacios diferenciados para grandes eventos: las Zambombas masivas pueden y deben existir, pero en lugares preparados para ello, no en calles estrechas donde se colapsa la gente y la seguridad no está asegurada. Que no nos arrebaten lo que es nuestro, la Zambomba de Jerez que nació del pueblo para el pueblo, está en riesgo de convertirse en algo que no nos representa. Pero todavía estamos a tiempo. Si ponemos límites, si pensamos más en la gente que vive aquí que en las cifras de consumo, podremos conservar lo más valioso: una tradición que nos une, que nos emociona y que nos recuerda quiénes somos.