Durante años, los plásticos biodegradables se han presentado como una alternativa verde, casi como la respuesta esperanzadora al problema global de la contaminación . Bolsas, envases o utensilios fabricados con estos materiales se han asociado con el consumo responsable y el respeto al medio ambiente. Sin embargo, la ciencia empieza a mostrar una cara menos amable: al descomponerse en la naturaleza, estos plásticos pueden convertirse en refugios ideales para bacterias resistentes a los antibióticos. Una amenaza inesperada con efectos directos sobre la salud pública. Las superficies de los plásticos, en particular las de los biodegradables, son colonizadas por biopelículas microbianas. Estas densas comunidades no son inocuas, porque en ellas las bacterias intercambian genes de resistencia y factores de virulencia que refuerzan su capacidad de sobrevivir y propagarse. Lo que parecía una solución sostenible podría estar contribuyendo, de forma silenciosa, a la expansión de la resistencia a los antibióticos. Este fenómeno, conocido como 'plastisfera', aparece cuando los residuos plásticos quedan expuestos en ríos, mares o suelos y son colonizados por microorganismos. En entornos urbanos o contaminados, estos pequeños ecosistemas funcionan como reservorios de genes resistentes, con capacidad de llegar hasta nuestras ciudades, hospitales y hogares. Lo que ocurre en una playa, un río o un vertedero no se queda allí: termina conectando con nuestras propias cadenas de agua y de alimento. El riesgo no está únicamente en la persistencia del plástico, sino también en lo que sucede durante su degradación. Aunque los biodegradables están diseñados para desaparecer, su descomposición puede prolongarse durante meses o incluso años. En ese tiempo, fragmentos diminutos actúan como plataformas para la evolución microbiana. Algunos hallazgos recientes muestran que, junto a genes de degradación de plásticos, aparecen también genes de resistencia antimicrobiana y factores de virulencia. Esta coincidencia plantea un escenario preocupante, ya que favorece la supervivencia y la dispersión de bacterias más adaptables y potencialmente más dañinas. La Organización Mundial de la Salud ya ha advertido que la resistencia a los antibióticos es una de las grandes amenazas del siglo XXI . Aunque solemos asociarla con el uso indebido de medicamentos, el papel del medio ambiente en su expansión resulta cada vez más evidente. En este escenario, los plásticos, y en especial los biodegradables, podrían estar desempeñando un papel que hasta ahora habíamos pasado por alto. La paradoja es evidente y muestra que, en nombre de la sostenibilidad, podemos estar impulsando un riesgo sanitario global. Esto no significa renunciar a la innovación ni demonizar los materiales alternativos. Más bien implica ampliar la mirada. La sostenibilidad no puede medirse únicamente por la capacidad de un producto para desaparecer, sino también por el impacto que deja mientras lo hace. Evaluar los nuevos materiales con criterios de salud pública resulta esencial. El enfoque de One Health, que conecta la salud humana, animal y ambiental, debería guiar estas decisiones. Los plásticos biodegradables pueden aliviar parte del problema de la contaminación, pero al mismo tiempo podrían estar alimentando otro aún más grave, la resistencia a los antibióticos. Se trata de una advertencia que muestra que, en materia de salud y medio ambiente, no bastan las soluciones rápidas ni las etiquetas verdes. Lo que necesitamos es rigor, visión de futuro y un compromiso real con la sostenibilidad.