Noviembre es un hermoso mes siempre que haga más frío en el sur porque con este calor todavía a veces de más de veinte grados las hojas no van a acordarse de que se tienen que caer. Un invierno por la noche estaba paseando por el pequeño pueblo sevillano de El Garrobo (despoblándose), cerca de la Sierra de Huelva, y vi una cigüeña en el campanario, pregunté en el bar y me dijeron que ya no se iba a su morada de invierno. Consumar el ApocalipsisCayó mucha agua hace unos quince días y este miércoles pasado los medios anunciaban casi el apocalipsis y los políticos y la AEMET estaban ahí encima nuestra para que ni nos mojáramos ni nos asustara un trueno o una granizada. La Dana de Valencia nos está haciendo un favor, no hay mal que por bien no venga, ahora, quienes pudieron salvar vidas, se la cogen con papel de fumar y entre danas y elecciones a medio plazo nos tienen muy mimados, escuchamos y leemos “el tiempo” y parece que de un momento a otro el cielo va a dar un enorme crujido y va a descender Dios en persona espiritual para proceder a consumar el Apocalipsis. [articles:345196]Al final, cuatro gotas y nada de truenos ni granizadas esta semana, el asunto me recordó a la película Bienvenido Míster Marshall pero al revés, tanto esperar a los americanos con alegría y pasaron de largo, aquí fue tanto temer el Apocalipsis y al final paseamos el paraguas cerrado. Mi duda es que si se hubiera tratado del Juicio Final y tuviéramos derecho a abogados defensores y fiscales -puesto que el juez será Él-, al margen del tiempo que pueda tardar el juicio -8.000 y pico de millones de habitantes más todos los sapiens desde hace más de 100.000 años- en España y quizás en el mundo todos los juristas estarían ocupados con los pleitos de marras: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Quizá se salve alguna tribu de ésas que ni conozcamos y me parece que tampoco porque el mito del buen salvaje hace ya tiempo que fue superado por las ciencias antropológica e histórica. Visitas al tanatorioPor mi edad, últimamente visito en demasía los tanatorios, enorme invento para ahorrarse que familiares, amigos y devotos te inunden la casa como en otros tiempos y para no enfrentar a los niños con la muerte, pobrecitos, mejor que crezcan en la inopia. Cuando yo era primero chico y después joven se decía del difunto aquello de que “allí nos espere mucho tiempo”. Eso ya no se oye, de hecho, en 1988, en un doctorado, elaboré una tesina sobre el tema de la religiosidad popular en Andalucía para lograr la suficiencia investigadora en Antropología Cultural y, cuando investigué los dichos populares, de éste que he mentado se decía que no se debía pronunciar porque el primero que lo dijera era el siguiente en irse al éter. [articles:344716]Cuando realmente descansamos del todo, empezando por el difunto, es cuando se le da sepultura a su cuerpo o a sus cenizas y nos vamos todos a recordarlo. Creo que fue Epicuro al que le leí hace ya la tira de tiempo que la muerte no es terrible para el que muere sino para el que sobrevive. No estoy de acuerdo, la muerte es una tragedia para el que muere, sobre todo para el que muere, si es que no quería morirse, que es lo más habitual; si quería morirse, la desgracia se la endosa a quienes lo querían. De todas formas, estoy seguro de que el ser humano vencerá a la muerte.Como la muerte suele ser un desaguisado, Heidegger nos habló de la necesidad de asumirla como señal de sabiduría mientras que Sartre trató de la nausea que nos produce su existencia, eso sin hablar del tanatos o instinto de muerte de Freud -que creo que tiene que ver mucho con el escape turístico y las movidas en general- y de cómo frente a la muerte y el pesimismo Nietzsche colocó al vital mundo dionisíaco por delante del onírico apolíneo que también nos conduce a la evasión. Y es que, como escribió Antonio Machado: “Un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio”. Sin embargo, se supone que hay que seguir viviendo y necesitamos una sonrisa y un recuerdo desenfadado del fallecido y hasta el humor negro. Yo estoy llorando mucho por los amigos del alma que he perdido en poco tiempo, lloro más por dentro que por fuera. Y debo buscar un motivo para sonreír ante la muerte. Y lo hallo porque entre el drama y la sonrisa sólo hay un paso. No es serio este cementerioAunque esté feo decirlo, no he vivido del todo mal algunos entierros. Cuando era pequeño y se me murió un primo político, así, de repente, mi familia se colocó en la sala mortuoria frente a los asistentes, en fila, en el cementerio, para que le dieran el pésame y yo mismo pasé por delante de todos ofreciéndoles mis pesares. Luego me dijeron que por qué hice eso si yo era familia también y no supe qué contestar, serían los nervios, la seriedad del golpe del ataúd que me impresionó, como dije que dijo Machado. La nula experiencia en tales lances. El caso es que cuando lo recuerdo sonrío y me imagino la escena. En otra ocasión, ya más talludito, se me murió un tío carnal y llegó un cura a rociar el ataúd de agua bendita con una botella de agua mineral Font Vella, no le quitó ni la etiqueta. Aquello me sorprendió y me probó que del llanto a la risa hay un suspiro, está uno tan apesadumbrado que la ley del péndulo funciona como un elemento de supervivencia. Cada vez que recuerdo al sacerdote tan en su papel con la botella de Font Vella no es que sonría es que me río. Espero que fuera agua bendita de verdad…[articles:344246]Viví también el entierro de un poeta de una célebre y conspicua institución literaria sevillana. No voy a decir su nombre por si alguien se me enfada ni doy más pistas. El caso es que un compañero de institución estaba ya ante la tumba recitando a toda voz un poema propio que iba leyendo en un folio. Tal vez se sintiera como Zorrilla ante la tumba de Larra. De pronto, se detuvo y, llorando, le dijo ostentosamente a otro colega que tenía al lado: “Sigue tú, yo no puedo”. El conmocionado autor de los versos se apartó unas tumbas más allá y se le veía llorando o, como se dice en periodismo, visiblemente emocionado. Mientras, el otro seguía leyendo el poema. En un instante, el afectado llorón gritó desde su sitio: “¡No! ¡Así no es!”. Por lo visto, el lector se habría equivocado leyendo y el autor, a pesar de su estado sumamente “hundido por la pena, casi bruno”, como escribió Miguel Hernández, iba siguiendo la lectura de su colega para que el texto se leyera como Dios manda, se lo sabría de memoria. Y es que el que no se quiere y se llora a sí mismo no puede hacerlo por sus semejantes. Don Juan Tenorio en San Luis de los Franceses, representada por la Compañía de Teatro Clásico de Sevilla. MAURI BUHIGASEn el último entierro donde me divertí bastante fue en el del amigo y escritor Rafael de Cózar, gran poeta visual, que murió intentando salvar de las llamas a sus libros en su casa de Bormujos (cerca de Sevilla), lugar en el que un parque lleva su nombre. Rafael -bastante olvidado hoy tras dedicársele la Feria del Libro de Sevilla de 2015 y algún homenaje más- tuvo un entierro digno de su carácter ácrata, genial e imaginativo. Un cura de Bormujos narró en la plática del sepelio sus anécdotas con él cuando trataban de la existencia de Dios y su buen amigo Arturo Pérez Reverte -que le puso su nombre a uno de los personajes de su Alatriste- siguió en el uso de la palabra al cura y ahí llegaron ya hasta carcajadas desde el muy numeroso público que abarrotaba la capilla. Andalucía necrófilaEn fin, el que no se consuela es porque no quiere. Mis queridos amigos que os acabáis de ir al éter, si os dejan y no es molestia, a ver si me decís si hay o no hay otro mundo después del actual. Para que sea mejor que éste no tiene que atesorar muchos méritos. Os echo de menos, en noviembre, y ya siempre, hasta que os imite. Si llego a Navidad no va ser lo mismo sin vosotros y mira que me gusta la Navidad, aunque los forofos de la Semana Santa ya estén matando al Niño en sus programas de radio y televisión sobre lo que llaman la Semana Mayor. Siempre ha sido Andalucía tierra necrófila que sobre todo se acuerda de su gente ilustre cuando ha muerto, entonces levantan monumentillos, monumentos, callejones, calles y avenidas. Ahí está Luis Cernuda, años llevan ya con su casa natal patas arriba, en Sevilla. A José María Pemán, un señor que era alcalde de Cádiz le quitó la placa recordatoria porque decía que era franquista cuando el franquismo también vigilaba sus textos tal y como le dijo Pemán en una carta manuscrita a don Emilio Lemos Ortega, último compañero de Blas Infante en morir (1991), carta que yo conservo: “el Séneca [pseudónimo con el que firmaba Pemán] no dice lo que quiere sino lo que puede”, escribió Pemán a Lemos ante la insistencia del andalucista para que se mojara más a favor de los necesitados, sobre todo de los jornaleros. Es noviembre, Gustavo Adolfo Bécquer nos recuerda aquello de “qué solos se quedan los muertos”. Por cierto, al propio Bécquer no le dimos su gloria hasta después de muerto, como es de sobra sabido. Y por supuesto lo mismo pasó con el mentado don Emilio Lemos Ortega o con mi buen amigo el grandísimo pintor Amalio García del Moral cuyas obras duermen el sueño de los justos ante la indiferencia de la Junta y de Cajasol que hablan y hablan de espacios pictóricos y no se les ocurre exhibir en las Atarazanas o en la exfábrica de Artillería las 365 Giraldas que el granadino Amalio pintó en uno de sus variados periodos artísticos. De la Andalucía necrófila ya hablábamos él y yo así que no le extrañará nada, al menos tiene en Sevilla una plaza con su nombre. Un pintor con una plaza cuya obra se desconoce. Lo normal. Menos da una piedra.