El cerebro ya puede ser traducido. Y lo que parece un milagro médico abre una preocupación histórica: ¿quién protegerá la frontera final de la privacidad humana?

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Implantes capaces de convertir pensamientos en palabras o de restablecer funciones motoras están dejando atrás la fase experimental. Pero su potencial se extiende mucho más allá de la medicina: empresas y gobiernos ya visualizan usos comerciales o cognitivos. La Unesco advierte que se abre un territorio en el que la intimidad mental podría ser vulnerada como nunca antes.