No son ni veinticinco minutos, pero es un gran viaje al calor y al cariño. Miranda sigue la estela de sus discos anteriores, con algunos cambios. Sutiles, como es ella. A veces, por ejemplo en la gloriafuertista 'Entre mi sangre y el llanto', se añaden samples y otra guitarra (o alguna variante más aguda, no me atrevo a decir si mandolina o charango o requinto o qué), o en la primera canción, el single 'Amak dio', un bombo bajito. Pero no hay muchos más añadidos, más bien hay desbastamiento, una demolición de algunos virtuosismos (recordemos el apabullante riff de 'Cuando se nos mueren los amores'). Escuchando la guitarra de 'Bolero de plata' (mención especial a la urraca de fondo) podríamos decir que ha encontrado unos motivos de trance continuo, que como algunos lenguajes se centra más en los entonaciones-acentos que en las letras-notas, como si respirase a través de la guitarra, emocionada pero contenida. Lo mismo en 'A las mías': me transmite una simbiosis absoluta con su instrumento, no sé cuántas horas al día pasarán separadas. No hay que perderse 'Ojalá pudiera saber', donde deliberadamente destruye la mezcla canónica, nos quedamos con el micro más lejano, y nos damos cuenta de que aún así nos llega todo lo emocionante. Hace patente el espacio. Y su voz, tan particular, tan nasal o de paladar, quizás suponga una barrera de entrada para algunos nuevos oyentes. Para los que ya estamos dentro es una barrera de salida, es un abrazo. // Por Carlos G. Fernández . Si menos es más, más es menos. Esto va por Rosalía, y por William Basinski, de quien Temporary Residence reedita con todo lujo de detalles, valga la paradoja en una producción construida sobre la nada, su obra maestra, unos 'loops desintegrados' con los que hace más de dos décadas clamó al cielo y marcó la distancia, corta, que va de aquí a la eternidad. La melodía de la destrucción, interpretada por el cabezal analógico que erosiona la cinta magnética que contiene un mínimo apunte musical reproducido en bucle, hasta hacerlo desaparecer, vuelve al mercado para coincidir con 'Lux', canto espiritual con el que Rosalía tira de exuberancia y sobreproducción para acercarse a Dios a través del eco contrahecho y artificioso de una música clásica tan familiar al oído que podemos y debemos entender como genuino pop. Experimentos, los justos. La espiritualidad de Basinski, digno sonorizador de la capilla Rothko, negro sobre negro, es harina de otro costal. Calma, paciencia, tiempo, espera: la muerte es el final, como el silencio. Hasta que no queda nada, solo el polvo que tras una hora de trance impregna el cabezal que reproduce una música que desaparece. Por Dios. // Por Jesús Lillo . El alma de Portugal. The Man es un maravilloso monstruo bicéfalo. Una lucha de pulsiones hechas carne a través de sus componentes principales: la asociación formada por John Gourley y su mujer Zoe Manville. En esta batalla de vectores que tiran del mapa sonoro en direcciones contrarias, visitamos montañas luminosas como las del indie-pop ('Knik') y simas oscuras e insondables que recalan directamente en el hardcore ('Pittman Ralliers'). Las letras, un pelín abstractas de más, nos dejan un poco fríos pero contribuyen al colorido caleidoscopio que es este trabajo. Está banda —nacida a principios de los años 2000— nos tiene acostumbrados al eclecticismo y la experimentación sin tapujos pero en este tanteo lo llevan un pasito más allá. Tal vez su recién desembalado 'home-studio' tenga algo que ver: 'SHISH', este maravilloso juego de contrastes, promete a sus oyentes un paisaje distorsionado y prístino a partes iguales. Es técnicamente intrincado y a la vez más libre que el pájaro de Nino y responde sin duda a las bellas palabras de Tyler, The Creator: «Crea como un niño, edita como un científico». // Por Luigi Gómez . La incontenible productividad casi nipona de John Darnielle (este es su vigésimo tercer álbum de estudio, sazonada con una larga ristra de directos, colaboraciones y proyectos paralelos) y su manifiesta alergia a las modas, los focos promocionales y los aspavientos 'marketinianos' hacen que sea muy fácil infravalorar o pasar por alto a The Mountain Goats. Pero un disco como 'Through This Fire Across from Peter Balkan' es un buen argumento para reivindicar a Darnielle como uno de los grandes narradores del rock independiente contemporáneo. Y un músico con mucha más capacidad evolutiva de la que jamás se pudo intuir en aquellos austerísimos discos ultra-lofi de los noventa grabados en un 'boom box', etapa que culminó con el memorable 'All Hail West Texas'. Esta es su colección de canciones más arreglada, incluso al límite de la exuberancia en algunos momentos, y variada, combinando los medios tiempos energéticos, con las baladas con cierta ambición sinfónica (no teman, en ningún momento hay sobredosis de pomposidad) y algunos apuntes electrónicos. Son los ingredientes sonoros perfectos para exprimir al máximo su idea recurrente de articular sus trabajos en torno a un hilo argumental, avanzando por fin desde el terreno de lo conceptual hacia el viejo proyecto de alumbrar un musical en toda regla, aunque sea potencial, objetivo que ya era evidente en su anterior trabajo, 'Jenny From Thebes'. Aquí la trama gira sobre el naufragio de un barco pesquero y la historia de subsistencia de los supervivientes en una ignota y minúscula isla, un 'macguffin' como otro cualquiera para reflexionar sobre el equilibrio imposible entre el orden y el caos y la lucha desigual entre la esperanza y la inevitabilidad del desastre. Pero no se cargan las tintas del drama en un disco que acaba resultando esperanzador, humanista y hasta luminoso, sensación reforzada por el uso de una voz reconocible y familiar que, a pesar de sus evidentes limitaciones técnicas, conoce ya de memoria donde se esconden todas las teclas que activan la emoción. // Por Fernando Pérez .