Si lo que buscas es belleza, autenticidad y caminos vírgenes sin multitudes, Evia es la "hermana" silenciosa que te va a enamorar tanto o más que lo más conocido de Grecia.Vista aérea de Evia, cuya costa recortada forma decenas de pequeñas bahías y penínsulas. Fuente: islasdelegeo.comCada año, más de 30 millones de extranjeros aterrizan en Grecia buscando su magia única: pueblos encalados frente al mar, ruinas milenarias y esa luz mediterránea que tanto impresiona. Y entre todas sus islas, Santorini reina como la postal más conocida, pero también como destino más que saturado.Por eso, Grecia también tiene otros destinos más allá de Santorini o Mykonos. Y es que a tan solo unas horas de Atenas, existe una isla que ofrece la misma belleza sin las multitudes, sin los precios desorbitados y sin la sensación de estar en un decorado turístico. Evia, la isla que baila al ritmo del EgeoEsa joya escondida se llama Evia (también conocida como Eubea) y es una isla alargada geográficamente diversa, la segunda más grande de Grecia después de Creta, que se extiende frente a la costa oriental del Ática. A diferencia de otras islas, Evia está conectada con el continente por un puente, lo que permite llegar en coche desde Atenas en apenas una hora y media. Artículo relacionadoGrecia bajo el sol: calas secretas, acantilados míticos y un mar turquesa que parece infinitoSu capital, Chalcis (o Chalkida), es una animada ciudad costera que combina vida local, buena gastronomía y un fenómeno natural fascinante: las mareas reversibles del estrecho de Euripo, donde las corrientes cambian de dirección cada seis horas, un misterio que intrigó incluso a Aristóteles.Naturaleza pura y caminos sin turistasLa mayor virtud de Evia es su autenticidad, pues no hay grandes resorts ni hordas de cruceristas. Aquí las playas son vírgenes, los caminos serpentean entre montañas verdes y los sonidos del mar y las cigarras son los verdaderos protagonistas.En el norte de la isla, bosques de pinos y aguas termales crean un paisaje casi tropical. Edipsos, famoso desde la Antigüedad por sus baños termales (dicen que Aristóteles, Winston Churchill y Onassis los disfrutaron), ofrece un relax natural incomparable. El Monte Dirfys, la cumbre más alta de Evia, ofrece rutas de senderismo rodeadas de pinos y aromas a tomillo y resina, con vistas panorámicas sin multitudes.Muy cerca de allí está Limni, con su aire bohemio y sus casas neoclásicas junto al mar, invita a largos paseos al atardecer y cenas con pescado fresco. En el centro de Evia, los pueblos montañosos como Steni Dirfyon seducen a los amantes del senderismo. Y desde allí mismo parten rutas hacia el deslumbrante Monte Dirfys.Y en el sur, la isla se vuelve casi lunar. Las playas de Chiliadou o Agios Dimitrios, con sus acantilados y aguas turquesa, ofrecen una belleza salvaje que recuerda a las calas más remotas de Cerdeña o las Cícladas, pero sin el bullicio turístico.Artículo relacionadoReaparece un pueblo griego hundido hace 50 años: aquí las imágenes y la explicación del sucesoTradición y sabor en los pueblos del EgeoLo cierto es que Evia conserva la esencia de la Grecia rural: tabernas donde los pescadores sirven su propio vino, casas encaladas con buganvillas y plazas donde los ancianos juegan al backgammon bajo las moreras.En Karystos, al sur, se mezclan ruinas venecianas, un puerto animado y playas interminables. En Kymi, cuna de la navegación griega, los balcones de hierro forjado miran al mar como si aún esperaran el regreso de los marineros.You've just discovered a ridiculously beautiful extension of a remote beach in #Evia. What do you do next? #discovergreece Photo / cbous (IG) Archaboli beach, Karystos pic.twitter.com/GN1vBv8WgG— DiscoverGreece.com (@DiscoverGRcom) August 13, 2023La gastronomía es otro de sus tesoros. La miel de abeto, el queso feta artesanal, el aceite de oliva local y el vino blanco producido en pequeñas bodegas familiares convierten cada comida en un homenaje a la tierra. Aquí, comer sigue siendo un acto de encuentro y celebración. En definitiva, Evia es la Grecia sin filtros, esa que aún conserva su ritmo pausado, sus costumbres y su encanto natural.