Dos conciertos muy diferentes el que comentamos en esta ocasión y el del día anterior, este con las famosísimas 'Variaciones Goldberg' de Bach y este con un material desconocido, para cubrir la música de la primera mitad del XVII inglés, de la mano de William Lawes , quien fue uno de los compositores llamado a desarrollar el camino de la música británica desde el renacimiento hacia el barroco, con la presencia de las violas, que tanto éxito cosecharon en Inglaterra, así como sus 'consorts', a las que se añadían ahora el arpa o el novedoso violín. Robin Pharo ha sido el co-responsable de recuperar la memoria de Lawes, primero con la grabación de esta música que ha salido en septiembre pasado, y luego recurriendo a una puesta en escena novedosa, más allá de la muy manida de los músicos saliendo por detrás del público. El comienzo del recital tuvo a Pharo saliendo en solitario, exponiendo de viva voz una reflexión muy barroca sobre la muerte, la fama o el recuerdo que perdura a través de los días, semanas, años o siglos, palabras que había memorizado para que se nos pudiera ofrecer su traducción en los sobretítulos. Luego recurrió a la iluminación hasta alcanzar la luz habitual del escenario, que volvería a oscurecerse al final del recital. También nos sorprendió con la colocación de los tres cantantes en la terraza superior (los hemos visto colocados en los palcos a un lado y otro del escenario, en los corredores laterales, pero no recordamos que se usase la parte de arriba casi con un carácter fanfárrico en 'Music, the master of thy art is dead' , prácticamente en un anuncio apocalíptico y premonitorio. Desde el inicio se fue estableciendo una distribución del sonido desequilibrado , no sabemos si buscado o dejando a cada músico dejarse llevar por su manera de tocar, en donde la luz, la fuerza, la 'viva' fue un rol asumido por la violinista, secundada por el clave, que mantiene siempre su volumen, mientras que los demás, más que tocar, musitaban su parte. Pero lo más llamativo fue el sonido del director musical del conjunto, cuya viola baja era una sombra del violín , un susurro. Y aún otra cosa nunca vista: desde el extremo del batedor hasta el puente de su viola podía haber unos 15 centímetros, quizá 20. El arco debe elegir un punto de contacto, variable según lo que quiera expresar, incluso llegando a realizar efectos concretos (el otro día lo comentábamos con el Diotima Quartet al hablar del 'sul ponticello', que persigue un sonido 'aterrador e inquietante'). Pero no hemos visto nunca a un profesional recorrer la distancia antedicha desde una diagonal hasta una posición perpendicular, con todas sus posibilidades intermedias. Se dirá que pudiera ser una forma de tocar de la época, pero la violinista lo hacía como se suele. Luego es verdad que no parecía afectar al sonido, excepto que sea adecuado para lograr el 'rumor' referido. La presencia de la arpista Pernelle Marzorati resultó agradable, colorista, y también precisa con escalas de cierto calado, que fueron ejecutadas con gran limpieza y pulcritud. Y sobre todo haciendo un tándem muy efectivo con el tiorbista Simon Waddell , también de poco sonido, pero es que ya decimos que era la tendencia del grupo. Un resultado pulcro, también claro y casi un color conjunto con el arpa. En el canto hubo pleno, aunque también más oportunidades para la mezzo Fiona McGown que para los demás, si bien todos estuvieron a gran altura. McGown lucía un volumen muy adecuado, con un color muy atractivo, bien apoyado, con graves naturales, aunque fueran pocos, pero es que su tesitura le venía muy bien con las piezas presentadas. Pronto destacó también el bajo Alex Rosen , que ya en ' L ove I obey' ya lució su voz llena, potente, con la elasticidad que da su juventud, si bien en esta primera intervención hubo un punto oscuro, pero sin importancia, que no se volvió a repetir. En 'O sing unto the Lord' se establecía una suerte de modelo que destacaba por un dominio de las texturas homofónicas, aunque con el encabezamiento a base de entradas imitativas, todo lo cual dio la oportunidad de oír a las tres voces juntas, todo un placer. Y no diríamos que formaba parte de esta disposición, pero resultó muy atractivo un 'Aleluya' polifónico, que más adelante también otro serviría para cerrar la pieza, 'Ne irascaris' fue otro trío donde confluyeron las voces y por primera vez el órgano, destacando los trementos graves del bajo sobre 'populus', palabra que también compartió con sus compañeras por una cadencia inesperada, 'disonante' más que rota, y que habla del interés del compositor hacia el atrevimiento con las armonías. En 'Come, sing the great Jehova's praise' , Pharo cambió su gamba bajo por una soprano y la violinista Émile Poupard hizo lo mismo pero con una tenor. Aquí el director pudo oírse muy bien, y no sólo porque su viola fuera más aguda, sino porque ambos cambiaron antes de terminar a los instrumentos que habían tocado hasta ahora, y seguía sonando la baja de Pharo para que se le oyera. 'In resurrectione tua domine' supuso un momento de intensidad dramática, angustiosa, con el acople de soprano y contralto y el bajo ligeramente rezagado, como eco, con notas largas e intensos cromatismos al hablar de la resurrección. Y para el final de la pieza, el otro 'Aleluya' antedicho. Reservándose para el final, la soprano Maïlys de Villoutreys arrancaba desde el fondo de la sala con la más bella de las canciones de la velada, 'O my Clarissa' , de bellísimo sonido, fraseo, regulación de dinámicas, color y sobre todo, adecuación al texto (gracias una vez más por sobretitularlo). Grandes aplausos como el día anterior, y a pesar de ello, tampoco se ofreció propina, al considerarse como un todo y no un cúmulo de piezas sin cohesión alguna. Y el público nuevamente, aunque no llenó, tuvo un comportamiento y luego un entusiasmo como se merecían estas dos veladas.