El Partido Popular está viviendo su propio dejà vu con la dimisión de Carlos Mazón. El valenciano anunció su marcha el lunes, pero nadie sabe muy bien cuándo se irá ni quién le sustituirá —ni siquiera sus compañeros de filas—, aunque el nombre del actual portavoz en Les Corts, Juanfran Pérez Llorca, aparece en todas las quinielas. En Génova la crisis valenciana ha generado un desgaste que ha arrastrado a su líder nacional, Alberto Núñez Feijóo, tras decidir mantener a Mazón en el cargo durante un año pese a su negligente gestión de la dana. Incluso ahora niega ser el artífice de su caída. Por su parte, en el PP valenciano la mayoría celebra —en privado—dejar atrás una agónica etapa, pero teme que se revivan las viejas pugnas en el partido y un futuro condicionado, más aún, por Vox. La salida a la crisis no será fácil ni estará exenta de movimientos internos para lograr el control del partido. La Comunitat Valenciana vuelve, así, a convertirse en el epicentro de los problemas del PP. Fue la misma que, en 2015, marcó el inicio del declive de la presidencia de Mariano Rajoy con los escándalos de corrupción que desahuciaron a los conservadores de la Generalitat y el Ayuntamiento de la capital. También fue la primera en pactar y aceptar un Gobierno de coalición con la extrema derecha tras las autonómicas de 2023, esta vez bajo el mandato de Feijóo, y con un Mazón al que Génova siempre ha culpado de frustrar las expectativas de su líder de alcanzar La Moncloa meses después. Ahora, los de Santiago Abascal están más fuertes y ya han anticipado que impondrán condiciones más duras.El antaño feudo del PP, que gobernó veinte años ininterrumpidos en la comunidad, de 1995 a 2015, y veinticuatro en el Ayuntamiento de la capital bajo la batuta de Rita Barberá, fue también un símbolo de poder y caciquismo: el PP de las plazas de toros llenas, del derroche sin complejos, de televisiones manipuladas y obras faraónicas. Valencia aparecía como la tierra prometida que el Partido Popular predicó en tres provincias: Castellón, Valencia y Alicante. "El que gana las elecciones coloca a un sinfín de gente. Y toda esa gente es un voto cautivo", llegó a admitir Carlos Fabra, presidente de la Diputación Provincial de Castellón, condenado por cuatro delitos contra la Hacienda Pública. Ese era el estilo PP.Una forma de gestionar el partido y las instituciones que dio muchas victorias, pero también campañas electorales irregularmente financiadas, proyectos costosos con presupuestos doblados, proyectos fallidos como el aeropuerto de Castellón, Terra Mítica, la Ciudad de la Luz y eventos como la Copa del América o el Gran Premio de Fórmula 1. Y muchos casos de corrupción: Orange Market, Gürtel, Brugal, Emarsa, Cooperación, Taroncher, Fabra, Nóos. Los escándalos alcanzaban todos los niveles, hasta el punto que tres de los cinco presidentes de la Generalitat que ha tenido el partido han sido procesados: Eduardo Zaplana, José Luis Olivas y Francisco Camps. Se salvan, de momento, Alberto Fabra y el citado Carlos Mazón, aunque si pierde el aforamiento podría ser imputado por la jueza de la dana, Nuria Ruiz Tobarra, que ha solicitado hasta en dos ocasiones su declaración voluntaria.El gran artífice de que el PP se convirtiera en una fuerza hegemónica en la Comunitat Valenciana fue fue Eduardo Zaplana. Fue él quien unificó en las siglas del PP a toda la derecha nacionalista española y quien, en ese proceso, logró fagocitar a Unión Valenciana, el principal partido de la derecha valencianista. Una formación que llegó a tener diputados en el Congreso, logró la presidencia de las Cortes Valencianas y varias carteras en el Consell gracias a más de 200.000 votos.Originario de Cartagena, Zaplana supo hacer suyo ese discurso anticatalanista que tuvo tan buen predicamento en la cultura valenciana. El ascenso del partido en la Comunitat fue meteórico gracias al apoyo de José María Aznar, pese a que antes de ser candidato a la Generalitat y cuando era presidente del PP de Alicante, se vio envuelto en el primer escándalo de financiación ilegal del partido, el caso Naseiro, con unas escuchas que finalmente fueron anuladas en el proceso.En 1995 el PP consiguió con Zaplana sus mejores resultados en unas elecciones autonómicas, pero necesitó acordar con la citada Unión Valenciana para alcanzar la presidencia de la Generalitat, lo que después se conoció como el pacto del pollo por la forma de repartirse el poder: para el PP el Consell y para UV la presidencia de las Corts Valencianes. En 1999, Zaplana alcanzó su primera mayoría absoluta, aunque no llegó a acabar su mandato. Se le quedó pequeña la política autonómica y, en 2002, dio el salto al ministerio de Trabajo con el Gobierno de Aznar. Como sucesor dejó a quien había sido su mano derecha, José Luis Olivas —un caso que recuerda a la actual situación de Mazón y Pérez Llorca—, que ocupó el interregno de menos de un año hasta que en 2003 viniera el sucesor, Francisco Camps, con otra nueva mayoría del PP. Olivas fue recompensado con la presidencia de Bancaixa y del Banco de Valencia, ambos ya desaparecidos, y también fue condenado a año y medio de prisión por falsedad documental.Zaplana fue una de las caras de la portavocía del Gobierno de Aznar tras los atentados del 11-M de Madrid, cuando se intentó vender que en la masacre yihadista había intervenido ETA. Tras la derrota del PP en esos comicios, pasó a la oposición como portavoz del PP de Mariano Rajoy y, tras completar una legislatura, en 2008 dejó su escaño para poner en marcha una consultora privada y empezar a trabajar como alto directivo de Telefónica. La sombra de corrupción siempre planeó sobre su figura y, años después de dejar la política, fue detenido por blanqueo de capitales, cohecho, prevaricación, malversación de fondos públicos, tráfico de influencias, fraude en la contratación, delito fiscal, falsedad documental, asociación ilícita para delinquir y grupo criminal. Permaneció en prisión preventiva casi un año, después de lo cual fue puesto en libertad condicional por motivos de salud. Tras Zaplana y Olivas llegó Camps, que tampoco acabó su último mandato en la Generalitat. El Ayuntamiento de València fue su primera experiencia institucional tras ser apadrinado por la ex alcaldesa de València, Rita Barberá, cuando ella militaba en la Alianza Popular de Fraga Iribarne. Después desempeñó cargos públicos en el Congreso, en el Gobierno valenciano presidido por Zaplana, en el de José María Aznar y finalmente en la Generalitat Valenciana como president. Allí se mantuvo Camps desde 2003 hasta 2011, en pleno boom inmobiliario. Fue también la época de los pelotazos urbanísticos, las facturas falsas, la duplicidad de gastos, el troceo de licitaciones para evitar el control administrativo y de la valoración de aspectos subjetivos por encima de los técnicos. Todo ello con la complicidad de la Administración pública valenciana.En su ascenso al poder, Camps fue dejando más de un enemigo por el camino. Uno de ellos fue su antecesor y mentor, el citado Zaplana, y le costó años de luchas internas desembarazarse de su influencia. Para ello creó su propia estructura y una camarilla de adeptos en la que penetraron con suma facilidad nombres como el Álvaro Pérez, alias el Bigotes. Su misión era duplicar en Valencia el negocio de la Gürtel en Madrid después que Mariano Rajoy cerrara la puerta del PP a Francisco Correa y Pablo Crespo. Sin embargo, el expresident –que controlaba su partido al milímetro– consiguió sortear la corrupción pese a ser el primero en sentarse en el banquillo, en 2011, por el llamado caso de los Trajes. En ese grupo de adeptos también estuvo el expresidente de la Diputación de Valencia, hombre fuerte de Camps y principal cabecilla de la operación Taula, Alfonso Rus, al igual que la exalcaldesa de València, Rita Barberá, que murió por un problema hepático en 2016 y tras ser defenestrada por sus propios compañeros de partido.Pese haber ganado con mayoría absoluta, Camps abandonó la Generalitat presionado por Mariano Rajoy, que sin embargo mantuvo hasta el final la "honradez" del valenciano. El expresident, que lleva meses tratando de volver a la primera línea de la política, presentó su despedida como "un sacrificio personal y político" para "no ser un obstáculo" en el camino de Rajoy a La Moncloa. Los pronunciamientos de Rajoy en los meses anteriores a la imputación del mandatario valenciano habían buscado arroparlo al calificarlo como un "político honrado" y un "extraordinario dirigente", e incluso llegó a decir que ambos eran "parecidos". "Yo creo en ti. Y estaré detrás de ti, delante o al lado, me da igual", afirmó. El apoyo de Camps fue clave para que Rajoy se mantuviera en el poder en el congreso del año 2008 en el que Esperanza Aguirre amagó con dar la batalla contra él. Paradójicamente, Camps sobrevivió a la guerra con Zaplana y sus afines, pero no pudo convencer al hombre al que salvó de perder el control del PP.La abrupta salida de Camps dio paso a Alberto Fabra, que no solo llegó a la presidencia de la Generalitat, sino que también heredó la del PP valenciano, con una promesa: tolerancia cero frente a la corrupción. Un compromiso que se quedaba en papel mojado desde el mismo día de su anuncio: sólo el grupo parlamentario que heredó ya contaba con nueve cargos imputados en varios escándalos de corrupción de lo más sonado, entre ellos el caso Gürtel, el caso Cooperación y el caso Brugal. Fabra logró sortear los recelos de Rajoy a su candidatura y fue el cabeza de lista en 2015, pero las urnas pusieron fin a la hegemonía del PP en la Administración valenciana.Durante esos años Barberá y Fabra mantuvieron una dura pugna por el control interno, sobre todo después que esta última llevara el timón durante los meses en los que Camps estuvo alejado mentalmente del Consell por sus problemas judiciales con la Gürtel. Finalmente fue Isabel Bonig la que se hizo con el puente de mando del PP valenciano tras la derrota electoral. Cuando llegó la caída de Rajoy en 2018 y se produjo el congreso nacional para elegir a su sucesor, ella apoyó de manera expresa a la vicepresidenta Soraya Saénz de Santamaría, mientras otros cargos del PP, especialmente del alicantino, se decantaron por Pablo Casado. Entre ellos estuvo el propio Mazón, al que poco después Ciudadanos trató de fichar como candidato a la alcaldía de Alicante. Una oferta que provocó que el lugarteniente de Casado, Teodoro García Egea, le prometiera a Mazón la Generalitat a cambio de quedarse en el partido.Hoy la situación interna del PPCV no es sencilla. La actual estructura del PP valenciano todavía está definida por los zaplanistas y los campistas, aunque algunos cargos como Fabra, Esteban González Pons (portavoz del PP en Bruselas) y la alcaldesa de València, María José Catalá, no se circunscriben en ninguna de esas dos familias. Mazón, sin embargo, decidió premiar a los afines al primer president de la Generalitat bajo las siglas del PP. Y es que la trayectoria —y el ascenso político— del alicantino no se entendería sin Zaplana. Él fue quien nombró a Mazón director del Instituto Valenciano de la Juventud (IVAJ) con 25 años. Ahora el PP valenciano vive otro momento de transición y ya hay algunos que han pedido paso, como Vicent Mompó, que aspira a ser el próximo presidente del partido. Pero, como siempre sucede, será Madrid, es decir, Génova, quien tendrá la última palabra.