El verdadero fantasma que recorre hoy Europa no es el del comunismo, sino aquel de la quiebra de sus sistemas de pensiones de reparto . Los trabajadores de los países de Europa continental son pasajeros de un Titanic pensional. De acuerdo a la OCDE, la deuda pensional implícita de los sistemas de reparto europeos es enorme: 360 por ciento del PIB en Francia, 330 en Alemania, 320 en Italia y 200 en España. El fuerte incremento de las expectativas de vida y la reducción de las tasas de fertilidad están agravando aún más la viabilidad de los sistemas de reparto en todo el mundo. Como afirmó el exsecretario de Comercio de los Estados Unidos Pete Peterson, «el envejecimiento global se convertirá no sólo en el problema económico más trascendente del siglo XXI, sino también en el problema político más importante». Se necesitarían alzas drásticas en los impuestos a los trabajadores o reducciones de las pensiones para equilibrar las finanzas del sistema de reparto. Este escenario de pesadilla describe agudamente la naturaleza de la coerción que esto puede ocasionar: «En 2050, para ahorrar dinero y liberar a preciados trabajadores, el Bundestag alemán votará para abolir la burocracia que administra el sistema de pensiones. Desde ahí en adelante, a cada jubilado se le asignará su 'esclavo laboral', quien le entregará cada mes la mitad de su sueldo» (Stefan Theil, 'Newsweek', 30 de junio de 2003). Vislumbro un grave conflicto entre una Europa con sistemas de pensiones sustentables y otra sin ellos. En el primer grupo, estarán los países con importantes sistemas de pensiones de capitalización (Holanda, Dinamarca); aquellos que han introducido, aunque en forma parcial, el sistema chileno de capitalización (Suecia, Polonia, Eslovaquia); y aquellos con finanzas públicas sólidas (Irlanda, Luxemburgo). En el segundo grupo estarán los cuatro países más grandes de la zona euro: Francia, Alemania, Italia y España. Los líderes de la Europa con enormes pasivos pensionales podrían verse obligados a recurrir a la antigua receta latinoamericana, es decir, presionar al Banco Central Europeo en favor de una expansión monetaria que implique la devaluación del euro , de modo que la inflación resultante reduzca el poder de compra de las jubilaciones. Sin duda, la Europa con sistemas sustentables se opondrá firmemente a esta acción. Estos conflictos estallarán en el seno del Consejo del BCE y serán difíciles de resolver entre naciones soberanas. El problema de fondo es que el sistema de pensiones de reparto rompe el vínculo esencial entre esfuerzo y recompensa, entre contribuciones y beneficios, y eso destruye los incentivos correctos y abre la puerta a la manipulación política, la evasión y los intereses creados. Además, al volverlo dependiente de las tasas de natalidad y las expectativas de vida, lo coloca en el lado equivocado de la realidad demográfica del siglo XXI hacia menores tasas de fertilidad y envejecimiento de la población. La solución es el sistema de pensiones de capitalización: permitir a los trabajadores acumular capital con sus aportes personales, en cuentas de ahorro previsional. Así se restablece el vínculo esencial entre esfuerzo y recompensa que es la base de la vida misma. El sistema de capitalización chileno se ha convertido en un modelo para la verdadera revolución de las pensiones que está ocurriendo en el mundo. En Chile, el sistema de capitalización individual ha significado la mayor creación de riqueza en beneficio directo de los trabajadores en toda su historia. En efecto, el capital generado por el sistema asciende a 250.000 millones de dólares, y de ese capital de los trabajadores, un 72 por ciento (180.000 millones de dólares) se origina en la capitalización de los aportes con interés compuesto y un 28 por ciento se debe a los aportes propiamente tales. Este nuevo paradigma creó un moderno mercado de capitales, elevó la tasa de crecimiento económico y evitó la quiebra al Estado chileno. También creó un país de trabajadores-propietarios, debilitando así el motor de la 'lucha de clases' marxista y ayudando al mantenimiento en democracia del modelo económico de libre mercado. Klaus Schmidt-Hebbel, execonomista jefe de la OCDE, sostiene que «el número de países que tienen sistemas previsionales con ahorros individuales ha pasado de 17 en 1999 a 51 en 2022. Los activos previsionales manejados por empresas privadas (como las AFP en Chile) en países OCDE se han casi duplicado en dos décadas, expresados como porcentaje del PIB: desde un 59 por ciento en 2001 a un 105 en 2021». En la década de los 90, varios países latinoamericanos siguieron el camino que inició Chile. Por ejemplo, en México, los fondos de ahorro para la vejez acumulados ya equivalen al 15 por ciento del PIB. Un 45,6 por ciento proviene de los rendimientos que ha generado el sistema de capitalización (allá llamado Sistema de Ahorro para el Retiro), mientras que el 54,4 por ciento procede de los aportes. Gracias a esta reforma, 60 millones de trabajadores mexicanos se han convertido en propietarios de riqueza real al ser dueños de sus cuentas de ahorro para la jubilación. Tras la caída del Muro de Berlín, casi todos los países excomunistas introdujeron la capitalización, aunque parcial, en sus sistemas de pensiones. Dos países desarrollados ya han seguido el modelo chileno: Australia en 1992 (el 'Superannuation') y Suecia en 2001. Al introducir Hong Kong la capitalización en 2000, se acelera el proceso de China hacia este sistema. Tanto el presidente Clinton como el presidente Bush se convencieron de su lógica y propusieron iniciarlo en Estados Unidos. La caída radical de la tasa de fertilidad en todo el mundo impacta de manera muy diferente, dependiendo de si el país tiene un sistema de pensiones de reparto o de capitalización. En el primer caso, elevar la edad de jubilación cuando la pensión es pagada por otros es dificilísimo, y basta ver lo que está sucediendo en Francia. En un sistema de capitalización, existen potentes incentivos para que, por decisión individual, se postergue la edad de jubilación o se busquen maneras de elevar el ahorro previsional . Vemos levantarse en el horizonte un mundo dividido en países con sistemas de reparto, en perpetua crisis de deuda, y en países con sistemas de capitalización, que fortalecen los mercados de capitales y el crecimiento. Es la hora, entonces, de abandonar el paradigma de pensiones de Bismarck y crear uno nuevo, anclado en la propiedad de los ahorros para la vejez, la libertad individual y la responsabilidad individual. Como escribió Víctor Hugo «nada es más fuerte que el poder de una idea cuya hora ha llegado».