Cómo la revolución que iba a traer el sonido del estudio a tu casa acabó expuesta: auge y caída de MQA

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En abril de 2021, un creador británico conocido como GoldenSound publicó un vídeo que sacudió los cimientos de la alta fidelidad en streaming. Su experimento no era una opinión: eran pruebas diseñadas para comprobar si MQA hacía realmente lo que prometía. El resultado abrió una grieta que pasó de sospecha técnica a escándalo público.Durante años, MQA había sido presentado como la forma “correcta” de escuchar música en digital, una tecnología que supuestamente acercaba al oyente al máster original del estudio. Servicios como Tidal lo adoptaron, marcas de DACs lo integraron y muchos usuarios lo asumieron como el estándar de calidad premium dentro del audio moderno.Pero lo que GoldenSound demostró fue que la historia no cuadraba. MQA no solo no entregaba una copia fiel del máster: introducía ruido, alteraba la señal y mantenía un sistema de certificación que no garantizaba autenticidad. Lo que parecía una innovación técnica terminó convirtiéndose en la mayor controversia reciente dentro del audio en streaming.Qué era MQA y quién estaba detrásBob Stuart, cofundador de Meridian Audio y creador de MQAMQA nació en 2014 de la mano de Bob Stuart, cofundador de Meridian Audio. Stuart no era un recién llegado: tenía formación en ingeniería electrónica y llevaba décadas trabajando en audio digital, con un interés particular en la psicoacústica, es decir, en cómo percibimos el sonido. En Meridian ya había aplicado este enfoque, diseñando filtros que no buscaban la precisión matemática absoluta, sino que el resultado sonara “mejor” al oído humano.Con MQA, muchos vieron una continuidad de esa idea: priorizar la percepción por encima de la fidelidad objetiva, pero presentándola como si fuera precisamente lo contrario. Esa diferencia entre sonar mejor y ser fiel a la señal original sería clave en todo lo que vendría después.La promesa de MQA parecía sencilla y potente: llevar la calidad del máster de estudio al streaming, evitando los archivos pesados de la alta resolución tradicional. El discurso oficial afirmaba que muchos formatos digitales “ensuciaban” el sonido durante el proceso, y que MQA lo solucionaba mediante una forma más eficiente de codificar la señal sin perder fidelidad.El concepto central era el llamado “audio origami”. Según MQA, la información de alta resolución se “plegaba” dentro de un archivo más pequeño y luego se “desplegaba” durante la reproducción, siempre que el reproductor o el DAC fueran compatibles. Sobre el papel, era una solución elegante al problema del ancho de banda, especialmente en servicios de streaming.A todo esto se añadía un elemento de marketing muy potente: la autenticación. Algunos reproductores mostraban una luz azul para indicar que el archivo reproducido había sido aprobado por el estudio o el sello discográfico. Para el usuario, ese indicador actuaba como un sello de garantía, una forma visual de decir: “esto es exactamente lo que el artista quería que oyeses”.Con este conjunto de ideas —eficiencia técnica, fidelidad sonora y autenticidad certificada— MQA se presentó en sociedad como la evolución natural del audio digital: marcas de hardware comenzaron a licenciarlo, servicios como Tidal lo integraron como parte de su categoría más premium —esto es antes de que Jack Dorsey comprara el servicio— y una parte de la comunidad lo adoptó sin demasiadas preguntas. Parecía un paso adelante inevitable. Hasta que se empezó a mirar de cerca.La promesa: lo que MQA podía hacerTidal fue la plataforma que abrazó MQA con más entusiasmoYa hemos establecido que, desde el principio, MQA se presentó como una forma de escuchar la música tal y como había salido del estudio. La promesa era clara: nada de artefactos, nada de compresiones agresivas, nada de alteraciones en el tiempo o la fase. Según la compañía, el oyente recibiría exactamente lo que el ingeniero y el artista habían aprobado.Otra idea muy repetida era la del “desenfoque temporal”. MQA defendía que los filtros utilizados en la conversión digital podían difuminar los transitorios, esos pequeños detalles que hacen que un sonido tenga presencia y naturalidad. Su tecnología, aseguraban, corregía ese problema y devolvía nitidez a la música sin tocar la mezcla original.También insistían en que el formato era eficiente. No hacía falta descargar archivos enormes de alta resolución para acceder a una experiencia “de estudio”. El sistema de plegado y despliegue permitía transmitir archivos ligeros sin sacrificar calidad. Este punto fue clave para que los servicios de streaming lo adoptaran: prometía realismo sin consumir ancho de banda extra.Por último, la famosa autenticación visual —esa luz que nombramos antes— reforzaba la idea de fidelidad. No era solo “estás escuchando calidad alta”, sino “estás escuchando la versión aprobada en origen”. Esa mezcla de discurso técnico y señalización simple fue muy efectiva. Durante un tiempo, funcionó sin oposición significativa.Primeras dudas: mediciones, análisis y señales de alarma antes del escándaloAunque el discurso de MQA caló rápido, no todos estaban plenamente convencidos. Algunos ingenieros y aficionados con inclinación a medir y comparar empezaron a revisar con calma qué ocurría realmente al reproducir un archivo MQA. No desde la opinión, sino desde el análisis técnico. Las primeras conclusiones fueron, como mínimo, incómodas.Uno de los nombres clave en esta etapa es Archimago, un bloguero conocido en la comunidad por su enfoque metódico. Entre 2016 y 2018 realizó pruebas comparando archivos MQA con la misma música en FLAC de alta resolución y con el máster original. Sus resultados no mostraban mejoras audibles consistentes, y sí pequeñas diferencias que no coincidían con lo que MQA prometía.Además, las mediciones indicaban que los filtros utilizados por MQA no reducían el supuesto desenfoque temporal, sino que, en algunos casos, lo empeoraban. También aparecían señales de distorsión adicional y pequeñas modificaciones de la respuesta en frecuencia. Son detalles que no todo el mundo oiría, pero que contradicen directamente el discurso oficial.En 2018 ocurrió algo más visible: la tienda alemana HighResAudio, especializada en música en alta resolución, decidió retirar todo su catálogo MQA. Su análisis interno concluía que el formato era con pérdida, reducía el rango dinámico y podía introducir aliasing en las frecuencias altas. La decisión se comunicó públicamente, y la reacción de MQA fue defensiva, no aclaratoria.Aun así, estas señales no tuvieron eco masivo. Parte de la industria ya había integrado MQA y no parecía haber interés en abrir un debate que pudiera poner en duda un producto que se estaba vendiendo bien. Además, muchos medios especializados aceptaron el discurso técnico de la compañía sin pedir documentación verificable. La conversación quedó, de momento, dentro de foros y blogs.En resumen, cuando llegó el momento del escándalo, la estructura ya estaba agrietada. Había dudas, mediciones, decisiones empresariales que no cuadraban y una cierta sensación de que MQA respondía más con narrativa que con transparencia. Pero faltaba algo que pusiera todas esas piezas delante del público de forma clara y difícil de ignorar.El experimento de GoldenSound: cuando todo se hizo evidente¿Recordáis cuando al principio del artículo mencionamos esto de pasada? Ahora vamos a contar cómo fue. GondenSound no se conformó con comparar archivos o confiar en mediciones ajenas. Preparó una prueba directa: subió él mismo música a Tidal, con señales diseñadas específicamente para revelar qué ocurría durante el proceso MQA.Su idea era sencilla y elegante. Si él conocía exactamente el contenido original de sus archivos —impulsos, tonos puros, ruido blanco y fragmentos de música sin manipular— podía comparar lo que subía con lo que Tidal devolvía tras codificarlo en MQA. Así eliminaba dudas sobre másteres, fuentes o conversiones previas. Era una prueba controlada de extremo a extremo.Cuando analizó los archivos resultantes, los hallazgos fueron claros: MQA no era lossless —replicando las conclusiones de HighResAudio—. La señal mostraba ruido añadido, alteraciones en la respuesta en frecuencia y pequeñas distorsiones. Los transitorios, esos detalles que MQA decía proteger, aparecían modificados. La supuesta corrección del “desenfoque temporal” no se veía en las mediciones; en algunos casos, ocurría lo contrario.Pero lo más sorprendente no fue solo la pérdida de fidelidad. GoldenSound demostró que la autenticación también fallaba. Algunos archivos manipulados seguían mostrando la famosa luz azul, el indicador que debía certificar que el contenido era fiel al máster de estudio. Si un archivo alterado podía pasar como “auténtico”, la promesa de garantía se desmoronaba.Además, encontró que muchos álbumes marcados como MQA provenían originalmente de másteres en calidad CD —44.1 kHz / 16 bits— simplemente tenían una tasa de muestreo aumentada artificialmente. Es decir, no eran alta resolución real. La etiqueta “Master” se utilizaba como reclamo visual, no como garantía de un origen de calidad superior. Este punto resultó especialmente crítico para la percepción pública del formato.La reacción de MQA no ayudó. En lugar de ofrecer explicaciones técnicas detalladas o abrir el proceso a auditorías independientes, la compañía retiró los archivos de GoldenSound de Tidal y respondió acusándolo de usar señales no representativas, sin rebatir la evidencia principal. Ese movimiento fue interpretado como una defensa opaca, más cercana al control que a la transparencia.A partir de ese momento, la conversación cambió de escala. Lo que antes era debate técnico entre entusiastas pasó a ser tema central en foros, medios y comunidades de audio. La pregunta dejó de ser “¿suena bien?” para convertirse en algo más profundo: “¿Era MQA honesto?”. Y cuando la confianza se rompe en este sector, casi nada puede reconstruirla.El modelo de negocio: licencias, control y por qué MQA funcionaba como un DRM encubiertoFiiO pagó la licencia MQA para poder listar su K19 como compatibleMás allá de lo técnico, MQA tenía un enfoque empresarial muy particular. No era solo un códec: era un sistema cerrado que requería una cadena completa de adopción. Para que un archivo se reprodujera en su “máxima calidad”, tanto el servicio de streaming como el reproductor y el DAC debían estar certificados por MQA.Esto significaba que los fabricantes de hardware tenían que pagar licencias para incluir decodificación completa en sus dispositivos. No bastaba con ser compatible con formatos abiertos como FLAC. La decodificación completa —el famoso “desplegado final”— solo estaba disponible para quienes pagaban a MQA. El resultado era un ecosistema donde la empresa actuaba como intermediario obligatorio. Por cierto, si os fijáis en aparatos como el FiiO K19 podréis observar que llevan la etiqueta MQA dentro de su amplio rango de formatos soportados. No es un caso aislado; el streamer FiiO R7 y el DAP FiiO M15s también son reliquias del soporte a MQA.De forma similar, los servicios de streaming también debían licenciar la tecnología. Tidal mordió el anzuelo con ganas: fue su principal socio y creó un tier de suscripción especial para escuchar las bondades de MQA. Dicho de otra forma, los usuarios pagaban más por escuchar música con pérdidas creyendo que recibían audio de estudio. La reputación de Tidal quedó muy dañada, hasta el punto de que un nuevo propietario tuvo que sacarlos del fango, apostar fuerte por FLAC y romper definitivamente con MQA, pero de esto hablaremos luego.Lo importante es que este modelo daba a MQA control sobre la producción, distribución y reproducción del audio. Desde el máster del estudio hasta el DAC en el salón, todo pasaba por su filtro. Aunque la compañía insistía en que no era DRM, el funcionamiento se parecía a un DRM de facto: para obtener la experiencia completa, había que pasar por su sistema y sus licencias.Además, MQA ofrecía poca visibilidad técnica. No había herramientas abiertas para analizar la calidad de un archivo MQA ni comprobar si realmente provenía de un máster de alta resolución. La famosa luz azul no certificaba fidelidad sonora; solo confirmaba que el archivo había sido procesado por la cadena de MQA. Era una marca, no una prueba.Con el tiempo, esta estructura se volvió difícil de sostener. Los informes financieros mostraron pérdidas recurrentes, y la dependencia de inversionistas externos aumentó. Cuando la confianza de la comunidad empezó a caer y los servicios de streaming reconsideraron su posición, el modelo dejó de ser viable. Lo que al principio parecía un avance tecnológico terminó viéndose como una apuesta corporativa de control del mercado.El colapso: abandono, bancarrota y retirada de MQAMQA se acabó declarando en bancarrota y actualmente es un formato totalmente abandonadoDespués del experimento de GoldenSound, la conversación alrededor de MQA dejó de ser una cuestión técnica y pasó a ser un problema de confianza. Para muchos usuarios, la sensación fue que se había vendido una promesa que no se correspondía con los hechos. Y cuando la confianza se quiebra, especialmente en un sector tan sensible como el audio, el impacto es profundo.Uno de los movimientos más visibles llegó en 2021, cuando Neil Young decidió retirar su catálogo de Tidal argumentando que su música no estaba siendo representada como él quería. Aunque Young tenía su propia historia con la alta resolución, su crítica fue directa: no aceptaba que se etiquetara como “Master” algo que no respetaba el sonido original del estudio.A medida que la discusión avanzaba, los foros, comunidades y medios empezaron a reevaluar su posición. La presión aumentó y la relación entre Tidal y MQA comenzó a tensarse. La plataforma, que había usado MQA como argumento de diferenciación, anunció en 2023 que comenzaría a introducir FLAC sin procesar como alternativa en la suscripción de mayor calidad.Ese movimiento fue decisivo. Si el principal socio comercial de MQA optaba por volver a formatos abiertos, el modelo de negocio quedaba en entredicho. Poco después, MQA Ltd. entró en administración en Reino Unido, un proceso equivalente a una bancarrota supervisada. No era una pausa estratégica: era el reconocimiento de que la estructura económica ya no podía sostenerse.En septiembre de 2023, el grupo Lenbrook (propietario de NAD, Bluesound y PSB) adquirió los activos de MQA. Pero la compra no era un intento de rescatar la propuesta original. Lenbrook se interesó sobre todo por SCL6, una tecnología diferente orientada al audio adaptativo en streaming. El formato MQA como tal dejó de ser el centro de la operación.Finalmente, en 2024, Tidal eliminó por completo los archivos en MQA de su catálogo. Lo hizo sin grandes declaraciones, como quien cierra una puerta que ya no tiene razón para estar abierta. A esas alturas, la mayoría de la comunidad ya consideraba MQA como una etapa superada: una tecnología que prometió más de lo que podía demostrar.MQA o cómo la charlatanería también afecta al mundo del audioEl caso de MQA no es solo la historia de una tecnología que no funcionó como se decía. Es también el ejemplo de cómo una buena narrativa puede imponerse durante años a la verificación técnica. La promesa era atractiva: más calidad, menos complejidad y una garantía visual de autenticidad. Pero cuando se examinó con calma, nada de eso se sostuvo. Incluso en vídeos como el de arriba se duda de la autenticidad de la reacción de los participantes, aunque dado el interés del creador del formato por la psicoacústica nada es descartable del todo.Lo que terminó derribando a MQA no fue una medición concreta ni una discusión teórica, sino la falta de transparencia. Los usuarios están dispuestos a aceptar límites, compromisos y decisiones técnicas, siempre que se expliquen con claridad. Lo que no perdonan es que se les diga que algo es “mejor” sin poder comprobar por qué o cómo.Este episodio también refuerza la importancia de los formatos abiertos. FLAC no es perfecto, pero es verificable, medible y auditado por la comunidad. No hay luces azules ni cadenas de licencias: si suena bien, suena bien, y cualquier persona puede comprobarlo. En un ámbito donde lo subjetivo pesa tanto, lo verificable es lo que mantiene la confianza.Quizá la lección más duradera sea que la alta fidelidad no necesita atajos ni misticismo. Si algo mejora la experiencia, las pruebas lo muestran. Si no, lo único que queda es marketing. MQA quiso resolver un problema real, pero lo hizo complicando la cadena, ocultando el proceso y pidiendo que la gente creyera primero y preguntara después. Ahí es donde se rompió todo.El artículo Cómo la revolución que iba a traer el sonido del estudio a tu casa acabó expuesta: auge y caída de MQA fue publicado originalmente en Andro4all.