Las mil y una noches de Dani Martín

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Son días de cambios. Anda el mundo convulso, cansado, como a punto de darse de sí. Llueve en Madrid, algo que no pasaba desde que se fue la primavera y he perdido el paragüas. Al final de la calle del pintor espera el Movistar Arena, Dani Martín y sus bodas de plata. El madrileño celebra 25 años de una carrera partida en dos, primero con El Canto del Loco, la banda de todos, y luego en solitario. Hoy es el segundo de muchos conciertos en el Movistar Arena y, con todo vendido, arranca puntual. Suenan ' Zapatillas' y 'Volverá', dos de los clásicos de la banda del pueblo, para asegurar los primeros aplausos. En la segunda, momento tierno (y lacrimógeno) cuando se une a la banda Oliver, un chavalín de apenas 11 años al que le tiemblan las pupilas cuando empuña la guitarra. Vence al pánico con determinación y se lleva una experiencia para llenar de anécdotas toda una vida. Sigue con el popurrí inicial del Canto, en el que suenan bien 'Canciones', 'A contracorriente' y triunfa 'Besos'. El inicio es enérgico y rápido, se suceden redobles de batería, corcheas rockeras y miradas cómplices. Dani Martín no habla, tampoco hay nada que decir, y se dedica a cantar con una voz que suena (casi) como cuando cambió el milenio. Termina el bloque inicial con la balada del grupo: 'Puede ser', una colección de ripios muy efectiva. El espectáculo es 'sencillo'; con sus pantallas, sus camarógrafos y sus llamaradas. Hay un par de momentos de voz-en-off y proyecciones pero todo se sustenta en él y su voz. Tras un breve fundido a negro y un «te quiero» de la señora de al lado a su ¿marido?, empieza el bloque de autor. Bajan algo los decibelios y entona 'Cero', la primera que incluye de su carrera en solitario. Ahora hay un quinteto de cuerdas en 'Qué bonita la vida', menos distorsión y las letras dicen más cosas. Hay menos ímpetu, menos delirio adolescente y adrenalina, más pie a tierra, canas y reflexión. El niño del Canto muestra en este bloque intermedio su progreso como cantante y como tipo, alejado ya de los cabezazos del pasado. Mantiene el toque canalla, como demuestran 'Me vuelves puto loco', ruda y 'Novedades Viernes', donde se ríe del mundo moderno, pero ya no es su único registro. Al cronista le gusta especialmente la catarsis de 'Carpe Diem', rock a medio tempo vulnerable y suicida. Como showman, que es una de sus grandes cualidades, se muestra comedido, algo lógico si tenemos en cuenta que serán diez fechas en el Movistar Arena en apenas un mes. Por momentos parece contenerse, dar un salto menos que de costumbre, ahorrarse una arenga. Hace bien. Nadie lo nota, a nadie le importa y eso que se ahorra. El bloque de autor culmina con 'Burning Man', fiestera, y entonces se apagan las luces. Intuyo el final, aún lejano, y vuelven los clásicos de la banda con el hit más canalla 'La madre de José'. Me hace pensar, ¿tenemos todos a un colega como José? ¿Quién es José en mi grupo? ¿Y su madre? Así, a bote pronto, no sabría. La segunda noche del 25 aniversario de Dani Martín prepara su traca final con el único discurso del concierto. Sobre una luz tenue, Martín habla sobre las canciones, su primera guitarra, los amores del pasado y las arrugas del futuro. Al principio suena todo muy cliché, como a lágrima fácil, pero al terminar arranca 'Ya nada volverá a ser como antes', que a mí siempre me recordará a mi hermanito cantando en el karaoke de la Playstation; y entiendo su «chapa». Para el primer bis, 'La suerte de mi vida' se cuela en la zona VIP y desafina ligeramente, como en todas las baladas de la noche. A la gente le da igual, a su alrededor las damas lloran y pienso si, realmente, tiene sentido esto de «la crítica». Los palmeros aplauden y al remontar Goya pienso en cómo sonará 'Insoportable', ya muy atrás. No llueve y busco el bareto de mi colega Rodri. A veces, y sin saber cómo ni por qué, la vida es maravillosa.