Me decía la otra tarde Luis Landero que la lentitud es una exigencia de la conversación, y es cierto. Con las prisas no vamos nunca más allá del whassap, del whassap nervioso de entendernos sin entendernos. El whassap sirve para acordar un restaurante o citar a una novia, pero poco más. Ni siquiera para comunicar la hora del velatorio de un padre. La sociedad de la urgencia, que es la nuestra, aviva el frenesí de ir a todas partes, para no llegar finalmente a ninguna. Somos el atletismo de una frustración. La lentitud, hoy, es un lujo, igual que la conversación que propicia, aunque la lentitud siempre fue un prestigio, y hasta una elegancia. Hay que resucitar la lentitud, porque... Ver Más