Mensajes claveEl presidente interino Ahmed al-Sharaa abre una nueva etapa en Siria tras 13 años de guerra civil y medio siglo de dictadura de los Assad. Su principal reto es restablecer la seguridad, la economía y la justicia, unificando el control de las armas bajo el monopolio del Estado. Para ello necesita integrar a las milicias kurdas y drusas (que controlan un tercio del territorio), desarmar a los antiguos combatientes pro-Assad y eliminar los últimos focos de Estado Islámico, mientras consolida su legitimidad externa con aquellos países que aún mantienen tropas en su territorio (Turquía, Estados Unidos, Israel y Rusia). Las primeras reformas constitucionales y electorales que ya han tenido lugar alertan sobre una tendencia continuista con la era Assad, con la concentración de poderes en la figura presidencial y una nueva élite suní afín que reemplace a la anterior. El nuevo contrato social sirio pasa por la inserción de las minorías tanto en instituciones como en las Fuerzas Armadas que, a pesar de las promesas, aún no se ha materializado. Las matanzas de civiles alauíes y drusos seguidas de enfrentamientos con milicias kurdas por parte de un ejército nacional indisciplinado corren el riesgo de implosionar el nuevo gobierno.En el plano regional, al-Sharaa ha reorientado la política exterior siria hacia el eje suní (Turquía, Qatar y Arabia Saudí), alejándose de Irán con promesas de inversiones económicas. Este giro congela a corto plazo la rivalidad suní-chií, pero puede reactivar la competición intra-suní en una futura carrera por el negocio de la reconstrucción. En el debate ideológico, el éxito o fracaso de este antiguo líder de al-Qaeda en consolidar su poder político por vía electoral podría marcar un precedente significativo en Oriente Medio, mostrando a otros movimientos radicales la viabilidad de una transición desde la violencia armada hacia la participación institucional. A nivel internacional, al-Sharaa ha logrado un inesperado reconocimiento diplomático, incluido su discurso ante las Naciones Unidas y el levantamiento parcial de sanciones estadounidenses y europeas, tan sólo empañado por la creciente hostilidad de Israel. Su visita a la Casa Blanca marca un hito al ser la primera de un jefe de Estado en la historia de Siria y representa un giro de 180 grados en las relaciones bilaterales, al consagrar a Damasco como un aliado geoestratégico de Washington en la región. Con Irán y Rusia debilitadas en el escenario sirio tras las invasiones de Gaza y Ucrania, al-Sharaa trata de reorientar su estrategia exterior para alienarse con la política de la Administración Trump –incluida la lucha contra el terrorismo– y, en cierta medida, a la del Israel de Netanyahu, en un contexto global altamente volátil. El presidente interino ha de navegar en esta cambiante coyuntura frente a un Israel que consolida su posición como nuevo poder hegemónico y redefine el equilibrio de fuerzas en Oriente Medio donde busca una Siria dividida y frágil. De no ser contenido por Estados Unidos y la Unión Europea, las agresiones israelíes contra la soberanía siria corren el riesgo de empujar a la nueva Damasco hacia la vieja órbita de influencia rusa que busca mantener su presencia militar en el país y único acceso al Mediterráneo. En el terreno económico, Siria se enfrenta a necesidades colosales de reconstrucción, restablecimiento de servicios básicos y creación de empleo. Sin mecanismos efectivos de condicionalidad de la ayuda externa, existe el riesgo de que las nuevas élites capitalicen el respaldo internacional para consolidar un nuevo modelo autoritario –no muy distinto al anterior en sus formas– aunque con una inversión en la correlación confesional del poder. Las Naciones Unidas y la Unión Europea pueden desempeñar un papel clave condicionando su apoyo a la inclusión de minorías, mujeres y avances en la reforma institucional. El principal riesgo para el nuevo gobierno radica en el desequilibrio entre su creciente legitimidad externa y el declive de la confianza doméstica, que podría desencadenar otra guerra fratricida en clave sectaria. La comunidad internacional puede igualmente asistir en la puesta en marcha de un sistema de justicia transicional que facilite la reconciliación entre las cinco Sirias heredadas tras casi tres lustros de guerra: la insurrecta, la leal, la kurda, los restos del califato y la diáspora refugiada. España está especialmente situada en este ámbito para contribuir en materia de transición democrática y reconciliación nacional. Análisis1. IntroducciónSiria abre una nueva página en su historia para cerrar 13 años de guerra y más de medio siglo de los Assad. Diez meses después de la huida de Bashar al-Assad, el presidente interino Ahmed al-Sharaa ha cerrado su primer ciclo en el poder con unas elecciones parlamentarias indirectas, celebradas en una Siria partida en cuatro en la que sus respectivos habitantes han cohabitado bajo realidades paralelas durante la contienda. A estas cuatro sirias heredadas; la insurrecta, la leal, los rescoldos del califato y la kurda de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), se suma una quinta que representa el 25% de la población de preguerra con 6,5 millones sirios refugiados en el extranjero. Una fractura en clave geo-demográfica y confesional que dificulta el objetivo declarado por el nuevo jefe de Estado de mantener la integridad territorial del país.Un momento fundacional en el que al-Sharaa busca legitimidad, no sólo ante la comunidad internacional, sino también ante una población profundamente fracturada y con las heridas aún abiertas. Para pasar página, al-Sharaa deberá también romper con sus siete años al frente de la provincia insurrecta de Idlib –de mayoría suní– y negociar un nuevo pacto social que incluya las minorías que suman cerca de un tercio de la población –12% alauíes, 3% chiíes, 10% cristianos y 4% drusos–. Las élites de estas minorías que tradicionalmente ocuparon el poder bajo los Assad se han visto desplazadas por la nueva autoridad de la mayoría suní (70% de la población). La nueva identidad suní de Siria se ve definida por la conservadora “escuela de Idlib”, de la que procede el círculo de confianza de Ahmed al-Sharaa que copa hoy los puestos de decisión. Es sobre este antiguo cabecilla de la rama siria de al-Qaeda sobre quien recae hoy la ardua tarea de juntar las piezas del puzle sirio para responder a las tres principales prioridades de sus ciudadanos: seguridad, recuperación económica y justicia.Una hoja de ruta ambiciosa en un entorno regional e internacional altamente volátil. Al-Sharaa se ha alineado con los principales actores suníes –Turquía, Qatar y Arabia Saudí–, pero se enfrenta a una política hostil por parte de Israel, la nueva potencia hegemónica regional que reconfigura Oriente Medio. La retirada de Irán y el debilitamiento de Rusia han sacudido el equilibrio de poder en Siria, abriendo un nuevo tablero diplomático que el presidente interino trata de redibujar, con un vuelco en la política exterior del país tanteando una vía de acercamiento a Tel Aviv.En el plano internacional, al-Sharaa superó su primera prueba con éxito al intervenir ante los líderes mundiales en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el pasado 24 de septiembre, convirtiéndose en el primer jefe de Estado sirio en hablar ante las Naciones Unidas desde 1967. Ahora se ha convertido en el único presidente sirio que ha sido recibido en la Casa Blanca. Sin embargo, los avances diplomáticos con el levantamiento parcial de las sanciones económicas sobre Siria contrastan con la situación interna, donde las nuevas Fuerzas Armadas y milicias afines han cometido masacres contra las minorías alauíes y drusas, así como protagonizando choques con las milicias kurdas, generando un clima de miedo que recuerda los vividos con el régimen anterior.La lucha por devolver el monopolio de las armas al Estado pasa por integrar a las milicias kurdas y drusas en el ejército nacional, desarmar a los antiguos combatientes pro-Assad y neutralizar los últimos focos de Estado Islámico. Pero también pasa por entablar un proceso de reconciliación nacional y de inclusión de las minorías que no han quedado representados en estos primeros comicios como tampoco lo está de forma proporcional la mujer –que constituye más de la mitad de la población tras las más de 400.000 muertes masculinas durante el conflicto–.El nuevo presidente Ahmed al-Sharaa ha dejado claro que quiere mantenerse en el poder y lanzar la reconstrucción del país. Para ello, habrá de demostrar si es capaz de reformular un nuevo equilibrio de alianzas en el plano doméstico, regional y en el internacional sin caer en el continuismo con el régimen autocrático que ha despuesto, ni imponer una suerte de teocracia suní siria como hizo en Idlib.2. Los desafíos domésticos: seguridad, recuperación económica y justicia transicionalAl-Sharaa se vio inesperadamente propulsado al poder una vez que los combatientes de Hayat Tahrir al Sham (HTS y compendio de milicias suníes de mayor a menor corte salafista) lograran recorrer en 12 días los 260 km que separaban la insurrecta Idlib de la leal Damasco. En un discurso pronunciado en la emblemática mezquita Omeya de Damasco, entonces bajo su nom de guerre, Abu Mohamed al-Jolani puso fin a medio siglo de los Assad y 13 años de guerra civil. Algunos compararon el hito histórico con el de la arenga protagonizada por Abu Bakr al-Baghdadi en junio de 2014 desde el minarete de la Gran Mezquita Nuri de Mosul, donde se proclamó emir del autoproclamado Califato Islámico. No obstante, en su alocución, al-Sharaa quiso marcar una clara ruptura con su pasado, poniendo la paz, el proyecto de una nación para todos los sirios y de integridad territorial en unas fronteras definidas en el centro de su discurso, también plagado de guiños religiosos. Lo hizo vestido de militar y no con una galabiya negra como la del difunto líder de Estado Islámico.En los 11 meses que han transcurridos desde entonces, al-Sharaa ha dado varios pasos en esa dirección en el plano interno para desmarcarse de su predecesor: ha decapitado las instituciones estatales purgando los líderes del antiguo régimen, pero ha preservado a la mayoría del cuerpo de funcionarios de la Siria controlada por al-Assad y de cuyos magros ingresos dependen numerosas familias. De la misma manera que ha reemplazado a la antaña cúpula militar en su mayoría proveniente de la minoría alauita por una eminentemente suní de su círculo cercano pero emprendido políticas de amnistía para los soldados rasos y relegado a arresto domiciliario a antiguos ministros o empresarios. Igualmente ha nombrado algunos líderes provinciales mujeres o provenientes de las minorías. No obstante, también está tomando medidas que refuerzan su poder y hacen temer un continuismo del paradigma autoritario del depuesto Bashar al-Assad.En Nueva York, al-Sharaa ha pronunciado un segundo discurso determinante para su reinserción en la esfera internacional donde ha asegurado que Siria “reclama su justo lugar entre las naciones del mundo” y que su gobierno persigue tres realidades desde el derrocamiento de al-Assad: “equilibrios diplomáticos, seguridad y estabilidad y desarrollo económico”. De cara a esa audiencia exterior, al-Sharaa ha multiplicado las operaciones para desmantelar redes de narcotráfico en sus fronteras y células de Estado Islámico en su territorio, lo que le ha valido que Washington retire una recompensa de 8,6 millones de euros por su cabeza y que borre su nombre de la lista de sanciones contra los terroristas más buscados para poder convertirse el 10 de noviembre en el primer presidente sirio en pisar la Casa Blanca.2.1. Unos comicios con los que rubricar el nuevo gobiernoEl gobierno de Damasco formó en junio un comité electoral de 11 miembros –sólo una mujer– encargado de establecer los colegios electorales. A diferencia de las últimas elecciones bajo al-Assad, estos comicios se han celebrado mediante voto indirecto y un sistema electoral provisional basado en el último censo de 2011. Han tenido lugar el pasado 5 de octubre en un país devastado por la guerra, con la mitad de su población desplazada y amplias zonas bajo control kurdo, druso o presencia militar extranjera (turca, israelí, estadounidense y rusa).La legitimidad del proceso ha sido cuestionada por su opacidad y la delimitación del cuerpo electoral a unos 6.000 votantes, que fueron llamados a elegir 119 de los 210 escaños del Parlamento. Los 70 restantes serán designados directamente por al-Sharaa, otorgándole un control directo sobre un tercio de la cámara. Tres provincias –Sueida, Raqa y Hassake– quedaron excluidas por “motivos de seguridad”, ya que escapan al control del ejército sirio. Y con ellas dos de las principales minorías: la sureña Sueida que está dominada por milicias drusas u ocupada por tropas israelíes; y al noreste Raqa y Hassake, ambas bajo control de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS y compendio de milicias lideradas por fuerzas kurdas) en un territorio donde también se yerguen bases rusas y estadounidenses. Sobre el papel, los derechos de las minorías como los de las mujeres han quedado recogidos en el texto constitucional transitorio redactado en marzo, deprisa y sin mucho consenso, para regir el país durante los próximos cinco años. Ambos se han visto infrarrepresentados en estos comicios con tan sólo 10 escaños para las diferentes minorías (entre ellos cuatro kurdos, tres alauitas y un cristiano) y seis mujeres (muy por debajo de la cuota mínima anunciada del 20%). A pesar de su papel activo en la revolución contra al-Assad, las mujeres temen ser excluidas del dividendo de paz para satisfacer a los sectores conservadores que respaldan al nuevo poder tal y como ha ocurrido en otras revoluciones previas en la región desde Argelia a Palestina y Egipto. Sólo una ministra, Hind Kabawat, figura en el nuevo gabinete, repitiendo el patrón del anterior gobierno.Entre los elegidos, se cuentan dos tercios de académicos y expertos con algunas figuras clave de la sociedad civil, y un tercio de dignatarios tribales en un intento de satisfacer tanto a las urbes (más seculares y habitadas por profesionales liberales) como al rif (campiña siria), más conservadora y predominantemente agrícola.Si bien el complejo proceso de voto indirecto busca legitimar por las urnas el nuevo gobierno de cara al extranjero, en clave interna busca también rubricar la confianza de los sirios sobre las nuevas instituciones y fuerzas del Estado que han de poner en marcha un plan de recuperación. Sobre el Parlamento recaerá la tarea de aprobar durante los próximos 30 meses leyes, reformas económicas y con ello granjearse una confianza ya erosionada en el ámbito doméstico por las violencias sectarias protagonizadas por las Fuerzas Armadas en los últimos meses.Estos comicios ponen también fin a la competición de los diferentes polos de oposición suníes sirios que han participado durante el conflicto a los procesos de diálogo y reconciliación nacional que se han llevado a cabo en paralelo en Ginebra auspiciados por la ONU y en Astaná, por Rusia. De igual manera, la consagración del gobierno de Idlib que lidera al-Sharaa y los hombres fuertes de la disuelta HTS como nuevo interlocutor en el plano internacional, entraña la desintegración de facto del gobierno de oposición mayoritariamente liderado por figuras de los Hermanos Musulmanes sirios que se asentaba en la localidad turca de Gaziantep.2.2 En busca del monopolio de las armasSi bien una mayoría de sirios celebraron en Damasco la salida del dictador al-Assad, no por ello recibieron a al-Sharaa como libertador. El discurso conciliador de al-Sharaa y las órdenes de no agresión a las minorías religiosas lograron en un inicio apaciguar los resquemores despertados entre los 12 millones de sirios que vivían en las zonas bajo el control de las tropas de al-Assad y que hoy habitan el campo de los vencidos. Jóvenes enmascarados de pelo largo y frondosas barbas cubiertos con balaclavas negras han inundado la capital siria para patrullar sus calles y periferia. Estos veinteañeros con poca o ninguna experiencia militar son los hijos de antiguos combatientes insurrectos que fueron expulsados de la periferia damascena –cuando ellos tenían ocho años– y evacuados a la insurrecta provincia de Idlib. La norteña región fronteriza con Turquía se convirtió durante la guerra en el cajón de sastre al que han ido a parar las heterogéneas bolsas rebeldes de mayor o menor corte islamista expulsadas del resto del país. Los hijos de esos milicianos derrotados retornan hoy como vencedores a una capital que les es ajena y cuyos habitantes ven como extranjeros. Sus padres integran los nuevos gobierno, élite económica y ejército. Con más de 650.000 muertos, dos millones de heridos y 100.000 desaparecidos durante la guerra, la seguridad se ha convertido en la prioridad absoluta para los sirios. Sin ella, no se podrán cumplir las otras dos: estabilidad para reavivar una marchita economía y el monopolio estatal de las armas para poder servir justicia. La lucha por devolver el monopolio de las armas al Estado pasa por insertar a las milicias kurdas y drusas en el ejército y por desarmar a los antiguos soldados pro-Assad y a los rescoldos de Estado Islámico.La luna de miel del “pragmático” al-Sharaa –como lo califican dentro y fuera de Siria– con parte de las minorías confesionales terminó el pasado 6 de marzo cuando las fuerzas más díscolas del nuevo ejército perpetraron varias masacres contra civiles de la costa occidental siria de mayoría alauí. Una emboscada lanzada por insurrectos afines a al-Assad contra soldados de al-Sharaa fue la chispa que culminó con las estremecedoras imágenes de ejecuciones sumarias de más de 700 civiles –incluidos mujeres y niños– por soldados de la disuelta HTS junto con milicianos llegados de Idlib y otros bastiones suníes, algunos de ellos muyahidines extranjeros. La llamada se amplificó vía las redes sociales, pero también desde los altavoces de algunas mezquitas de Damasco durante la oración del viernes. Sin que se hayan juzgado o depurado aún responsabilidades por la matanza de civiles alauitas, otra ola de matanzas a manos del nuevo ejército y milicias suníes aliadas dejaban el 13 de julio otros 700 civiles muertos entre la comunidad drusa de la sureña provincia de Sueida. Las tensiones siguen activas en el sur del país y alimentadas tanto por los discursos incendiarios de algunas tribus suníes afines a al-Sharaa, de algunas milicias drusas, así como por parte del gobierno de Israel que intenta cooptar a sectores de la comunidad drusa siria en su frontera norte. La violencia vivida por poblaciones alauita y drusa recuerda a las peores masacres vividas bajo los Assad, pero sin barriles bomba.De nuevo, al-Sharaa ha respondido con una narrativa conciliadora y pragmática. El 10 de marzo, el líder estrechó la mano de Mazlum Adbi, comandante de las FDS, sellando un compromiso por el que las milicias kurdas han de integrar el gobierno de Damasco antes del fin de año, fusionando sus administraciones y fuerzas con las instituciones y Fuerzas Armadas del Estado. Dos días después, el presidente interino anunció un segundo acuerdo con varios líderes drusos comprometidos también con su incorporación al Estado. Sin embargo, sin un plan claro sobre el grado de autonomía de ambas comunidades ni un calendario definido para el desarme de sus milicianos, estas declaraciones de intenciones no han traspasado de la tinta del papel.Al-Sharaa ha heredado una Siria de Assad en la que un tercio del territorio nacional escapa al control del ejército, con el consiguiente riesgo de enfrentamientos armados en clave sectaria a cada vez que sus hombres intentan desarmar alguna milicia. El último tuvo lugar a principios de octubre y se enfrentó durante 48 horas a efectivos de las FDS y del ejército regular en los barrios alepinos de Sheij Massoud y Ashrafiye, aún bajo control kurdo.Las comunidades alauitas, cristianas y drusas temen al nuevo ejército de al-Sharaa que perciben como un compendio de milicias suníes de corte yihadistas indisciplinadas frente a su comandante. A las tensiones se suman efectivos de las disueltas tropas de al-Assad que mimetizan hoy a la antaño insurgencia suní lanzando emboscadas contra posiciones y patrullas del nuevo ejército en la costa occidental, bastión alauí. El analista sirio-suizo Joseph Dagher advierte sobre la instrumentalización del sectarismo por parte de las nuevas autoridades para consolidar su dominio sobre aquellos territorios que se resistan a su liderazgo: “Ha habido una fuerte instrumentalización del discurso de la “Mazlumía Suniya” (victimización suní) para intentar unir a amplios sectores de la comunidad árabe suní en torno al gobierno de Al Sharaa, a pesar de las muchas diferencias políticas, sociales y regionales que existen dentro de ella”.En cuanto a las aspiraciones de los kurdos, las negociaciones con el nuevo gobierno de Damasco prosiguen en los mismos términos que con el de al-Assad. Temiendo un nuevo escenario de guerra civil, los kurdos no están dispuestos a sacrificar los logros consolidados ni en el plano militar entregando las armas, ni en lo administrativo revertiendo las prerrogativas adquiridas en materia de descentralización. Rehúsan desarmarse y prefieren integrar el nuevo ejército nacional como una fuerza ad hoc en tanto que brigadas para patrullar las zonas habitadas por poblaciones kurdas en el noreste, que fusionar sus hombres y mujeres en el resto del territorio nacional. A ello se suma la histórica demanda del reconocimiento del kurdo como lengua oficial, nacionalizar a miles de apátridas kurdos, un mayor grado de descentralización del poder y aspiraciones más simbólicas como la semántica por la que la República Árabe Siria, pase a llamarse “República Siria”. Unas negociaciones en las que media Estados Unidos (EEUU) sobre las que no se han realizado avances a pocas semanas de cumplirse el plazo de integración en el nuevo gobierno.Se plantea también el escollo de cómo integrar a las estimadas 15.000 combatientes mujeres árabes, kurdas, asirias, armenias que forman parte de las Unidades de Protección Femeninas (YPJ, por sus siglas en kurdo); las fuerzas femeninas drusas en el sur; y la facción femenina del disuelto ejército de al-Assad tras las controvertidas declaraciones realizadas por el portavoz de HTS, Obeida al Arnaout, quien nada más llegar a Damasco descartó a las mujeres para el “porte de armas o liderar el ministerio de defensa” por su “naturaleza biológica y psicológica inadecuada”. Una controversia que Damasco intenta revertir publicitando ampliamente la reciente graduación e incorporación de agentes de policía mujeres en sus filas.HTS no tiene capacidad administrativa ni soldados suficientes para gestionar el país. Se estiman en 35.000 los hombres que se han traslado de Idlib a Damasco, insuficientes para controlar el país o para revivir el motor económico y la pesada administración siria. De ahí que haya tenido que delegar en los 70.000 milicianos de las FDS en el noreste kurdo y en los estimados 5.000 drusos en el sur para mantener el orden en sus respectivas zonas. En el norte, ha recurrido a las fuerzas respaldadas por Turquía del Ejército Nacional Sirio (ENS, estimado entre 35.000 y 60.000 hombres) y en el sureste se han mantenido, no exentas de fricciones con el nuevo poder central, las fuerzas afiliadas a la Sala de Operaciones del Sur que lidera Ahmed al Awda con 25.000 hombres.Atravesar el trayecto que separa Qamishli, capital kurda, de la ciudad suní de Homs –uno de los bastiones de la revuelta– lleva más de 10 horas por carretera. En las primeras cuatro se atraviesan numerosos controles militares kurdos, mientras que en las últimas cuatro predominan los controles del parcheo de milicias que integran el nuevo ejército. Entre medias, durante algo más de dos horas, se puede ver desfilar desde la ventanilla una miríada de puestos militares quemados y saqueados sobre los que ondean banderas rasgadas de al-Assad. Sin soldados para asegurar esas posiciones que antes colmaban también efectivos de tropas rusas o milicias pro-iraníes, ese vacuum militare abre una ventana de oportunidad para el competidor ideológico que encarna Estado Islámico. En particular en la zona de Al Badia, el desierto central, y en Deir Ezzor al noreste, donde se estima se esconden 3.000 muyahidines, rescoldos del derrocado califato. Sus combatientes ya han incrementado el número de atentados y emboscadas contra las patrullas del nuevo ejército sumando al este otro frente de desgaste al ya abierto por los insurgentes pro-Assad en la costa oriental.Conscientes de ello, el ejército de al-Sharaa ha lanzado un proceso de graduación exprés para formar nuevos soldados y policías con cursos de apenas tres meses de duración –que combina formación militar y religiosa–. Los tiempos se acortan en una coyuntura vertiginosa. Los jóvenes que desde el pasado mes de diciembre patrullan las calles sirias, se alistaron al compendio de milicias de HTS para liberar el país de las tropas de al-Assad, pero se graduaron en enero como soldados de un nuevo ejército. Sin tiempo para formar unas Fuerzas Armadas profesionalizadas, son los jóvenes suníes afines quienes se alistan en masa. En cualquier caso, para seguir reclutando a soldados, hace falta fondos para uniformes, armas y salarios.2.3. Recuperación económica: empleos, servicios y reconstrucciónLa creación de empleo, la provisión de servicios básicos desde la sanidad al agua potable y la electricidad, y la reconstrucción de las infraestructuras son la segunda prioridad de los sirios entre los que nueve de cada 10 viven bajo el umbral de la pobreza. La mitad de los 23 millones de habitantes de la Siria de preguerra ha sido desplazada de sus hogares y el 50% de las infraestructuras destruidas total o parcialmente según datos de la ONU. La mella que han dejado los bombardeos de la aviación de al-Assad en el país no es aleatoria ni proporcional, sino que sigue una lógica geográfica, de clase y confesión: los barrios suníes pobres, aquellos en los que originaron las protestas en 2011 y donde fueron reclutados el grueso de las filas de las milicias insurrectas, son los más destruidos. Estos son precisamente la nueva base electoral de al-Sharaa. El rastro de escombros es especialmente notable en las barriadas más desfavorecidas de urbes suníes como Homs y Alepo mientras que los barrios pudientes suníes de estas ciudades y de Damasco –donde habita la burguesía antaño cooptada por los Assad– han sufrido menos daños. Barriadas enteras de los arrabales damascenos como Guta o Jubar han sido completamente destruidos y saqueados. No hay a qué retornar. El simple paso de retirar docenas de toneladas de escombros para poder reconstruir y hacer frente a la falta de vivienda, entraña un enorme coste al que el gobierno no puede hacer frente.Y, sin embargo, son las poblaciones que han quedado en las zonas bajo el control leal a al-Assad y por ende no bombardeadas, las que más han sufrido el efecto de las sanciones económicas internacionales. La proximidad de la capital homónima de la provincia insurrecta de Idlib con la frontera turca y de la capital kurda Qamishli con la frontera de Irak, les ha valido como válvula de avituallamiento para suplir de alimentos las estanterías de las tiendas y alimentar los generadores o proveer electricidad, agua potable y materiales de construcción. Una situación que queda patente con el contraste de una Damasco sumida en las tinieblas a la caída del sol debido a las pocas horas de electricidad estatal comparado al sistema establecido en el norte que combina generadores privados con el cableado público para proveer de amperios a la población. Sin ingresos y con los mayores pozos petrolíferos en territorio bajo el control de las milicias kurdas, el régimen de al-Assad solicitó ayuda a Irán y Rusia para abastecerse de electricidad y combustible. La expulsión de ambos del tablero sirio se ha notado especialmente en la zona bajo control leal.De ahí que al-Sharaa haya volcado todos sus esfuerzos para acercarse al presidente estadounidense Donald Trump con el fin de lograr el levantamiento de las sanciones económicas que le permita tanto atraer las inversiones necesarias como recibir transferencias para pagar los sueldos de su ejército, relanzar la economía y la reconstrucción. Algo que ha logrado parcialmente tras su encuentro con Trump, mediado por Riad y que pretende apuntalar en su reución en la Casa Blanca. La Unión Europea (UE) ha seguido la inercia y levantado un paquete de sanciones, pero ha advertido de que “seguirá vigilando los acontecimientos sobre el terreno y que está dispuesta a introducir nuevas medidas restrictivas contra quienes violen los derechos humanos y aquellos que alimenten la inestabilidad en Siria”. Un guiño que deja claro que el levantamiento de las sanciones es reversible si al-Sharaa emprende el camino de la autocracia y la opresión de las minorías en lugar de la vía de “la recuperación y transición política que cumpla con las aspiraciones de todos los sirios y sirias”. En cualquier caso, son las sanciones estadounidenses y el inherente efecto disuasivo para potenciales inversores las que suponen un mayor lastre para Siria.Con el progresivo levantamiento de las restricciones económicas, al-Sharaa dispondrá de más recursos para estabilizar la seguridad dentro y atraer nuevos inversores de fuera. El desafío es colosal: el Banco Mundial estima que el coste de la reconstrucción de Siria asciende a más de 186.500 millones de euros. Por ahora, los inversores regionales y extranjeros compiten sobre los planos de la futura Siria y lo que anticipan como “el gran negocio de la reconstrucción”, pero en el terreno, las primeras reconstrucciones subvencionadas han sido las mezquitas y las escuelas –religión y educación– con fondos turcos y de los países del Golfo. Aquellas grúas que limpian de escombros en los barrios de viviendas están pagadas del propio bolsillo de sus habitantes con ayuda de las remesas de los familiares que viven en el extranjero y que en 2022 suponían el 12% de los ingresos en los hogares sirios (con un total de 850 millones de euros).A los colosales desafíos en el gasto se añaden los magros ingresos del Estado. Acuciado por las sanciones y la corrupción rampante de su círculo más próximo, Bashar al-Assad puso fin al pacto social que instauró su progenitor Hafez al-Assad en 1971. Entonces, la minoría alauí se hacía con el poder político y militar mientras que repartía el económico con las burguesías suníes, cristianas y drusas marginando a las kurdas. Ese pacto social caducó en la era de Bashar al-Assad, quien entregó el monopolio económico a su primo materno, Rami Makhlouf, apodado “Mister 5%” por la comisión que impuso a todo negocio que se abría en Siria. La progresiva extensión de la pobreza durante la guerra ha vaciado las arcas del Estado achicando también el anillo de oligarcas próximos a al-Assad que se nutrían de ellas. En paralelo, las clases alauitas de la costa han sido propulsadas a la pobreza junto al resto de la población. A pesar de ello, siguen siendo estigmatizadas hoy por las facciones suníes vencedoras que las acusan de cómplices y privilegiadas por el régimen assadista.Bajo el peso de las sanciones extranjeras, la cúpula afín al dictador sirio mutó del contrabando de productos en los cercos al lucrativo negocio del captagón. Cuesta menos de un euro producir esta popular anfetamina que se vende a una media de 13 en los países del Golfo, generando ingresos que superan los 4.000 millones de euros anuales. La mitad de ese monto ha ido a parar al círculo de los Assad bajo la gestión de su hermano Maher al-Assad, hasta el punto de convertir Siria en un pseudo narcoestado.Los ingresos de la venta del captagón han superado los generados por las ventas de crudo que en 2010 el Fondo Monetario Internacional (FMI) cifraba en 2.700 millones de euros, lo que representaba el 25% de los ingresos estatales. Si bien el mando kurdo de las FDS asegura que está dispuesto a ceder la explotación de los pozos petrolíferos en un reparto justo con Damasco, los réditos serán insuficientes para sustituir los ingresos del captagón a fin de cubrir los salarios del funcionariado y generar empleo. Acabar con el comercio ilegal del captagón es también una exigencia de vecinos como Jordania y el Líbano, que temen que los laboratorios desarticulados en Siria sean transferidos a sus territorios, pero sobre todo para Arabia Saudí, principal mercado de consumo de la droga. Por ello, el nuevo ejército también dedica parte de sus limitados efectivos a la lucha contra el narcotráfico. No le está resultando fácil acabar con la producción del “maná sintético” a pesar de las televisadas requisiciones de grandes alijos, mientras no se ofrezca una alternativa en un país empobrecido y con una economía sumergida del 40% en la que conviven la lira siria con la turca y el dólar.La suerte del funcionariado heredado de la era al-Assad es otro espinoso asunto que habrá de resolverse con la promulgación de una reforma laboral por el nuevo Parlamento. El grueso del funcionariado da de comer a las familias de 1,2 millones de trabajadores de una fuerza laboral estimada en 6,6 millones. Nada más llegar al poder, el nuevo gobierno congeló los salarios de un tercio de ellos, a los que acusó de formar parte de un “cuerpo administrativo fantasma” y clientelista del régimen anterior; básicamente, asalariados que nunca pisaron sus puestos de trabajo. De cualquier manera, los sueldos mensuales oscilan entre los 20 y 35 euros mientras que una familia de cinco miembros necesita una media de 600 para llegar a final de mes.Los primeros pasos del nuevo ejecutivo sirio en materia de política económica no revelan una estrategia clara ni coherente. Al entusiasmo inicial anunciando una liberalización total del mercado sirio le ha seguido una realidad ineludible en la que el Estado se ve obligado a seguir subvencionando productos básicos como el pan, la electricidad y la sanidad, si no quiere que el escaso 10% de la población que aún se mantiene fuera del umbral de la pobreza acabe cayendo también.Aún más significativo son las señales de un reemplazo de la vieja élite económica clientelista por una nueva red de empresarios vinculados al poder actual. En el centro de ese proceso aparece Hazem al-Sharaa, hermano mayor del nuevo presidente interino y figura polémica por su supuesto papel como supervisor informal del comité económico encargado de definir qué sectores del sistema heredado deben conservarse, reformarse o desmantelarse. La opacidad de estas decisiones ha dado lugar a una política económica percibida como arbitraria, en la que se combinan confiscaciones selectivas, exclusión de algunos magnates del régimen anterior y reintegración de otros, sin criterios claros ni institucionalizados. Tampoco ha dado cuenta de adónde han ido a parar los millones requisados.Sin seguridad, servicios básicos ni empleo será difícil atraer de vuelta a los 5,6 millones de sirios refugiados en el extranjero que han vaciado el país del grueso de médicos, ingenieros, académicos y demás diplomados, pero también de experimentados peones de la construcción necesarios para reconstruir los cimientos y reformar las instituciones del país. Hoy, las imágenes de retornos en masa que retransmite la pequeña pantalla siria representan sólo a una minoría. Muchos regresan con billete de vuelta y con el objetivo de visitar a familiares y amigos que no han visto en una década y evaluar los daños en sus propiedades. Por primera vez en tres lustros, los sirios han podido recorrer las carreteras el país de norte a sur, de este a oeste antes cortadas por frentes infranqueables. Durante el conflicto, los que podían viajar a Damasco lo hacían vía el Líbano; a Idlib, vía Turquía; y a Qamishli, vía Irak. Tras la exaltación inicial y una rápida visita, muchos sirios han regresado a sus países de acogida, ya sea Alemania o Turquía. La excepción viene de aquellos que habitaban en el Líbano y han preferido retornar a sus casas destruidas que permanecer en un país sacudido por la crisis económica y por la guerra que enfrenta a Hizbulah e Israel.Desde el derrocamiento de al-Assad en diciembre, la ONU ha registrado un millón de retornos del total de los 6,5 millones de refugiados sirios. De ellos, 272.135 han regresado desde el Líbano, pero otros 97.627 han hecho el camino inverso. De continuar la espiral de violencia sectaria, el país corre el riesgo de alterar la composición de los flujos, con el progresivo retorno de suníes y el incremento de salidas de cristianos, alauíes y drusos que se sienten inseguros. Debido a una mayor facilidad en la obtención de visados de países occidentales, se estima que las minorías cristianas en Siria han pasado de representar el 10% al 2% de la población desde el estallido de la guerra en 2011. Un atentado suicida perpetrado el pasado mes de junio en una iglesia de los suburbios de Damasco dejó 25 muertos, alimentando el miedo ya insuflado entre la minoría cristiana por los ataques violentos contra sus conciudadanos alauitas y drusos.De los siete millones de desplazados internos contabilizados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 1,8 han retornado a sus regiones desde diciembre de 2024, la mitad de ellos niños. Los retornos de refugiados y desplazados han generado a su vez otra ola de nuevos desplazamientos de aquéllos que no teniendo adónde ir tras la destrucción de sus hogares, habían ocupado aquellas viviendas vaciadas por los que sí tenían recursos suficientes para huir del frente. Con el retorno de sus dueños, los “nadie” de la guerra se ven forzados a vivir en la calle o entre escombros. En el proceso, las idas y venidas han generado nuevas tensiones sociales entre vecinos en torno a los títulos de propiedad de las viviendas siendo muchos destruidos o extraviados durante bombardeos y huidas apresuradas. El nuevo gobierno se ha visto desbordado por la enorme cantidad de litigios abiertos, siendo éste uno de los ámbitos en los que los países europeos pueden prestar una valiosa asistencia técnica.2.4. Reconciliación nacional: no habrá paz sin justiciaNo habrá paz sin justicia, repiten dentro y fuera de Siria aquellos activistas, abogados, defensores de los derechos humanos y familiares de los más de 100.000 desaparecidos del conflicto. Tan sólo 5.000 personas han sido liberadas con vida de las mazmorras de al-Assad. La mitad de ellos fueron grabados durante la toma de la capital abandonando la infame prisión Saednaya de Damasco, apodada el matadero humano. La recién nombrada jefa de la Institución Independiente sobre Personas Desaparecidas en Siria de la ONU, la mexicana Karla Quintana, fue sincera con los familiares en su primera visita al país el pasado mes de febrero: su equipo puede ayudarles a descubrir la verdad, a abrir fosas comunes e identificar el ADN de los restos humanos, pero no están ahí para proporcionar justicia. Esa tarea corresponde a las nuevas autoridades sirias.Entre los familiares de los desaparecidos que buscan justicia también se encuentran aquellos cuyos seres queridos fueron secuestrados o torturados durante la guerra por HTS en Idlib y Alepo; por otras milicias islamistas, como Jeish al Islam, cuyos crímenes denuncia Amnistía Internacional en Duma (periferia damascena insurrecta) que controlan hoy; por facciones afines al Ejército Nacional Sirio en el noroeste; y por las Fuerzas Democráticas Sirias en el noreste. Al igual que ocurre con el flujo bidireccional de desplazados, el número de encarcelados también aumenta llenando las celdas con cientos de soldados del antiguo ejército de al-Assad que se acogieron a la amnistía de al-Sharaa y ahora son investigados.Los actos de Zaar, venganza, que siguen a toda guerra fratricida se zanjan por medio de ejecuciones extrajudiciales y se han multiplicado en la costa alauita y en los barrios alauitas de Homs a manos de hombres suníes armados. Al igual que lo han hecho los casos de secuestros y abusos sexuales de jóvenes mujeres, una constante durante toda la contienda. También es común ver en los cafés donde se fuman pipas de agua, se juega a las damas árabes o al ajedrez a grupos de proselitistas religiosos vestidos con atuendos de corte salafista instando a los clientes a dejar el juego, no blasfemar o velar a sus mujeres. O a efectivos de las nuevas fuerzas de seguridad enmascarados aleccionar en la miríada de retenes militares a transeúntes cristianas o alauitas sobre las virtudes de adoptar una vestimenta más conservadora. Unas presiones que han surtido efecto sobre las mujeres de los barrios cristianos, quienes, por miedo a represalias, dejan las faldas cortas en sus armarios. De no establecerse un proceso de justicia transicional estatal, la población seguirá tomándose la justicia por su mano.No obstante, los ataques a poblaciones minoritarias han sido relativamente limitados fuera de las dos matanzas señaladas en marzo y julio, ya que el nuevo gobierno ha dado órdenes de frenarlos a toda costa –en particular en los barrios cristianos– consciente de que ponen en riesgo su reinserción en el plano internacional y que pueden hacer derrapar al país hacia una nueva guerra fratricida. Las órdenes han añadido frustración entre las facciones más radicales de las milicias llegadas de Idlib, donde HTS ha gobernado durante los últimos siete años aplicando la ley islámica. Una vez al mando, expulsó a todas las juezas y a los jueces laicos, impuso la figura de un maharam –acompañante masculino de la familia– para las mujeres que se presenten ante los juzgados, sentando las bases para el modelo de sistema de justicia religiosa que defienden. Hoy son conscientes de que ese modelo basado en la sharía (ley islámica) es intransferible para gobernar el resto del país sin someter a las minorías. Las fricciones entre los dos paradigmas de jurisprudencia se han cobrado su primera víctima política de relevancia con el reemplazo del ministro interino de Justicia, Shadi al-Waisi, tras la controversia generada en las redes sociales por los videos en los que aparecía en sus funciones de juez supervisando, en Idlib en 2015, una ejecución pública de dos mujeres acusadas de adulterio y prostitución que recibieron dos disparos en la cabeza.El pragmatismo de al-Sharaa y su declarada intención de pasar página tanto sobre la Siria de al-Assad como de no imponer al resto del país la Siria que al-Jolani instauró en Idlib, puede generar tensiones con parte de los mismos hombres que le han llevado al poder. Su ejército es un parche de milicias de mayor o menor corte salafista, llegadas del cajón de sastre insurrecto en el que se convirtió Idlib, del Ejército Nacional Sirio en el norte o de las fuerzas rebeldes del sur que fueron financiadas por diversos mecenas del Golfo y de Turquía. El ala más conservadora del ejército sostiene abiertamente que ha terminado la era del dominio de las minorías en Siria y que ha llegado el momento de que gobierne la mayoría suní. Es en las filas de este heterogéneo ejército suní donde han de insertarse los efectivos kurdos, drusos, cristianos y alauitas.Y ello conlleva imponer las normas de los vencedores con el consiguiente riesgo de implosión del bando suní. Irritados, miles de aguerridos combatientes extranjeros recibieron en diciembre las órdenes de abandonar las celebraciones de su victoria en las calles de Damasco para replegarse a zonas menos visibles a una población atemorizada. Los combatientes extranjeros fueron llamados a permanecer en la discreción de sus hogares junto con sus familias. Se trata de una población especialmente visible por sus rasgos foráneos en los barrios como el de la calle Talatín de Idlib donde predomina la bandera blanca de al-Nusra sobre la siria rebelde de tres estrellas rojas. En Idlib, también son habituales las aballas negras y los niqabs (velos faciales).Otra población que aguarda justicia son los 15.000 sirios cautivos en los campos para familiares de Estado Islámico, en su mayoría mujeres y niños, encerrados en el recinto de Al Hol, al noreste del país, y en un limbo jurídico desde la derrota del califato a manos de las FDS –respaldadas por la aviación de la Coalición Internacional– en marzo de 2019. Estas comunidades suníes y conservadoras que antes se mostraban reacias a reintegrar una sociedad que percibían como hostil bajo al-Assad, ven mayores incentivos hoy para volver a regiones conservadoras insurrectas como Raqqa, Deir Ezzor e Idlib, donde pasan más desapercibidos. Además, el anuncio hecho por la Administración Trump sobre los recortes de ayudas de las que depende tanto la gestión de los campos como de las cárceles ha deteriorado las ya insalubres condiciones de vida en los campos de Al Hol y Al Roj donde se hacinan 50.000 personas, la mayoría niños.Ante la negativa de los países de origen de repatriar a sus nacionales, las FDS también custodian desde hace seis años a unas 4.000 mujeres yihadistas extranjeras con sus hijos y a 3.000 combatientes extranjeros. Se cuentan al menos siete españoles adultos y niños entre ellos. Las FDS ya han anunciado su disposición a transferir el control de presos y cautivos al poder central de Damasco dentro de las negociaciones en curso haciendo temer que aquellos reos afines a la ideología yihadista de HTS sean puestos en libertad o reabsorbidos por el nuevo ejército.3. Navegar entre cambiantes equilibrios regionales e internacionalesPara pasar de promesas a hechos y cumplir los tres objetivos prioritarios de seguridad, economía y justicia, al-Sharaa debe navegar entre los nuevos y cambiantes equilibrios regionales e internacionales y con ello hacer alarde de pragmatismo y flexibilidad. El abrupto cambio de liderazgo en Siria es fruto de un vuelco en el impasse establecido entre la media docena de actores regionales e internacionales que se disputan sus intereses en el tablero sirio. La contienda civil quedó estanca en diciembre de 2016 cuando las tropas de al-Assad recuperaron el control de Alepo, corazón económico y segunda urbe más poblada de Siria. El país quedó dividido entre cuatro capitales: la rebelde Idlib, la leal Damasco, la kurda Qamishli y la Raqqa del califato islámico. El statu quo se ha visto alterado por el movimiento de dos placas tectónicas, regional e internacional, abriendo una ventana por la que se ha colado inesperadamente al-Jolani. El nuevo líder ha dejado claro que quiere mantenerse en el poder y para ello ha forjado nuevas alianzas que quiere reforzar para frenar los spoilers internos y externos que espolean una nueva contienda civil con el objetivo de mantener una Siria débil.3.1. Ucrania corta las alas rusas e Israel las botas iraníesLos 13 años de guerra, pobreza e injusticia sumados a la corruptela crónica del círculo de al-Assad habían mermado hasta su base más fiel convirtiendo el bando leal en una carcasa hueca. El régimen podría haber seguido arrastrando varios años su permanencia en el poder de no haberse visto debilitado en sus dos principales pilares externos. En 2012 fueron las botas iraníes que calzaban los milicianos del proxy libanés Hizbulah las que salvaron al régimen sirio cuando los rebeldes amenazaban a las puertas de Damasco. En 2015 fueron las alas rusas las que concedieron a al-Assad la superioridad aérea invirtiendo un campo de batalla en el que perdía territorios. El debilitamiento de estas dos potencias aliadas clave para la supervivencia del régimen assadista, Rusia e Irán, ha propiciado una victoria insurrecta inesperada incluso para los propios protagonistas. Los rebeldes de HTS dejaron Idlib el 29 de noviembre para llegar 12 días más tarde sin apenas encontrar resistencia al palacio presidencial de Damasco. Las fuerzas insurrectas del sur ya habían entrado en la capital. Con Irán neutralizado, la cúpula dirigente de Hizbulah decapitada por Israel en el Líbano y la aviación rusa absorbida en su guerra de invasión de Ucrania, los soldados del ejército de al-Assad desertaron en masa. Eran en su mayoría jóvenes suníes, mal pagados, mal tratados por su jerarquía y reclutados mediante el servicio militar obligatorio.Irán aparece como el gran perdedor en el plano regional. No sólo Israel ha amputado a su mejor prototipo de milicia en el Líbano, Hizbulah, sino que también ha destruido a Hamás en Gaza, atacado a los huzí en Yemen y neutralizado a sus milicias en Irak. Con el cambio de gobierno en Siria, Irán ha perdido el corredor terrestre con el que mantenía una vía de avituallamiento de armas a Hizbulah y que atravesaba Irak para entrar en Siria por el estratégico punto de Abu Kamal y llegar al feudo chií del Valle de la Bekaa, en la frontera libanesa atravesando el segundo nodo sirio de Al Qusseir. Con ello, Israel ha partido el llamado eje de la resistencia chií que permitía a Irán abrir un frente terrestre continuo contra Israel desde el Líbano a Irán pasando por Siria e Irak.El cambio de sillas y alianzas versus rivalidades no sólo ha reverberado en Siria, sino que ha reconfigurado toda la región. La República Árabe Siria se había convertido en el tablero privilegiado donde tres potencias no árabes –Irán, Turquía e Israel– libraban una guerra indirecta para imponerse como potencia hegemónica regional. La actual salida de Irán rompe el eje de una histórica pugna chií- suní a favor de los últimos, pero también podría avivar la competición intra-suní que se enfrenta a las ambiciones de las monarquías del Golfo y las proyecciones neo-otomanas de Turquía para liderar la región. En esta ecuación, con Irán neutralizada, Ankara –miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)– se convierte en el nuevo rival regional de Israel y Siria en zona tampón.Tanto Turquía, Qatar, Emiratos Árabes Unidos como Arabia Saudí han financiado milicias insurrectas sirias durante el primer lustro de la contienda con el objetivo de hacer caer el país dentro de su órbita suní. Ahora queda por ver si serán capaces de coordinar sus esfuerzos para reconstruir Siria al tiempo que compiten por cortejar a su nuevo líder. La relación de al-Jolani con Turquía fue bastante accidentada hasta 2017 cuando los hombres de HTS se impusieron por la fuerza a la milicia Ahrar al Sham, armada por Ankara. HTS instauró su gobierno en Idlib tras purgar el territorio de todas las fuerzas discordantes y también tomó el control de los principales pasos fronterizos terrestres con Turquía como Bab el Hawa, únicas entradas de productos y ayuda, y fuente de importantes ingresos. Ankara hizo alarde de pragmatismo resituándose del lado de HTS en Idlib para asegurarse una frontera sur estable y concentrar las milicias vencidas que respaldaba en el noreste como punta de lanza contra las fuerzas kurdas. Hoy, Turquía sigue siendo una aliada de al-Sharaa y ocupa una geolocalización estratégica al compartir frontera con Siria adonde espera poder devolver a los tres millones de refugiados sirios que acoge y representan un lastre electoral en la política doméstica turca que ya ha anunciado la salida de medio millón de sirios. No obstante, Ankara no dispone de los fondos necesarios para financiar el volumen que necesita el gobierno de al-Jolani para reconstruir las infraestructuras del país.En el plano ideológico, Qatar y Turquía respaldan el movimiento de los Hermanos Musulmanes que apuesta por un islam político en los confines del Estado-nación que compite con la corriente más radical que defienden grupos yihadistas como al-Qaeda y Estado Islámico, que abogan por un califato que englobe todos los países musulmanes que antaño conformaban la umma (comunidad de fe musulmana). Mientras que Riad, que fuera la máxima exportadora del islam que promueve la escuela wahabí y la más conservadora, protagoniza una transformación y apertura social bajo el liderazgo del príncipe heredero Mohamed bin Salman en un intento de sanear la imagen del régimen autoritario y cumplir su ambicioso proyecto Visión 2030.Al-Sharaa parece inclinarse hacia este último modelo híbrido al estilo de China, que combina tradición sociocultural y confesional con un capitalismo económico. La secuencia de las primeras visitas internacionales del presidente interino sirio es reveladora: el ministro de Asuntos Exteriores turco fue el primer líder regional en visitar al comandante al-Jolani en la Damasco “liberada”, mientras que fue al príncipe heredero Mohamed bin Salman, en Riad, la primera visita que realizó al-Sharaa ya en calidad de jefe de Estado.Ha sido la división coordinada de funciones entre Qatar, Turquía y Arabia Saudí la que ha logrado catapultar en pocas semanas a al-Sharaa como el único líder capaz de conducir a Siria fuera del abismo de la guerra. Doha ha quedado encargada de las relaciones públicas para transformar su imagen; Ankara le ha brindado el manto de la legitimidad política y ofrece la única plataforma fronteriza estable desde donde reconstruir el país; mientras que Riad, garantiza los fondos para mantener el gobierno a flote y el trampolín de entrada a la comunidad internacional para lograr el levantamiento de las sanciones económicas impuestas por EEUU. Es más, ambas monarquías se comprometieron en Nueva York a sostener el nuevo gobierno con 75 millones de euros para sufragar los gastos de los servicios públicos esenciales en toda Siria durante un período de tres meses.Al poco de hacerse con Damasco, Abu Mohamed al-Jolani abandonó después de 42 años su nom de guerre junto con su uniforme caqui tocado de un turbante, para pasar a usar su nombre civil de Ahmed al-Sharaa y vestir elegantes trajes de tres piezas con corbata. Esta insólita metamorfosis ha contado con el apoyo de Qatar, que ha puesto a su servicio la poderosa cadena de televisión panárabe Al Jazeera y la red de influyentes think tanks que financia por los que ha lustrado de forma espectacular la imagen del terrorista hasta convertirlo en el “pragmático hombre fuerte e irremplazable” que es hoy. No obstante, la atmósfera de halagos y complacencia que lo rodea ya ha despertado las críticas de sus detractores sirios, que ven una suerte de continuismo del culto a la personalidad en línea con la de su predecesor. Y ello a pesar de que una de las primeras órdenes que tomó el presidente interino fue la de no reemplazar los pósteres con el rostro de un omnipresente Bashar al-Assad que empapelaban administraciones y calles y fueron arrancados o quemados. Con todo, se vuelve a escuchar esa máxima de “O al-Assad o el caos”, en su versión de “O al-Sharaa o el caos”.El inesperado anuncio del desarme y la disolución de las milicias del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) lanzado desde la reclusión por su líder y fundador, Abdulá Öcalan, se suma a los reveses inesperados del último año. Miembros del PKK asesoran a las instituciones político-administrativas kurdas y a las milicias de las FDS en el noreste sirio. Este anuncio abre una oportunidad para apaciguar el norte del país donde al-Sharaa se enfrenta a un complejo dilema ya que, mientras intenta negociar con los kurdos el retorno de sus armas al control estatal, parte de su ejército ataca posiciones kurdas bajo órdenes turcas, lo que revela una insubordinación de su propio ejército y provoca tensiones tanto con los kurdos como con Ankara. La localidad kurda de Afrín representa un claro ejemplo: se ha transformado en un enclave turco en territorio sirio de la que la mayoría de su población kurda ha sido expulsada en un intento de arabización. Afrín sigue ocupado por soldados turcos; se utiliza la lira turca en los comercios; la lengua turca se enseña en las escuelas y las señales de tráfico están en turco. Los barrios kurdos de Alepo son otro ejemplo invertido con el nuevo ejército incapaz de desplegarse en sus calles debido a la resistencia armada que presentan los efectivos de las FDS, situación que recuerda que el enfrentamiento armado con Damasco sigue siendo una posibilidad real.Sin el PKK se acaban las razones para que Ankara y las milicias que arma ataquen posiciones kurdas, argumenta optimista en Qamishli Salih Muslim, copresidente del Partido de la Unión Democrática kurdo (PYD, por sus siglas en kurdo). La alianza táctica entre las milicias kurdas y la Coalición Internacional que lidera EEUU son otra incógnita desde que el pasado mes de abril Trump anunciara una futura retirada de los más de 2.000 marines de sus múltiples bases en territorio sirio. El repliegue tendría consecuencias determinantes para las FDS: debilitaría a los kurdos en su negociación con Damasco; los dejaría expuestos a la superioridad de la aviación turca y abriría una grieta tanto para el retorno de Estado Islámico como para una mayor injerencia fragmentaria israelí en zona kurdo-siria. Pero, sobre todo, les privaría del aval principal para mantener sus armas fuera del Estado en tanto que principal aliado de Washington en Siria en la lucha contra los terroristas de Estado Islámico. Los kurdos se consideran excluidos de todos los procesos políticos, desde la formación del nuevo Gobierno hasta la concepción de la nueva Constitución o de los comicios parlamentarios. Ahora, al-Sharaa intenta cortocircuitar las relaciones ventajosas que mantienen las FDS con Estados Unidos en el plano militar, en su alianza con la Coalición Internacional, y así monopolizar la coordinación de la lucha contra el terrorismo en las instituciones de Damasco. Las matanzas de civiles de otras minorías como drusos y alauitas son también un argumento de peso para no entregar las armas a quienes las han perpetrado. Sin garantías claras para con sus comunidades, la inserción de las FDS en el ejército nacional será difícilmente llevada a cabo al cierre del 2025 como estipula el acuerdo firmado. Entre las principales demandas de al-Sharaa a la Administración Trump se encuentra el levantamiento definitivo de todas las sanciones económicas, a cambio de un giro de 180 grados en su política exterior que permita posicionar a Siria como un aliado geoestratégico de Estados Unidos en Oriente Medio. Esta cooperación incluiría la participación activa en la lucha contra el terrorismo, con la expectativa de que Siria se incorpore oficialmente, en un futuro cercano, a la Coalición Internacional liderada por Washington –de la que España también forma parte– en las operaciones contra el Estado Islámico en Siria e Irak. La progresiva alineación con la política de la Casa Blanca contemplaría, además, la posibilidad de un despliegue de tropas estadounidenses en la base aérea de Damasco. Esta medida permitiría a al-Sharaa alcanzar varios objetivos simultáneamente: disuadir los bombardeos israelíes, someter a las milicias kurdas bajo su control y enviar un mensaje contundente a las facciones suníes más radicales y díscolas de su ejército, advirtiéndoles que podrían ser eliminadas en el marco de la lucha global contra el terrorismo.Más fácil le resultará a al-Sharaa contentar a su vecino jordano cuya principal preocupación es la inestabilidad y violencia derivada del narcotráfico del captagón a través de sus fronteras. Mientras que el Líbano tiene tanto interés como Turquía en mantener una Siria estable y en paz a la que poder devolver al millón y medio de refugiados sirios que acoge, que cuenta por un cuarto de la población nacional y cuya presencia ha generado numerosas tensiones internas al igual que para Ankara. En cuanto a Rusia, las aparentes distendidas relaciones entre Donald Trump y Vladímir Putin han evitado una escalada mayor en territorio sirio y sobre todo una abrupta expulsión de los uniformados rusos cuya bandera tricolor aún ondea sobre las bases aéreas de Qamishi y Hemeimin, así como sobre la marítima de Tartús. A pesar de que Moscú ha acogido al prófugo Bashar al-Assad por motivos “humanitarios”, también ha enviado a sus delegados para negociar con la nueva Damasco la vigencia de sus bases militares en Siria. La base costera de Tartús representa el único acceso ruso a las aguas calientes del Mediterráneo, fruto de una alianza de conveniencia soviético-siria que comenzó con Hafez al-Assad en 1971 en plena Guerra Fría. Medio siglo después, Bashar al-Assad rubricó otro pacto por el que Rusia podría utilizar la base naval por un período de 49 años, con derecho a expandirla y operarla de forma gratuita. Un acceso que cobra mayor relevancia en la tensa coyuntura internacional.Al-Sharaa habría solicitado informalmente a Moscú la extradición de Bashar al-Assad para ser juzgado en Siria, asegura su círculo en Damasco, lo que proporcionaría un proceso cargado de simbolismo para procurar justicia a su pueblo y acelerar la reconciliación nacional. Un escenario poco probable porque mermaría la legitimidad rusa ante el denominado sur global como un aliado poco fiable que sacrifica a sus socios. Sin embrago, al-Sharaa ha demostrado estar dispuesto a dejarse cortejar por Moscú si con ello logra alarmar a Occidente y acelerar el levantamiento de restricciones económicas y convertir las promesas en ayudas reales. Prueba de ello es que los nuevos billetes sirios de los que será desterrado el rostro de Bashar al-Assad son paradójicamente impresos en Moscú. A mediados de octubre, al-Sharaa realizó su primer viaje a Moscú para reunirse con Vladímir Putin, consolidando así una nueva etapa en las relaciones sirio-rusas. Previamente, los ministros de Defensa y Asuntos Exteriores ya habían allanado el camino con una visita clave en verano, que resultó decisiva para recalibrar los vínculos bilaterales y apostar por una línea continuista. Durante el encuentro, al- Sharaa aseguró a su homólogo ruso que “todos los acuerdos firmados serán respetados”, en un gesto de garantía y estabilidad. A cambio, Moscú se compromete a reanudar las exportaciones de recursos estratégicos como energía, medicamentos y alimentos, vitales para un país en crisis. A pesar del aparente continuismo, la aproximación de al-Sharaa hacia Moscú responde más a una necesidad coyuntural que a una alianza estratégica o ideológica, como fue el caso durante el régimen de los Assad. La no intervención rusa con el cambio de régimen sirio para dejar caer a al-Assad responde a un marco más amplio donde se incluyen las negociaciones entre Trump y Putin con promesas a la hora de anexar territorios de Ucrania y garantías de su no inclusión en la OTAN. Una postura que ya le ha valido numerosas manifestaciones entre la población siria aún en luto por las decenas de miles de víctimas civiles de los cazas rusos.La creciente hostilidad de Israel, marcada por continuos ataques aéreos, ha sido determinante en este giro. Ante esta amenaza, Damasco tantea el redespliegue de patrullas rusas en el sur del país, con el objetivo de generar un efecto disuasorio frente a Israel, similar al papel que Moscú desempeñó bajo el mandato de Assad para proteger la presencia iraní en esa región. El riesgo de este posicionamiento radica en la perpetuación de la política de injerencia externa heredada de al-Assad, de la que Siria difícilmente podrá desprenderse mientras continúe siendo el eslabón débil en el tablero regional.3.2. Sobrevivir a la reconfiguración regional de la nueva potencia hegemónica IsraelAl-Sharaa ha sabido jugar sus bazas en el ámbito regional e internacional donde se ha granjeado las promesas de actores relevantes, incluida la Administración Trump, pero no por ello ha logrado que Israel haga una excepción en su política hostil in crescendo hacia Siria. Israel realizó contados ataques contra posiciones militares en Siria entre 2013 y 2020, fecha tras la cual incrementó progresivamente, y con total libertad, el ritmo de bombardeos con una media de 40 por año. Desde el vuelco del pasado 8 de diciembre, Israel ha lanzado un millar de ataques aéreos en Siria, la mitad en los 10 días siguientes al derrocamiento de Bashar al-Assad, destruyendo parte de la aviación y numerosos depósitos de armas sirias.En tal contexto, al-Sharaa ha de caminar con la habilidad de un faquir sobre una alfombra de clavos. Más aún cuando su nombre de guerra al-Jolani responde al gentilicio empleado para los oriundos de los Altos del Golán y recuerda una amarga realidad: al-Sharaa lidera un país en el que no puede visitar la casa de sus padres que fueron expulsados en 1967 por las mismas tropas israelíes que la siguen ocupando ilegalmente desde entonces. Tras reconfigurar las relaciones con Ankara, Washington y Moscú, las tropas israelíes son las únicas extranjeras hostiles que permanecen en suelo sirio junto a Estado Islámico. Ambas fuerzas han amenazado con asesinar a al-Sharaa.Las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) han replicado la misma política que mantuvieron con al-Assad: violar la soberanía del espacio aéreo y terrestre sirio con el objetivo de mermar al máximo sus capacidades militares. Y lo ha hecho con la misma impunidad que disfrutaba entonces en el ámbito del derecho de la guerra y del derecho internacional. Si bien la estrategia parece seguir siendo la de mantener una Siria débil, la naturaleza de los ataques ha cambiado: bajo el gobierno de al-Assad, el 54% de los bombardeos israelíes tenían como objetivo efectivos y bases de Irán y Hizbulah, mientras que ahora se dirigen en su totalidad contra las nuevas Fuerzas Armadas sirias.Al atacar los convoyes del nuevo ejército de al-Sharaa, Israel ha establecido una nueva línea fronteriza imaginaria desde unos 20 km al sur de Damasco hasta su frontera y bajo la cual prohíbe todo tránsito de armas y presencia de soldados sirios o turcos. Se trata de facto de un cordón desmilitarizado y objeto de las negociaciones en curso entre Israel y Siria con mediación del enviado especial estadounidense, Tom Barrack. Unas negociaciones en punto muerto después que Israel reintrodujera el requisito de establecer un corredor terrestre hasta la provincia drusa de Sueida, lo que Damasco considera una violación de su soberanía. Tras el anuncio del “plan Trump” junto con un frágil alto el fuego entre Hamás y las FDI, Barrack aprovecha la coyuntura para avanzar en las negociaciones indirectas de paz en curso. No obstante, el objetivo de éstas no son la retirada de las tropas israelíes a las fronteras de 1967 como exige la resolución 497 del Consejo de Seguridad de la ONU (1981), sino a las del 8 de diciembre y fecha de entrada de al-Sharaa en Damasco. Se trata pues de restablecer el acuerdo de seguridad vigente desde 1974 y que Israel ha violado con la ocupación de nuevos territorios sirios.Estas negociaciones son clave para evitar el riesgo de una “libanización” de Siria por la que Israel, alentado por el ala más radical de su Ejecutivo, decida invadir el sur del país arguyendo la protección de la comunidad drusa, tal y como hizo durante 22 años con el sur del Líbano en supuesta defensa de facciones cristianas. En tal caso, es de prever que el norte quedara bajo la influencia de Turquía, partiendo el país en dos y truncando los planes de paz y de retorno de los refugiados. Las intervenciones regionales para una “deconflagración” de las crecientes hostilidades entre Turquía e Israel son clave para evitar este escenario.Al-Sharaa ha asegurado repetidas veces que sus Fuerzas Armadas no atacarán a Israel mostrándose abierto a entablar negociaciones indirectas. Ha ido más allá reuniéndose con figuras relevantes de las comunidades judías en Siria y en Nueva York, que están desempeñando un papel activo en la normalización de las relaciones entre ambos países. La protección de la magra comunidad judía siria, así como de la sinagoga de Damasco, fue una prioridad para al-Assad y lo sigue siendo para al-Sharaa. Un futuro acuerdo de paz con Israel sería sin duda un punto que anotarse ante Trump, pero por el momento es el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu –quien también se apresuró a anotarse el tanto de la caída de Bashar al-Assad– el que ha cerrado todas las compuertas y adoptado una postura hostil para con su vecino de pasado yihadista. Una política agresiva a la que Trump no ha puesto freno y que está provocando tensiones con sus propios aliados en la región, hastiados de la impunidad israelí. Qatar, aliado de Washington, ha sido el séptimo objetivo de los bombardeos de Israel que ya ha atacado en Gaza, Líbano, Siria, Irak, Yemen e Irán.Tras los atentados del 7 de octubre perpetrados por Hamás y la posterior victoria electoral de Donald Trump en EEUU, Israel ha inaugurado una nueva era en Oriente Medio, marcando el fin de la doctrina intervencionista estadounidense basada en la “guerra contra el terror” que impulsó el presidente George Bush tras el 11-S. Israel ha vuelto a reconfigurar “la cara de Oriente Medio”, en palabras de Netanyahu, tal y como hizo en 1948 cuando proclamó unilateralmente su Estado sacudiendo todo el mapa regional. De nuevo ha recurrido a la vía militar pero esta vez consagrado como único poder hegemónico en la región gracias a la ayuda militar incondicional de las sucesivas Administraciones estadounidenses con un total de 215.000 millones de euros desde 1960. Con ello, Israel se impone hoy como el proxy a cargo de velar por los intereses de Washington mientras ésta prosigue la retirada de sus tropas de la región.Con la destrucción de la aviación siria, Israel pretende eliminar a uno de los últimos ejércitos de la región capaces de confrontar, aunque sea con mucha inferioridad, la supremacía aérea israelí.[1] Las negociaciones de un acuerdo en materia de seguridad entre Israel y Siria se ven también amenazadas por el ala fundamentalista del gobierno actual que lidera Netanyahu y que no esconde sus ambiciones expansionistas a las que se refieren como el Gran Israel y por el que aspiran a anexionarse territorios del sur de Siria entre otros.En este contexto, de neo-imperialismo sionista e indignación en las calles árabes por lo que los expertos ya califican de genocidio israelí en Gaza, es difícil que el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, uno de los padrinos de al-Sharaa, entable un acercamiento con Tel Aviv a corto plazo. Como tampoco lo puede hacer el nuevo presidente sirio tal y como explicó desde Nueva York el mes pasado: “Israel todavía ocupa los Altos del Golán, y los Altos del Golán son territorio sirio reconocido por las Naciones Unidas. Los países que firmaron los Acuerdos de Abraham no tenían ningún territorio ocupado por Israel, ni son vecinos de Israel ni comparten fronteras con él. Israel incluso atacó el Palacio Presidencial en dos ocasiones consecutivas, lo que solo puede considerarse como una declaración de hostilidad”. Avanzar en una futura inserción de Siria en los Acuerdos de Abraham es sin duda una de las prioridades de la Administración Trump y punto en la agenda para el encuentro en la Casa Blanca que privilegia un enfoque de “paz por territorios” favorable a la política expansionista de la Israel de Netanyahu.Al-Sharaa ha sido uno de los líderes más populares durante la Asamblea General de la ONU, no sólo entre los jefes de Estado árabes, sino también entre los occidentales a los que ha sorprendido con respuestas contundentes, de los que ha recibido apretones de mano y con los que se ha fotografiado –desde Volodímir Zelenski a Ursula von der Leyen– transmitiendo una clara voluntad de querer formar parte del club. “Siria ha estado privada de la comunidad internacional por demasiado tiempo”, ha resumido al-Sharaa. En esta coyuntura, el nuevo líder cobra incluso más importancia para Ankara y Riad, los cuales de cara a la audiencia panárabe tratan de capitalizar el éxito logrado en Siria para minimizar su fracaso en Gaza. Su participación en noviembre a la cumbre climática COP30 (Belém, Brasil) le ha servido para ampliar su proyección internacional más allá de Occidente, especialmente hacia el denominado sur global, con nuevas e históricas instantáneas junto al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva.Por su parte, Israel ha optado por sacudir el avispero del bastión druso en el sur de Siria y alimentar la discordia civil intentando atraer a través de su propia población drusa a líderes sirios drusos detractores de la nueva Damasco como Khaldoun al Hijri. Israel cuenta con una población de 150.000 drusos en su territorio que han sido integrados en las FDI. La injerencia israelí es percibida como una divide et impera para mantener una Siria débil por la mayoría de la comunidad drusa siria que ve en un sistema federal su mejor baza para protegerse de las injerencias de Israel y de los dictados del nuevo Damasco.La táctica que está adoptando Israel en la región se asemeja a la empleada por Irán: desestabilizar la política interna de países adversarios mediante la creación de proxis armados dentro de esos Estados. Israel está intentando atraer a las milicias kurdas en el norte y apoyando a drusas en el sur de Siria contra al-Sharaa, consolidando lazos con grupos cristianos en el Líbano contra Hizbulah, apoyando en la diáspora un retorno del Shah a Irán y armando milicias suníes gazatíes enemistadas con Hamás en un eje de contra resistencia regional.[2]La violencia ejercida por la supremacía militar del ejército de Israel fuera de las reglas de la guerra corre el riesgo de generar más terroristas de los que elimina y de plantar el germen de un nuevo grupo transnacional yihadista que tome el testigo en la carrera del terror que supone el pasaje de los talibán a al-Qaeda y Estado Islámico. Un joven al-Jolani de 20 años se sumó a las filas de al-Qaeda en 2003 radicalizado por las brutales imágenes de la invasión estadounidense de Irak. Paradójicamente, la reconversión política de al-Sharaa podría ofrecer una alternativa viable al extremismo, si logra consolidarse por la vía institucional.ConclusionesSiria se encuentra ante una oportunidad tan única como compleja para iniciar una transición política genuina, que rompa con las lógicas sectarias y autoritarias del pasado.En el plano internacional, al-Sharaa ha roto con medio siglo de aislamiento diplomático del régimen de los Assad, abandonando el eje chií y antiimperialista para alinearse con el bloque suní regional y con las prioridades estratégicas de EEUU, incluido un acercamiento a Israel. Sin embargo, Tel Aviv ha dejado claro que no dudará en eliminarlo si lo percibe como una amenaza a sus intereses: mantener una Siria debilitada, una zona desmilitarizada en su frontera, la protección de la minoría drusa y los Altos del Golán ocupados. La expulsión de Irán ha redibujado la competencia regional entre chiíes y suníes, desplazando a Siria hacia la órbita de estos últimos. Aun así, está por ver si este realineamiento se traducirá en cooperación efectiva entre Qatar, Turquía y Arabia Saudí, o si, por el contrario, abrirá una nueva pugna intrasuní por la hegemonía en el tablero sirio. En el plano interno, la escuela de Idlib se ha impuesto frente tanto a los líderes suníes que participaron en Astaná y Ginebra como a los del gobierno exiliado en Gaziantep.Pese a su habilidad para construir alianzas externas, el gobierno de al-Sharaa ha mostrado escaso compromiso con los actores internos. Ha priorizado la reinserción diplomática y el levantamiento de sanciones por encima del diálogo inclusivo con la oposición, las minorías, las mujeres y los movimientos de derechos humanos. Este desequilibrio entre legitimidad externa e interna constituye una de las principales amenazas para la estabilidad del nuevo régimen, que, de implosionar, podría derivar en una nueva guerra sectaria fratricida. Sin mecanismos efectivos de condicionalidad de la ayuda externa, existe el riesgo de que las nuevas élites capitalicen el respaldo internacional para consolidar un nuevo modelo autoritario –no muy distinto al anterior en sus formas– aunque con una inversión en la correlación confesional del poder. Al mismo tiempo, una presión europea sin incentivos claros podría empujar a Siria de nuevo hacia la órbita rusa, con la que ya se exploran nuevas alianzas en materia de seguridad.En clave interna también, aumentan las fricciones entre el proyecto de pseudoteocracia suní impulsado por los sectores más conservadores de HTS frente a las demandas descentralizadoras de ciertas minorías, que reclaman una Siria plurinacional y multiconfesional. Aunque al-Sharaa ha adoptado un discurso conciliador, tanto los términos de la constitución transicional como del primer proceso electoral post-Assad (celebrado el 5 de octubre) generan inquietud, al concentrar más poder en la figura presidencial. Las minorías alauita, drusa, cristiana y kurda, junto con las mujeres, han quedado infrarrepresentadas en el nuevo Parlamento, encargado de liderar la transición legal del país durante los próximos dos años y medio. Es poco probable que esta exclusión se corrija a través de los 70 escaños de designación presidencial. La comunidad internacional podría desempeñar un papel positivo si condiciona el levantamiento de sanciones a los avances concretos en descentralización, inclusión y representación. Europa, por su parte, cuenta con una herramienta congelada desde 2011 –el Acuerdo de Cooperación– que podría reactivarse con ajustes a la nueva realidad. Mientras que España puede brindar asistencia en el ámbito de la descentralización administrativa y el diseño de planes de estudio multilingües. En el plano económico, también emergen señales preocupantes frente a desafíos colosales. Sin un marco claro que condicione el levantamiento de sanciones, ni políticas públicas de respaldo, el actual gobierno ya muestra una tendencia a sustituir la economía de guerra –basada en el contrabando de captagón y crudo, remesas y ayuda humanitaria– por un modelo igualmente dependiente, esta vez centrado en la reconstrucción. Esta transición puede llevar al relevo de las viejas élites empresariales clientelistas vinculadas al régimen de al-Assad por nuevas figuras suníes cercanas al entorno de al- Sharaa. La activa implicación del FMI, el Banco Mundial y la UE será clave no sólo para condicionar la asistencia financiera, sino para acompañar las reformas estructurales necesarias que permitan sanear y diversificar una economía devastada. España puede contribuir con su experiencia técnica para reactivar sectores clave en la Siria de preguerra como el turismo y la agricultura (14% y 20% del PIB en 2010, respectivamente), así como participar en la reconstrucción aprovechando las históricas relaciones bilaterales.Para acompañar el retorno de los más de 6,5 millones de refugiados y 7,5 millones de desplazados sirios, será necesario trasladar a Siria los programas de ayuda y asistencia, así como repensar un formato de la conferencia anual de Bruselas, en el que se conceda un papel central a la amplia y experimentada red de ONG y sociedad civil siria en la puesta en marcha de proyectos de reconstrucción tanto de infraestructuras como del tejido social. Esto conlleva priorizar iniciativas en los ámbitos de la educación, la justicia transicional, diálogo interconfesional, asistencia psicosocial y programas de desradicalización. Se puede capitalizar sobre las redes de notables tribales y figuras religiosas ya activas durante la guerra en los procesos de reconciliación nacional local. No habrá paz sin justicia, aunque el proceso lleve a fricciones entre el Estado y algunos de sus efectivos militares. España, por su experiencia, está bien situada para ofrecer asistencia en materia de transición democrática y justicia transicional.Uno de los desafíos más sensibles para el nuevo gobierno interino es el de restaurar la seguridad de los sirios y garantizar el monopolio estatal de la violencia y por ende insertar a las milicias kurdas y drusas en el ejército al tiempo que desarmar a los antiguos soldados pro-Assad. La instrumentalización de las tensiones sectarias para cohesionar el bloque suní podría reproducir las mismas dinámicas excluyentes y represivas del régimen anterior, aunque con otros actores. A ello se suman otros focos de tensión: la injerencia israelí en el sur, la reactivación de células pro-régimen, el activismo residual de Estado Islámico y los choques entre Turquía y las milicias kurdas amenazan la estabilidad territorial. Sin olvidar la presencia de soldados turcos, estadounidenses, rusos e israelíes en suelo sirio. En este contexto, la UE está bien situada para asistir en la profesionalización de las Fuerzas Armadas y de seguridad, así como en el control de fronteras, a través de iniciativas similares a las que realiza en el Líbano con las Fuerzas Armadas y con EUBAM Rafah y EUPOL COPPS en Gaza.Los proyectos destinados al control de armas para que no reviertan en Europa es otro componente importante. España puede aportar su experiencia adquirida en misiones en Irak y el Líbano. La integración progresiva de las milicias kurdas en las fuerzas estatales es fundamental y el acompañamiento de la Coalición Internacional (a la que pertenece España) con la que han cooperado en el terreno, aumentaría las probabilidades de éxito. Las operaciones contra Estado Islámico deberían proseguir bajo liderazgo de Damasco, pero con coordinación internacional. La extradición de prisioneros y prisioneras de Estado Islámico, junto con la repatriación de sus hijos, contribuiría a reducir el riesgo de un resurgimiento del califato islámico en Siria.[1] El poderoso lobby sionista AIPAC se ha asegurado durante el último medio siglo de frenar en el Congreso estadounidense toda venta al Líbano de cazas de combate, lo que ha dejado a Beirut con un viejo Cessna para luchar durante tres años contra Estado Islámico en su territorio (2014-2017): Mansour, Camille (1995), Israël et les Etats-Unis ou les fondements d’une doctrine stratégique, Edition Armand Colin.[2] Uno para el que se sirve también de la poderosa arma de la hasbará (diplomacia pública) bajo el ministerio de Asuntos Exteriores, que este año ha recibido un incremento presupuestario 20 veces superior al de años anteriores con 128 millones de euros, que también sirven para financiar campañas de desinformación y difamación contra Agencias de la ONU o contra líderes europeos críticos con su política.Autor: Natalia SanchaLa entrada ¿Continuismo o ruptura en la Siria de al-Sharaa? entre la herencia de los Assad y la sombra de Jolani se publicó primero en Real Instituto Elcano.