Aznar: en todas partes y al mismo tiempo

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Todo en todas partes y al mismo tiempo. El juicio al fiscal general del Estado transcurre en el Palacio de la Marquesa de Braganza mientras Carlos Mazón dirime su futuro más inmediato pendiente de una baja laboral por depresión. España está encerrada esta semana en la sala de un juzgado mientras el futuro del PP se resuelve en un diván.La querella contra Álvaro García Ortiz por revelación de secretos se sustancia por fin en la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Entre los magistrados que decidirán si el fiscal general del Estado es culpable o inocente se encuentra Manuel Marchena, el autor del procesamiento de todo el independentismo catalán, el hombre con mayor influencia entre los jueces de este país, el Napoleón del Poder Judicial que resolvió por la vía penal el mayor conflicto soberanista de la historia de la democracia. “El que pueda hacer, que haga”, dijo José María Aznar hace más de un año, y en esas está la magistratura de este país con Marchena a la cabeza. Hasta las cuatro de la tarde de este martes, pendientes de la declaración de Miguel Ángel Rodríguez, lo que hemos visto es una guerra entre jueces que hacen y fiscales que se defienden.Es difícil encontrar a dos sujetos tan antagónicos. Álvaro García Ortiz y Manuel Marchena dibujan dos arquetipos de la justicia en España, dos poéticas de nuestro país y de la división de poderes. A un lado, el hombre liberal, sin más arma que la ley, que puso en jaque al PP desde su época como fiscal en el caso Prestige. Al otro, el magistrado veterano, ubicuo y ladino que condenó a todo un procés e indicó dónde estaba el camino hacia Soto del Real. Como ya hemos señalado anteriormente, García Ortiz, caballero sin espada, no tiene la lámina gentil de James Stewart ni debe esperar un final a lo Capra, hasta que su caso llegue al Constitucional. Toda la degradación, erosión personal, desprestigio moral y profesional, chismes y mierda que ya se ha venido molturando sobre su persona y cargo, desde que Hurtado lo imputó, se ha acelerado en los media de la derecha desde esta semana, al tiempo que Marchena afila y perfila una sentencia que puede dar por finiquitada la figura del fiscal general hasta que sea nombrado y moldeado a su imagen y voluntad.Mientras la división de poderes juega su último pulso en el corazón de Madrid, en València Carlos Mazón ha decidido tomarse una baja por depresión después de la extraña dimisión de este lunes. Mazón dimitía antes de que la periodista que comió con el honorable President durante la tarde de la dana, Maribel Vilaplana, declarase ante la jueza de Catarroja, Nuria Ruiz de Tobarra, que Mazón se levantaba y atendía llamadas durante su comida en El Ventorro. La debilidad del PP se plasma en este último acto que no es cese ni dimisión sino todo lo contrario, o sea, la nada. La incapacidad del principal partido de la derecha para gestionar una crisis está a tres elecciones autonómicas de enterrarlo definitivamente.Lo que ha sucedido en Valencia no es otra cosa que el resquebrajamiento del Partido Popular. En otras crisis territoriales, el secretario general del partido ya habría instalado una gestora en la comunidad. Así sucedió en Asturias en 1998 cuando Cascos sacó al presidente asturiano Sergio Marqués a patadas del PP por un quítame allá esas pajas. “Prefiero un partido sin gobierno que un gobierno sin partido”, era el lema de Cascos porque la aznaridad siempre tuvo una conciencia más berroqueña de lo que era el verdadero poder que la que ha tenido, en cambio, la escuela de Romay Beccaría, ministro de Sanidad y padrino de Feijóo. Pero la dimisión de Mazón no se produce por la presión de Alberto Núñez Feijóo ni de la cúpula del partido, sino por la movilización social y la indignación general que los valencianos han padecido y expresado desde hace un año y que tuvo su punto final en el funeral de Estado de la semana pasada. La sociedad organizada todavía cuenta, decide y también revienta presidentes.“Haz lo que quieras pero no cargues 229 muertos a la espalda del PP”. Esa es la frase que ha trascendido del último encuentro de José María Aznar con Carlos Mazón. Su dimisión llega tarde y abre una vía de agua en el casco del partido que pudo haberse evitado hace muchos meses. El quietismo de Alberto Núñez Feijóo sólo ha servido para debilitar su liderazgo y el porvenir de su partido. Feijóo se encuentra, en estos momentos, políticamente enterrado. El PP sólo puede observar lo que hace Vox desde el espejo retrovisor. Feijóo ha llegado al lugar donde Aznar nunca quiso que estuviera el PP.Aznar sostiene en su último libro, Orden y libertad, que el PP no puede producir más frustración. El fundador del partido reclama estos días a su presidente que las siglas del centro derecha crezcan por la izquierda y por la derecha y, sobre todo, que sea capaz de canalizar todo el voto en una única candidatura. Sin embargo, tras la comparecencia de Mazón, Feijóo parecía suplicar a Abascal que facilitase la negociación de un presidente. La conclusión es sencilla: Feijóo está reventado.Conviene estar atentos, pues podemos ser testigos del primer sorpasso en la derecha y la primera gran crisis nacional del PP. De aquel partido centralista hoy sólo queda un vestigio donde cada barón autonómico es soberano de su propia muerte y vive su particular vía crucis. Curiosamente, parece que es Abascal quien sí ha entendido las palabras de Aznar. Crece a su izquierda mientras se deshace de sus fundadores. La última cabeza en caer ha sido la de Ortega Smith, que este lunes dejaba de ser el portavoz auxiliar de su grupo parlamentario en la Corte de los Leones. El PP ya no es soberano de su destino; en cambio todo indica que Vox es un partido con un largo porvenir.