La libertad de la tarde

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Nos sentimos libres porque escribimos cuanto queremos, sin reglas ni límites; podemos opinar de todo sin tener que informarnos previamente y entrar en las vidas ajenas con la impunidad  y el atrevimiento de quien puede ocultar su nombre y su rostro en un perfil falso.Somos tan libres como nuestros dispositivos nos permiten, tan comprometidos como la extensión de la cobertura; tenemos la información de los grupos de WhatsApp de los que somos miembros. Pero nos asfixia una alerta constante, el deber de estar presentes, de seguir las consignas virtuales, de ser alguien en ese espacio que nos parece el mundo y, a menudo, no es más que una sucesión de muros. También de esos muros emana solidaridad y bellos sentimientos, pero quedan atrapados, sin posibilidad de volar. Todo parece un remedo de libertad, un engaño de alambradas invisibles, alambradas al fin y al cabo. De vez en cuando, en esos muros, asoma un poema sobre la tarde y nos quedamos prendidos a una tarde de otoño cuando declina; por un momento, la compartimos, la miramos desde todos los prismas posibles: el de la infancia y los deberes, el de la soledad y la vejez (que se aproxima), el del tiempo implacable que todo lo difumina y la luz que se acobarda poco a poco, mientras suenan de fondo las noticias y su dosis de horror diaria. [articles:344915]Vivimos en la irrealidad, en artefactos gobernados por entes desconocidos, en relaciones virtuales, en imágenes confeccionadas a medida; enganchados a una mentira, porque la realidad duele demasiado para mirarla a los ojos. Como si la alternativa que estamos construyendo fuese más hermosa. Mañana la poesía volverá a derribar los muros y dejará entrar la luz. Os invito a salir a su encuentro.