¿Qué revelan los presupuestos de Rusia 2026-2028?

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Mensajes claveLos presupuestos rusos 2026-2028 consolidan una economía de guerra prolongada. Moscú asume un escenario de bajo crecimiento y elevada inflación, pero mantiene un gasto militar estructuralmente alto. Aunque el presupuesto prevé una ligera reducción en defensa, el Estado refuerza la financiación de la seguridad interna y preserva el aparato bélico como eje central de su modelo económico, mostrando que no se prepara para el fin de la guerra, sino para sostenerla indefinidamente.La política fiscal se endurece: más impuestos y presión sobre la sociedad. El Kremlin busca equilibrar las cuentas sin recurrir a un endeudamiento masivo, elevando el IVA del 20% al 22% y reduciendo los umbrales de exención para pequeñas empresas. Estas medidas trasladan el peso del esfuerzo bélico a los hogares y al tejido productivo menor, revelando una estrategia de “represión fiscal” que prioriza la estabilidad macroeconómica sobre el bienestar ciudadano.El crecimiento económico se frena drásticamente y la inversión se desploma. Las previsiones oficiales reducen el crecimiento del PIB a la mitad (del 2,5% al 1%) en 2025, con un 1,3% para 2026. La inflación sigue alta, los ingresos reales caen y la inversión pasa de crecer a contraerse. El gobierno reconoce así un estancamiento prolongado: bajo crecimiento, consumo débil y dependencia del superávit comercial sustentado en la reducción de importaciones más que en una expansión productiva real.El gasto social actúa como amortiguador político, no como política redistributiva. El Kremlin mantiene subsidios familiares y programas de vivienda para evitar un deterioro brusco del nivel de vida, pero los financia con impuestos regresivos. Estos programas tienen una función legitimadora: sostener la percepción de estabilidad y evitar que el malestar social erosione el régimen. La fórmula busca mantener “al país en guerra sin tener a la sociedad en guerra”.El diseño presupuestario refleja lecciones históricas y una estrategia de resistencia. El Kremlin parece aprender de tres precedentes: 1917, Afganistán y el colapso soviético. La Revolución de Octubre de 1917 fue la consecuencia de una inflación incontrolable y la movilización general por la Primera Guerra Mundial; el Kremlin hará todo lo posible para evitar la combinación de ambos factores. Al contener la inflación, modular el esfuerzo militar y ofrecer incentivos económicos a los combatientes (que no fue el caso de la guerra en Afganistán en los años 80) evita el descontento social. El resultado es un modelo de “resistencia económica” basado en la disciplina fiscal, el control estatal y la legitimidad sustentada en la estabilidad, no en el crecimiento: una economía preparada para una guerra larga y para blindar el poder de Vladímir Putin.Análisis1. Análisis económico general: el ajuste de expectativasLa estrategia económica del Kremlin en tiempos de guerra se centra en ajustar las expectativas. Tras más de tres años de conflicto, el Estado ruso encuentra crecientes dificultades para cuadrar sus cuentas. El borrador presupuestario para 2026-2028 muestra con claridad que uno de los principales objetivos del gobierno es contener el gasto en 2026 para frenar el incremento del déficit. Para ello se contempla, por primera vez desde la invasión, una ligera reducción en el gasto militar, que sigue siendo la mayor partida del presupuesto.Rusia trata de estabilizar unas finanzas debilitadas por la guerra mediante un crecimiento más moderado, ingresos reducidos y una política de gasto controlada. No se prevé ni una apertura económica ni un repunte de los mercados, sino un aumento de los ingresos fiscales. El presupuesto se apoya en más impuestos, una reasignación hacia la seguridad y un nivel de endeudamiento en ascenso. La economía entra, de este modo, en un régimen de bajo crecimiento prolongado en el que el Estado consume más de lo que puede permitirse.Las cifras centrales del presupuesto, anunciadas por el primer ministro Mijaíl Mishustin en una reunión televisada, reflejan esas prioridades.[1] El gobierno espera recaudar 40,283 billones de rublos (aproximadamente 482.000 millones de dólares al tipo de cambio actual) y gastar 44,869 billones (unos 537.000 millones de dólares). Considerando que la inflación a final de año se estima en un 6,8%, el gasto previsto resulta prácticamente igual al de 2025 (41,469 billones de rublos) y apenas un 2% mayor de lo que el gobierno había proyectado el año pasado para 2026. Que el gasto no crezca es coherente con el hecho de que la inflación continúa superando las previsiones iniciales.Figura 1. Previsiones económicas del gobierno ruso Nuevo pronósticoPronóstico anterior (abril 2025)Indicador2025202620252026PIB1,0%1,3%2,5%2,4%Inflación interanual en diciembre6,8%4,0%7,6%4,0%Inversión+1,7%−0,5%+1,7%+3,0%Producción industrial+1,5%+2,3%+2,6%+2,9%Salarios reales+3,4%+2,4%+6,8%+5,7%Ingreso real+3,8%+2,1%+5,9%+4,6%Superávit comercial (miles de millones USD)$106,9$123$86,8$107,6Tipo de cambio rublo/dólar86,192,294,3100,2Precio del petróleo Brent ($/barril)70,070,068,072,0*Déficit presupuestario (% del PIB)n/dn/d1,70%0,50%* Estimación para 2026–2027. Fuente: Ministerio de Desarrollo Económico, Kommersant-The Bell.El gran giro de estas estimaciones es la reducción de las expectativas de crecimiento del PIB para 2025. Los funcionarios anticipan ahora una expansión de sólo un 1,0%, frente al 2,5% anunciado en abril. Para 2026, la proyección se sitúa en un 1,3% en lugar del 2,4%. El ajuste revela una corrección a la baja muy significativa: la economía crecerá en 2025 a la mitad de lo previsto y en 2026 volverá a mostrar una clara desaceleración. El propio gobierno admite así un escenario de freno económico severo, con la mirada puesta en el efecto de las sanciones, la disminución de la inversión extranjera y la creciente debilidad interna.La inflación, si bien desciende respecto a 2024, se mantiene muy por encima del objetivo fijado del 4%, erosionando los salarios reales y restringiendo el consumo. Para 2025, la previsión es una inflación del 6,8% (algo menor al 7,6% anterior, pero aún elevada). En 2026 se proyecta un 4,0%, lo que implica estabilidad respecto al pronóstico previo, aunque sin margen de mejora.En el ámbito de la inversión, la corrección es aún más severa: para 2026 se pasa de prever un crecimiento del 3,0% a una contracción del –0,5%. Este retroceso refleja la caída de la confianza empresarial y las restricciones financieras. El ministro de Economía, Maxim Reshétnikov, lo atribuye a la “alta base de los últimos años”, así como a la política monetaria restrictiva del Banco Central y a las perspectivas de una producción industrial más débil.La actividad manufacturera crecerá en 2026, pero a un ritmo más bajo –un 2,3% frente al 2,9% previsto con anterioridad–, lo que limitará la capacidad de sostener exportaciones y empleo. Paralelamente, el poder adquisitivo de los ciudadanos aumentará mucho menos de lo esperado, golpeando directamente sobre el consumo interno. Para 2025, los salarios promedio crecerán un 3,4% (frente al 6,8% previsto) y los ingresos reales un 3,8% (frente al 5,9%). En 2026, la corrección será todavía más profunda: un incremento del 2,4% en los salarios (en lugar del 5,7% previsto) y un 2,1% en los ingresos (en vez del 4,6%).Aunque la demanda interna se debilita, el superávit externo experimenta un crecimiento. Ello se debe a la caída de las importaciones –debido a una menor inversión y consumo– y a una relativa estabilidad de las exportaciones energéticas. En 2025 se espera un superávit comercial de 106.900 millones de dólares (frente a los 86.800 millones previstos). Para 2026, la cifra ascendería a 123.000 millones (frente a los 107.600 millones pronosticados).El rublo, pese al deterioro estructural de la economía, se proyecta más fuerte de lo esperado, posiblemente a causa de los estrictos controles cambiarios o por la previsión de ingresos energéticos aún elevados. El tipo de cambio rublo/dólar para 2025 se estima en 86,1 –frente a los 94,3 previstos antes– y para 2026 en 92,2 (más fuerte que el 100,2 estimado previamente). El precio del crudo Brent se mantiene en torno a los 70 dólares, dentro de un rango estable frente a los 68-72 de las proyecciones iniciales.El borrador de presupuestos para 2026-2028 no presenta una nueva previsión sobre el déficit fiscal. El cálculo previo apuntaba a –1,7% del PIB en 2025 y a –0,5% en 2026. La desaparición de esta estimación sugiere incertidumbre fiscal y problemas crecientes para cuadrar las cuentas públicas.La conclusión es evidente: al rebajar la previsión de crecimiento del PIB del 2,5% al 1% en 2025 y proyectar sólo una recuperación simbólica en 2026-2028, el gobierno admite que la economía rusa entra en una fase de estancamiento: bajo crecimiento, inflación elevada y crónica, erosión de rentas reales, inversión en retroceso y una balanza exterior cada vez más dependiente de la reducción de importaciones antes que de un impulso exportador real. Se trata de un equilibrio frágil, sostenido por medidas fiscales y monetarias restrictivas que congelan la demanda, pero sin resolver los desequilibrios estructurales del modelo económico.Con un gasto estable pero unos ingresos en retroceso, resulta evidente que el presupuesto seguirá registrando déficit. El ministro de Finanzas, Antón Siluánov, ha afirmado que la previsión para 2026 es de un 1,6% del PIB, aunque el borrador presupuestario no lo precise de forma oficial. Una de las metas fundamentales del Ministerio de Finanzas es mantener equilibrado el presupuesto primario, es decir, cubrir con ingresos propios los gastos básicos (salarios de funcionarios, pagos sociales, defensa e inversiones), sin incluir el servicio de la deuda. Como no se anticipa un aumento en los ingresos externos –principalmente energéticos– y el gobierno desea evitar un endeudamiento mucho mayor, la única salida visible consiste en incrementar la presión tributaria.En este marco, el Kremlin propone elevar el IVA del 20% al 22%. Este incremento representaría alrededor del 0,5% del PIB en ingresos adicionales, es decir, unos 1,2 billones de rublos al año. Como se trata de un impuesto al consumo, el coste recae principalmente sobre los hogares, ya que las empresas trasladan el aumento directamente a los precios finales. Junto a esta medida, se planea aumentar la carga sobre las pequeñas y medianas empresas. La clave está en la reducción del umbral de ingresos anuales exentos de IVA, que pasaría de 60 a 10 millones de rublos. En la práctica, esto significa que prácticamente todas las pequeñas empresas se verán obligadas a pagar más impuestos. El umbral afecta a cualquier negocio con ingresos superiores a 800.000 rublos al mes (en torno a 8.500 dólares), cantidad que podría ingresar, por ejemplo, un puesto callejero de kebab. Estas pequeñas firmas dejarán de beneficiarse del tipo reducido del 6% del régimen simplificado y deberán aplicar el 22% completo. El gobierno justifica la medida como un mecanismo para frenar la evasión fiscal: muchas grandes compañías se fragmentaban artificialmente en empresas menores para acogerse al régimen simplificado. Sin embargo, este ajuste amenaza con llevar a la quiebra a numerosos pequeños negocios reales, que constituyen un colchón social y económico relevante en diversas regiones del país.La presidenta del Banco Central, Elvira Nabiúllina –a menudo calificada como “el mejor general de Vladímir Putin” por su papel en la estabilidad del sistema– respaldó la opción de subir impuestos en lugar de cubrir el déficit con más deuda. “Consideramos este borrador presupuestario desinflacionario”, afirmó. “Sí, probablemente habrá un ajuste de precios inmediato tras la subida del IVA. Pero si el gobierno hubiera decidido financiar el gasto aumentando el déficit, habríamos tenido que revisar al alza nuestras previsiones de tipos de interés para 2026”. En la actualidad, los tipos se sitúan en el 12-13%. Según Nabiúllina, la decisión gubernamental alivia las presiones sobre la política monetaria.El Banco Central, de hecho, no prevé un crecimiento económico significativo a corto plazo; mantiene su escenario base con un tipo de interés de referencia medio que oscila entre el 18,8% y el 19,6% en 2025, con una moderación hacia el 12-13% en 2026. Junto a este escenario principal, la institución ha delineado tres posibles variantes para el futuro a medio plazo de la economía rusa:Escenario positivo (desinflacionario): las inversiones de los últimos años generan mayores retornos, elevando en un punto porcentual el crecimiento del PIB y reduciendo la inflación hasta alcanzar el objetivo del 4% ya en 2026. Además, contempla el levantamiento de sanciones sobre el petróleo y una distensión del conflicto comercial global gracias a una reducción de aranceles de Estados Unidos (EEUU).Escenario pesimista (proinflacionario): la inflación sólo se reduciría al 4% en 2027. Este estancamiento obligaría a mantener una política monetaria muy restrictiva y un crecimiento económico limitado –no superior al 2% anual durante los próximos tres años–. En paralelo, Rusia se haría más proteccionista, se enfrentaría a sanciones adicionales y el gobierno ampliaría la concesión de créditos preferenciales a sectores estratégicos. El Banco Central considera este escenario como el más probable.Escenario de riesgo: implica inflación de dos dígitos y recesión en los próximos dos años. Este escenario catastrófico se derivaría de una escalada de la guerra comercial global, una crisis financiera mundial y una fuerte caída de los precios del petróleo, sumados a sanciones mucho más duras contra Moscú y a un elevadísimo gasto público.2. El gasto militarEl Kremlin justifica las subidas de impuestos principales por la necesidad de financiar el ejército. En 2026, el presupuesto de defensa disminuirá por primera vez desde la invasión de Ucrania, pasando de 13,5 billones de rublos (161.000 millones de dólares) a 12,6 billones (150.000 millones). No obstante, la caída es más aparente que real: en paralelo, el gasto en “seguridad nacional y aplicación de la ley” crecerá de 3,56 billones de rublos en 2025 (42.000 millones de dólares) a 4,065 billones en 2026 (48.000 millones de dólares).El gasto conjunto en defensa y seguridad nacional se mantendrá así en niveles históricos –que comenzaron a partir de 2023–, si bien el incremento empezó tras la anexión de Crimea en 2014: aproximadamente un 40% del presupuesto federal. La propia subida impositiva confirma que Rusia está configurando una infraestructura fiscal destinada a sostener en el tiempo su esfuerzo militar, aunque diversificando los capítulos presupuestarios en lugar de concentrarlos en defensa estricta.Conviene recordar además que más del 25% del presupuesto permanece clasificado. Parte del gasto militar se oculta en capítulos aparentemente ajenos: programas regionales, préstamos estatales a la industria, adelantos del Tesoro y adquisiciones indirectas a través de corporaciones públicas. Oficialmente no se etiquetan como defensa, pero en la práctica sostienen capacidades militares.Frente a la tentación de cubrir el esfuerzo bélico mediante deuda pública u obtener ingresos adicionales sólo de los recursos energéticos, el Kremlin opta por descargar en la sociedad el peso del esfuerzo fiscal, principalmente a través del aumento del IVA. Esto refuerza la idea de que Moscú prepara su economía para una guerra prolongada, trasladando la carga a los contribuyentes en lugar de asumir riesgos macroeconómicos inmediatos.La reconversión de la industria militar hacia la producción civil no figura entre las prioridades estratégicas, incluso si la guerra en Ucrania concluyera en un horizonte cercano. Por el contrario, la estrategia oficial contempla continuar rearmando y reabasteciendo depósitos, lo cual mantendrá durante al menos tres años la demanda de bienes del complejo militar-industrial.3. Estrategia social y política de los presupuestos 2026-2028Los presupuestos incorporan un paquete de prestaciones sociales (familias, infancia, vivienda) que cumplen una función central de legitimidad política interna. Entre ellas se incluyen los pagos a familias con dos o más hijos, la extensión del capital de maternidad hasta 2030 (ajustado a la inflación), subsidios regionales, subvenciones salariales, así como apoyo a proyectos estatales de infraestructura y vivienda. En particular, se asignan sumas considerables a la modernización de los servicios públicos y a proyectos nacionales de desarrollo tecnológico.Sin embargo, aunque el presupuesto contempla recursos sociales, la necesidad de aumentar la recaudación fiscal –especialmente a través de impuestos indirectos como el IVA– revela que estos programas estarán condicionados por la disciplina presupuestaria. El IVA tiene un carácter regresivo: grava proporcionalmente más a los hogares de ingresos bajos, de manera que la carga recaerá sobre los sectores más vulnerables. Con ello, la política social mantiene su función simbólica y política, pero bajo un marco de financiación más gravosa para la población.Desde la invasión de Ucrania en 2022, el Kremlin ha mantenido dos objetivos complementarios: tener el país en la guerra, sin tener a la sociedad en guerra. Dicho de otro modo, preparó la economía para un esfuerzo bélico prolongado, pero trató de mantener a la ciudadanía alejada de los sacrificios directos del conflicto. El primer objetivo se cumple con el mantenimiento de un gasto militar alto y sostenido; el segundo depende en gran parte de conservar prestaciones sociales en los niveles previos a febrero de 2022, evitando así que la población perciba de forma plena el coste social de la guerra.En este sentido, el gasto social es menos un instrumento de redistribución que un amortiguador político. Si el nivel de vida se deteriora en exceso, el malestar interno podría erosionar la legitimidad del régimen. Por ello, aunque haya prioridades militares innegociables, Moscú no puede recortar bruscamente las ayudas familiares, subsidios regionales y programas de vivienda, sin arriesgarse a un descontento menos controlable.El equilibrio es frágil. El Kremlin combina represión fiscal y monetaria con una cierta continuidad de programas sociales que le permiten mantener activa la narrativa de que la población no está pagando directamente el precio de la guerra. El gasto social es, de hecho, la condición imprescindible para sostener el pacto implícito entre Estado y sociedad: el régimen exige resignación pasiva frente a las restricciones políticas y la incertidumbre, a cambio de la garantía mínima de prestaciones estatales, subsidios y estabilidad nominal de los servicios básicos.4. Lecciones históricasLa experiencia histórica parece haber dejado una huella visible en la concepción de los presupuestos rusos para 2026-2028. Tres precedentes especialmente significativos actúan como referentes implícitos: la Revolución rusa de 1917, la guerra de Afganistán (1979-1989) y el colapso de la Unión Soviética.La Revolución de 1917 fue fruto de múltiples causas, pero dos factores resultaron decisivos: la inflación desbocada y la movilización general, consecuencia de las deficientes políticas económicas del Imperio zarista al comienzo de la Primera Guerra Mundial. El régimen de Vladímir Putin parece haber aprendido esa lección: mientras la guerra en Ucrania se libra con tropas profesionales, voluntarios y mercenarios, y se mantiene alejada de la mayoría de la sociedad, la inflación se contiene en niveles que no amenazan la estabilidad interna. Esa combinación permite mantener el statu quo y prolongar la confrontación sin que el sistema político se erosione de manera inmediata.En paralelo, la comparación con Afganistán es igualmente instructiva. Durante casi una década la Unión Soviética trató de sostener un conflicto lejano que aceleró su implosión. La gran diferencia con Ucrania no se limita al número de bajas, que hoy es considerablemente mayor. Lo decisivo es la respuesta del Estado ruso: para los voluntarios, el salario que se paga en el frente es entre dos y cinco veces mayor de lo que perciben en la vida civil; y, en caso de muerte, las familias reciben compensaciones de entre 60.000 y 80.000 dólares, cantidades que superan con creces los ingresos habituales en regiones empobrecidas. Esa política de incentivos permite que sectores importantes de la población perciban la guerra más como una oportunidad económica que como una tragedia colectiva.En Afganistán, la Unión Soviética no disponía de recursos financieros para sostener las compensaciones ni para mantener el esfuerzo bélico durante tanto tiempo. Hoy, pese a las sanciones, el Kremlin conserva un margen más amplio gracias a las exportaciones energéticas y a una disciplina fiscal que, aunque asfixiante, mantiene el aparato estatal en pie.La tercera referencia histórica es el propio desmoronamiento de la Unión Soviética. Uno de los detonantes finales fue la incapacidad para sostener económicamente una carrera armamentística insostenible. El Kremlin actual es consciente de que el país no puede permitirse una repetición exacta de ese escenario. Por eso, intenta modular el gasto militar, sin reducirlo drásticamente, pero buscando un equilibrio que permita sostener el esfuerzo bélico y a la vez cubrir unas obligaciones sociales mínimas que garanticen la estabilidad política.ConclusionesLos presupuestos rusos para 2026-2028 revelan una estrategia de resistencia prolongada. Moscú asume un crecimiento económico débil, una inversión en descenso y una fuerte presión fiscal sobre la población. Rechaza tanto la liberalización económica como un endeudamiento masivo, en favor de un modelo basado en disciplina presupuestaria, altos impuestos, control monetario y gasto militar estructuralmente elevado. El sacrificio del dinamismo económico se justifica con un fin claro: mantener la maquinaria bélica y blindar la legitimidad política del régimen, porque Vladímir Putin sostiene que antes colapsará el ejército de Ucrania que la economía de Rusia.[1] Toda la información y análisis económico de los presupuestos 2026-2028 de la Federación Rusa proceden del artículo de The Bell (sólo para suscriptores), “Russia’s budget: Paper tiger or invincible bear?”, 26/IX/2025.Autor: Mira Milosevich-JuaristiLa entrada ¿Qué revelan los presupuestos de Rusia 2026-2028? se publicó primero en Real Instituto Elcano.