El presidente francés, Emmanuel Macron, anunció el pasado enero un plan llamado a provocar el “renacimiento” del museo del Louvre. El jefe del Estado, imbuido de la solemnidad de un mandatario que liga su suerte a la de la pinacoteca más importante del mundo, prometió una gran reforma para poner fin a la decadencia del museo, cuya infraestructura, organización y mantenimiento hacían agua. Literalmente. Un año después, el caos en el que se ha sumido el Louvre era inimaginable en ese momento. Tras el espectacular robo de las joyas de la corona en octubre y una fuga de agua que causó importantes daños en una galería con documentación sobre el periodo egipcio, la pinacoteca se encamina hacia una huelga a partir del próximo 15 de diciembre, a pocos días de las fiestas de Navidad. Seguir leyendo