La cumbre equivocada

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Pedro Sánchez ha vuelto a demostrar su instinto para colocarse en el foro que más le conviene ideológicamente, aunque eso suponga diluir el papel histórico de España en Iberoamérica. Su entusiasmo por la cumbre entre la Unión Europea y la Celac que se celebra en Santa Marta, Colombia, responde menos a una estrategia de Estado que a una afinidad política con Gustavo Petro y Lula da Silva, a los que considera sus compañeros de retórica progresista. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) excluye deliberadamente a España, Portugal y EE.UU. No se trata de una omisión burocrática ni de un tecnicismo diplomático: es una decisión política. La Celac fue concebida como un contrapeso a la OEA, donde Washington y Canadá tienen peso específico, y a las cumbres iberoamericanas, donde España y Portugal tienen un protagonismo indiscutido. Con el tiempo, se ha convertido en el despacho bis del Foro de São Paulo, donde algunos gobiernos de izquierda latinoamericanos pueden hablar sin observadores incómodos. Que Sánchez prefiera este foro revela una preocupante renuncia a ejercer un liderazgo real. Esa circunstancia es la que ha hecho que la cumbre se celebre con notables ausencias . No están Ursula von der Leyen, Emmanuel Macron, Giorgia Meloni ni Javier Milei. Tampoco el chileno Gabriel Boric, hombre de izquierdas, cuya idea de los derechos humanos le ha llevado a confrontar con Nicolás Maduro como no han hecho ni Yolanda Díaz ni Podemos. En cambio, sí figuran Petro, Lula y Sánchez, unidos por sus recientes fricciones con EE.UU. La agenda –transición energética, migración, crimen organizado, cooperación digital– es amplia y ambiciosa, pero difícilmente sus resultados trascenderán más allá de las buenas intenciones y las fotos oficiales. La retórica será abundante; las decisiones vinculantes, escasas o nulas. Mientras tanto, la Cumbre de las Américas ha sido cancelada tras el despliegue militar de EE.UU. en el Caribe. Washington dice haber hundido 17 embarcaciones y causado 70 muertes. Estos ataques, que gobiernos de la región califican de «ejecuciones extrajudiciales», son acciones unilaterales sin sustento jurídico. EE.UU. dice tenerlo, pero hasta ahora no ha puesto sus argumentos sobre la mesa. Lula exige que el asunto se discuta en la Celac, cuando su lugar natural sería el Consejo de Seguridad de la ONU. Así, este foro se convierte en un mero escenario, no en un espacio de cooperación pragmática con Europa. En un escenario, lo más relevante es la posición que se ocupa. España, históricamente, ha sido puente entre dos orillas. En las cumbres iberoamericanas, ejerce un papel proactivo, con liderazgo en educación, sanidad y comercio. En la Celac, es un actor marginal. Su influencia queda disuelta bajo el rótulo 'Unión Europea'. Ni faro ni puente: solo un socio más en un coro disonante. El entusiasmo de Sánchez por esta cumbre responde a una visión ideológica, no diplomática. En declaraciones desde la COP30 en Brasil, defendió «abrirse a otros bloques» frente al «repliegue» de ciertas administraciones, en clara alusión a Estados Unidos. Es legítimo diversificar alianzas, pero no a costa de diluir el papel propio. Abandonar el eje iberoamericano no fortalece a España: la convierte en comparsa. La Celac sirve, sobre todo, para que ciertos gobiernos iberoamericanos se den la razón entre sí. Es un foro de autoafirmación ideológica, no de integración efectiva. La diplomacia no se construye desde la exclusión ni desde la nostalgia revolucionaria. España debe liderar con pragmatismo, historia y responsabilidad. Lo demás es postureo geopolítico.