Osorio esquivó la llegada al bar de Lauren y después de los demás. Necesitaba estar solo, alejarse de ese ridículo jueguecito, distanciarse de Dorita. Fue de nuevo hasta el ventanal y aumentó su preocupación. Los paseos junto a la piscina estaban anegados hasta el punto de cubrir parte del seto y de la baranda que rodeaba la piscina. No había luz ni en el exterior de la casa, ni en toda la urbanización por lo que la lluvia se intuía por el sonido de la fuerza con la que caía. Escudriñó el peldaño sobre el que se asentaba el marco del ventanal y comprobó que el agua lamía el límite. Y, para colmo de males, ni Coco ni Luis contestaban al móvil. Al final de la accidentada cena logró hablar con ellos y cerciorarse que sus dos hijos estaban bien, seguros en casa de alguien, pero ahora su falta de respuesta avivaba su intranquilidad. A todos les insufló una tranquilidad que, poco a poco, iba perdiendo fuelle en su interior. No quería alarmar a nadie, sin embargo lo que veía en el exterior apostaba por lo contrario. Max vertía una considerable medida de whisky en su vaso. Ignoró el hielo. Simplemente agitó la bebida en el vaso y dio un trago largo. Vio a Su al otro extremo de la barra del mueble bar mezclando Coca-cola en una renovada bebida. Cuando ella cruzó su mirada, Max le dio la espalda para dirigirse hasta los sofás. — ¡Oh, pobre Max! -exclamó Dorita al verle llegar- Me parece que por ser el nuevo en esta reunión de viejos buitres te has llevado la palma. No le hagas caso a Juanma y disfruta. Aunque se le trababa la lengua, sus palabras sonaron lógicas. Max sentía todo el odio hervir en su sangre y tan sólo el calor del whisky parecía arroparle. Si dejó de tener contacto con ellos durante tantos años era por el daño que le hicieron siendo joven. No podía perdonarlos y, sin embargo, había acudido a la puta cena. — Te separaste de esa chica…… Jena, creo que se llamaba, ¿cierto? -le preguntó Dorita, invitándole a que se sentara a su lado en el respaldo del sillón- Si te digo la verdad, todos los que estamos aquí tenemos razones suficientes para mandar a la mierda el matrimonio. Él hizo un gesto asertivo sin dejar de empinar su copa. — Pero preferimos el cinismo. Es más sencillo, menos engorroso, incluso más moral. -y soltó una risotada que hizo a Osorio abandonar su inquieto vistazo al exterior- Fíjate lo que acabo de decir: ¡moral! Los burguesitos somos unos especialistas en decorar la mierda que nos flota. ¿Verdad, amor? Osorio se acercó a ellos y, tras mirar severamente a su esposa, sonrió circunstancialmente a Max. — No te dejes aburrir por las ocurrencias de mi mujer, da la nota en todas las fiestas. Bebe y bebe para curar su insatisfacción vital. Dorita se levantó con dificultad del respaldo y le echó el resto de su bebida en la cara. — ¡Estúpido farsante! Los demás se acercaron a ellos, excepto Lauren que apretaba sobre su oreja su teléfono móvil. Llamaba a su hijo, tanto a su móvil como al fijo de su residencia de casado, sin obtener respuesta. Escuchaba los tonos monocordes mirando el trasero de Su y las marcas que dejaba el tanga. ¿Desde cuándo no follaban? ¿Desde cuándo no se daban un beso apasionado? No lo recordaba con exactitud porque hacía mucho tiempo. Demasiado. La quiero pero ella me esquiva, la aburro con mis insinuaciones torpes, ya no la excito. ¿Se follará a otro? Creo que la muy puta lo hace. ¿Estaba, ahora, seduciendo al infeliz de Max en sus propias narices? No lo sabía, lo intuía, pero, muy en el fondo, le aburría mucho esa incertidumbre. Lo cierto es que sí. Si rebuscaba con autenticidad en el baúl repleto de su conciencia, su forma de quererla era de una manera cotidiana, sin alteraciones: esperándole risueña cuando llegara de trabajar, obediente, al fin, en los roces inevitables, callada y, si acaso, entregada en la convenida noche del coito. Lo demás es puro relleno, buscar los tres al gato. El amor es confort, unión de conveniencias, sosiego. O ¿es que cada vez que haya un problemilla (que todas las parejas los tienen, aunque no se confiesen) el matrimonio tiene que romperse? Dejemos la modernidad aparte y seamos cuerdos. — Vamos, amigos, vamos, calmémonos y disfrutemos de la velada -dijo Juanma, llevándose lejos del entorno de los sofás a Osorio. — Mira, te has arrugado el vestido. Anda, vamos al baño y te arreglamos otra vez. Luz tomó de la mano a Dorita e intentó retirarla de la escena. — ¡Déjame! -se soltó de la mano con violencia- No me apetece arreglarme ni me da la gana de nada, ¿entendéis? Estaba de pie, agitando los cabellos con unas sacudidas crispadas de cabeza, y retando con los ojos a quien la mirase. — ¿No queréis daros cuenta que la frustración de mi matrimonio es también la vuestra, pedazos de embusteros? -gritó pataleando y agitando con furia las manos mientras señalaba a todos- ¿Queréis historias de cuernos de verdad? ¿Las queréis? Juanma, ¿le has contado a tu mujercita que follaste conmigo hace dos años? A que no, a que lo le has dicho ni pío. Y tú, Su, ¿le cuentas a Lauren que te tiras a tu profesor de Pilates? Jajajajajajajajajaja. Sois ridículos porque todos lo sabéis como yo y os calláis para hacer maravillosa de vuestra vida. ¡Todos somos ridículos! ¡Qué sociedad más impoluta y refinada por Dios! Todo se miraban aturdidos, tratando de encontrar las palabras con que detener ese traspié. Max se fue al mueble bar otra vez y, en esta ocasión, Su le siguió sin importarle la ubicación de su marido. Juanma y Osorio, parados en las puertas que dividían una estancia con otra, comentaban algo en voz baja. Luz trataba de buscar una respuesta en la cara de Juanma. — Tal vez tendríamos que pensar en irnos a casa -dijo Lauren tintineando los hielos en su vaso de ginebra- La noche está más que fea en todos los sentidos. Ni siquiera Cosme me coge el teléfono. Su precipitaba su escote frente al rostro adusto de Max. Le preparaba otro whisky-cola bien cargado, por favor. Ninguno de los dos tenía intención de comentar la pasada ronda de infidelidades y se mantenían silenciosos escuchando el compás de los cubitos de hielo en los vasos. — Todo lo que ha dicho Dorita de mí es cierto –dijo Su, esbozando una media sonrisa- Y lo sabe de sobra el tonto de mi marido. Max no dijo nada. Bebió y chascó los labios hasta que se encontró con el escote prominente de ella. — Hace un rato hubiera tomado tu frase como una insinuación más que apetecible, Su. Ahora me puede lo que en realidad me ha arrastrado hasta esta velada. El resentimiento, sólo eso. Estos tres supuestos amigos, además de algún otro que no está, que amargaron mi juventud con su desprecio. Su le escudriñó extrañada en un principio, luego le acarició la mano suavemente. — Estos tres por lo menos son imbéciles, te lo aseguro. Ni ellos, ni los demás, se percataron que bajo el ventanal, donde antes estuvo Osorio cotejando el avance del temporal, se formaba un charco que crecía aceleradamente.