Felisa García, una de las pocas doradoras de pasos de Andalucía: "El oro sube a diario, pero no paramos"

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El dorado es una de esas artes que parecen detenidas en el tiempo. En su taller de Sanlúcar, Felisa García Llanera trabaja rodeada de pan de oro, estucos, pinceles y el aroma terroso del bol, el barro que sirve de base a cada pieza. Con 36 años de experiencia y un reconocido prestigio, Felisa es la única doradora en activo en la provincia de Cádiz, una maestra que ha hecho del brillo del oro y el estofado su forma de vida.Su larga trayectoria en esta artesanía tuvo unos inicios realmente paradójicos dada su condición de mujer, algo que a día de hoy es impensable que suceda. En aquellos tiempos, recuerda que para arrancar en el dorado tuvo que usar como 'tapadera' a un taller sevillano. Su juventud, ser mujer y su corta experiencia entonces, le obligó a nutrirse de encargos mediante esta fórmula. Hace muchos años que posee la suficiente solvencia profesional que le concede un valioso nombre propio en este mundo. Felisa García aplicando el dorado a una cartela de un paso. JUAN CARLOS TOROLa doradora sanluqueña aplicando un pan de oro a una pieza.  JUAN CARLOS TORO“Hacerte un nombre en este oficio cuesta, pero afortunadamente lo he conseguido”, confiesa con la serenidad de quien sabe que pertenece a una estirpe cada vez más escasa. Su taller, el único de la provincia dedicado en exclusiva a este arte, recibe encargos de hermandades y particulares de toda Andalucía. “Probablemente seré la última, por lo que voy viendo”, admite con un matiz de resignación.El precio del oro, un enemigo diarioEl gran desafío de Felisa no es la falta de trabajo. Todo lo contrario: “Tenemos una carga de trabajo impresionante, y llevamos meses diciendo que no se puede más este año”. Su verdadero problema es el precio del oro, la materia prima esencial de su oficio, cuyo valor ha llegado a alcanzar los 3.452 euros por onza (casi 29 gramos).“El oro sube constantemente. El precio de ayer no es el de hoy, y eso hace imposible presupuestar con certeza económica”, explica. Los encargos de dorado —mayormente pasos de Semana Santa— requieren meses de dedicación, y un cambio de apenas unos euros en el metal puede alterar todo el presupuesto.Detalle de un pan de oro. JUAN CARLOS TOROPor eso, Felisa pide a las hermandades que compren el oro de inmediato, en el momento de acordar el proyecto. “Si me traen el dinero justo para comprar el oro, mantengo el presupuesto. Pero si pasan meses, tengo que volver a recalcular. El último mes ha subido 100 euros cada 500 láminas; 400 euros las cuatro cajas de pan de oro”.Y añade con franqueza: “Del año pasado a este, el trabajo cuesta un 25% más solo por el oro. En otros talleres puede llegar al 50%”.“El dorado no ha cambiado, apenas ha evolucionado”Aprendió en las escuelas taller de Sanlúcar, aquellas que formaron a toda una generación de artesanos en los años 90. “Fueron unos cursos buenísimos. Fue la única oportunidad de aprender una disciplina que prácticamente no se enseña en ningún sitio”, recuerda.Antes existía la figura del aprendiz: jóvenes que pasaban años en los talleres observando, practicando y puliendo su técnica. Hoy, lamenta, eso ya no es posible. “Si quieres tener un aprendiz, le tienes que pagar, asegurarlo, dedicarle tiempo y además asumir el coste de los materiales, que son carísimos”.En plena labor de lijado del estuco en una talla.    JUAN CARLOS TOROCaja de láminas de oro de 16 quilates, que se provee desde Italia.  JUAN CARLOS TOROFelisa explica que el dorado sigue siendo casi idéntico al de siglos atrás. Solo se han incorporado pequeñas máquinas para aplicar estuco o lijar con más precisión. “Nos permiten dejar una pieza más definida, no tan tosca como antiguamente, cuando yo empecé y se usaba incluso piel de cazón para pulir”.El oro, sin embargo, sí ha cambiado. No en su esencia, sino en su pureza. “Antes usábamos panes de oro de 19 gramos; ahora de 15 o 16. Eso se nota mucho: el que tiene menos proporción de oro se oscurece antes, en 10 o 15 años, mientras que el bueno se matiza, pero no se ennegrece”.Un material que se escapa entre los dedosFelisa compra sus láminas de oro en Alemania o Italia, los únicos países que mantienen una calidad certificada. “Los panes de oro asiáticos fracasaron. Parecían iguales, pero se oscurecían y daban aspecto de lata. Nadie los usa ya". Cada caja contiene 500 láminas, separadas por finísimos papeles, un material tan frágil como valioso.Herramientas para el desbastado de las piezas terminadas en el tallado. JUAN CARLOS TOROFelisa con la piedra de ágata, fijando y bruñendo el oro. JUAN CARLOS TOROPero el oro no es el único problema. El bol -barro de tierra tamizada que se mezcla luego con colas animales-, que sirve de base al dorado, también ha disparado su precio. “Antes costaba 60 euros el kilo, ahora 200. Sin eso no se puede dorar”, dice. Los proveedores de este producto radican en Armenia y Alemania.Por eso, la doradora siempre trabaja con transparencia. “A la hermandad no se le engaña. Si el oro de 16 gramos cuesta esto y el de 9 cuesta menos, yo lo explico. Pero luego no se puede pedir el mismo resultado”."Andalucía tiene una calidad que la envidian en todos sitios"A pesar de los desafíos, Felisa defiende con orgullo la calidad del trabajo artesanal andaluz. “Tenemos un nivel altísimo. En Andalucía se trabaja muchísimo para toda España, y nuestros acabados son maravillosos. Nos los envidian en todos lados”, afirma.Sabe que su oficio es duro, lento y solitario. “Me puedo pasar un año entero con una pieza, y eso también tiene su coste. Pero cuando ves cómo brilla al final, sabes que ha merecido la pena.”Mientras el oro sigue subiendo, Felisa García continúa cada día en su taller de Sanlúcar, dorando madera con la misma delicadeza que aprendió hace más de tres décadas. Con cada lámina que aplica, deja la huella de una ancestral tradición que sobrevive en Andalucía al paso del tiempo.