Historiador del arte egresado de la Universidad Autónoma de Madrid y periodista a tiempo completo, Juan de Oñate es, sobre todo, un reincidente de la novela. La ficción, la verdad y lo verosímil le interesan. A eso, a exprimir el limón de la verdad, ha dedicado varias entregas, la más reciente de ellas 'Presagio' (Plaza & Janés) , una novela que aborda los peligros de la curiosidad y el conocimiento. Ambientada entre el Monasterio de San Julián de Samos en 1951 y la Galicia contemporánea, la novela conecta pasado y presente a través de una investigación que saca a la luz un libro que predice la fecha de muerte de determinadas personas y cómo ese hallazgo lo trastoca todo en el presente. Los manuscritos, los archivos y los textos antiguos ocupan un lugar central y ponen a los personajes en la tesitura sobre hasta qué punto el deseo de saber puede convertirse en una condena. Sobre literatura y periodismo conversa Juan Oñate, director de la Asociación de Periodistas Europeos. 'Presagio' retoma el mito del conocimiento como castigo. ¿Prometeo no prescribe acaso? El conocimiento es un castigo. El conocimiento lleva, en este caso, a consecuencias terribles. El conocimiento de la fecha en la que vas a desaparecer es un castigo. Puede provocar un caos absoluto. Ahora, lo que pasa es que también es cierto que para la trama es fantástico, pero todo el mundo trata de intervenir su destino. Y no necesariamente por un bien común. ¿En qué sentido? Querrías saber la fecha de tu destino, pero que los demás no supieran la suya. Eso sería lo perfecto. Pero luego, por otro lado, está también el juego de quién quiere poseer esa información y con qué propósito, que es una segunda variable de esto. Ya no es solo el conocimiento personal de tu fecha de muerte, sino el manejo de una fuente que documenta las fechas de muerte de los demás. Eso es un poder infinito para todos los campos, para el campo político, el mediático, el que quieras. Si en tu novela en 'El Efecto Peruggia' hablaba del original y la réplica, ahora vuelve, otra vez, con un hallazgo. Me estoy empezando a dar cuenta de que tengo una pequeña fijación con la verdad y con la interpretación que de ella se hace, porque de alguna manera yo creo que el punto culmen de la novela tiene que ver con ese principio de Heisenberg, de que no conocemos la realidad, sino la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla. Y me parece que un poco eso es lo que ocurre en esta novela también. El análisis que cada uno hace de una verdad me parece que es muy relevante, porque cada uno tiene su propia visión y se aproxima a la verdad de una manera concreta y ya tiene unos resultados distintos. En esta novela, el monje, el historiador y el periodista tienen tres formas de mirar el mundo. En la novela está muy presente el escepticismo con el que un historiador se aproxima a fenómenos paranormales, la connotación religiosa que le da un monje llevándoselo a su propio terreno, que es lo que le interesa, como es lógico, y la visión del periodista, que es el interés general que eso suscita. Las tres miradas me parecían muy jugosas Esas dos personas, si podemos sumar al monje, también tienen que ver con ese hilo temporal. Lo eterno, que es lo que funciona para el cura, lo pasado, que es lo que funciona para el historiador y lo presente, activo o vivo, que es lo que funciona para el periodista Usted es historiador y periodista, también escritor. ¿Qué tiene la novela que no ofrece un ensayo? La ficción te permite reflexiones que, puestas en la voz de un personaje, me parecen interesantes. No digo que sean determinantes ni que sean axiomas, pero sí me parece que son excusas en las que yo me puedo permitir esas reflexiones. Y con el periodismo me pasa un poco lo mismo. Yo soy crítico con la profesión periodística, me parece que están pasando cosas que no me acaban de convencer, que existe mucha polarización, que a veces es una polarización interesada, tanto desde la política como desde el periodismo, pero creo que eso me divierte incluirlo en reflexiones dentro de una novela. Humberto Eco y Dan Brown, ¿cómo se puede dar una vuelta más de tuerca? Los que vivimos alrededor de este mundo del periodismo no nos lo podemos quitar de en medio, queramos o no queramos. Entonces creo que tiene razón, que de alguna manera es ese planteamiento, ojalá se aproximara un poco a Humberto Eco. ¿Al momento de escribir, quién prevalece, el historiador o el periodista? Al escribir creo que el historiador gana al periodista para empezar porque una de las fases que a mí me divierten más de la escritura de la novela es precisamente la investigación. Sin embargo, en una novela siempre hace falta esa pulsión del periodista porque es más vivo, pero la reflexión final o la conclusión final de quien ha tenido toda la información y ha llegado a su conclusión, que es la del historiador, que es un personaje mucho más aburrido, es mucho más divertido el personaje de un periodista que el personaje de un historiador normalmente. ¿Tiene la prensa verdaderos escritores? ¿Los mantiene? ¿Los propicia? Lo ha habido siempre y es lo mejor que le puede pasar al periodismo, los escritores. El periodismo de hoy no siempre tiene una calidad lingüística especial. Pero cuando es a algún escritor, incluso cuando habla de un tema que no te interesa nada, es un placer leer el cómo escribe las cosas. Eso es fundamental. Luego están las dos vertientes, la del periodista que se quiere aproximar a la escritura, que lo vea absolutamente lícito y normal, y la del escritor que le gusta acercarse al periodismo, hacer una reflexión corta, directa, que también les llena mucho. Yo creo que es fundamental que siga existiendo, y de hecho mi sensación es que hay menos de lo que debería haber. Si yo tuviera un periódico, lo llenaría de tribunas hechas por escritores.