El último fragüero andaluz enciende el carbón con un centro formativo, un museo y el reto de rescatar un oficio

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Lebrija —este extremo del antiguo Reino de Castilla, este pueblo marismeño que suspira por el mar, esta cuna del primer gramático de nuestra lengua común, esta semilla salina en el despertar de Andalucía— ha presumido desde tiempo inmemorial de ser una tierra de panaderos, alfareros y flamencos, pero hoy por hoy tiene sobrados motivos para reivindicar su justo título de tierra fragüera.Es un lebrijano que precisamente este domingo cumple 57 años y al que el pueblo le debe esa osadía de intentar rescatar del olvido y de ese terraplén también laboral que son los oficios en peligro de extinción el que ha construido un universo en torno a la forja desde que, en 1986 —hace ahora 40 años—, uno de aquellos cursos de la extinta Mancomunidad del Bajo Guadalquivir le regaló un trabajo que le apasionaba y le cambió la vida. Se llama Juan José Gómez Delgado y lo es todo en ese proyecto que se llama Forja Lebrija.Juan José y Sergio Gómez Delgado se afanan en su fragua, convertida en museo internacional desde Lebrija. JUAN CARLOS TOROJuan José Gómez Delgado se diplomó en soldadura integral por la Universidad de Ávila, y luego fue discípulo del arquitecto y diseñador australiano Donald Gray. Ha llovido desde entonces. Con el tiempo, se ha centrado en creaciones y restauraciones de herrajes tradicionales, ha diseñado obras exclusivas y originalísimas para eventos, trofeos, regalos de empresas y escultura urbana.  Desde 2022, Forja Lebrija es un enorme taller artesano que ha conseguido fundir el sabor de la fragua histórica con todos los avances tecnológicos posibles para seguir fabricando —forjando— rejas, verjas, lámparas, balcones, veletas, barandillas, cruces y cancelas, todo lo que el hierro ofrece al enredarse, blando e incandescente, en la imaginación del hombre.Además, se ha convertido en una escuela del oficio que organiza cursos de formación de los que salen, de 15 en 15, alumnos con un título homologado por la Junta de Andalucía equiparables a cualquier Grado Medio –de forja artesana, de soldadura, de remaches– y con la ventajosa diferencia de que, en este caso de la forja, estos jóvenes tienen casi garantizada la incorporación al mercado laboral porque se trata de un oficio altamente demandado. No hay otra escuela comparable a esta en toda Andalucía, y casi en toda España, con la excepción de Madrid.Forja Lebrija cuenta con el único centro de formación homologado por la Junta en toda Andalucía. JUAN CARLOS TOROEl alumnado de Forja Lebrija sale del centro con una formación integral después de solo cinco meses. JUAN CARLOS TOROPero, del mismo modo que antes del fuego fue el carbón y antes del carbón fue la mina, Juan José Gómez Delgado no contó siempre con estas amplísimas instalaciones que incluyen taller de forjado, aula de formación práctica, aula de formación teórica provista de ordenadores y todo tipo de última tecnología, museo de interpretación y hasta una cafetería-restaurante, sino que al principio todo arrancó en un taller de pequeñas dimensiones, en aquella cochera en la que el joven Juan José soñaba con domeñar el hierro cual Vulcano en aquella fragua de la mitología grecorromana, y el fuego le fue prendiendo muy poco a poco."Aunque haya recibido ayudas de la Diputación o de la Junta o incluso de Europa, al final la mayor inversión tiene que ser tuya y el riesgo y la responsabilidad la tienes que asumir tú", reconoce este emprendedor que ha ido creciendo sin prisas pero sin pausas hasta convertir su proyecto, Forja Lebrija, no solamente en el único centro de interpretación del oficio de toda Andalucía, sino en un destacado foco turístico para la localidad que cuenta con un museo del que los grupos de visitantes salen habiendo aprendido ese mágico proceso por el que el hierro de las minas puede terminar convertido en una auténtica obra de arte.En el centro de formación de Juan José Gómez Delgado se vive la forja como una auténtica pasión. JUAN CARLOS TOROEn el museo por el que terminan la visita organizada pueden verse muchas réplicas de pinturas protagonizadas por la fragua a lo largo de la Historia del Arte, desde la célebre Fragua de Vulcano de Velázquez hasta ese otro cuadro titulado Vulcano forjando los rayos de Júpiter, de Rubens, pasando por propuestas más contemporáneas de pintores más locales.Lo que más entusiasma al turista es ejercer de fragüero, claro, y para ello les da Juan José unas mínimas orientaciones prácticas sobre el yunque hasta que consiguen moldear un caracol a base de martillazos. Muchos de ellos consiguen incluso llevarse uno de estos caracoles que pueden sirven de abridor, según ha patentado el propio fragüero.Forja Lebrija está considerado por el gobierno andaluz como un complejo artesanal de formación y arteturismo que ha sido declarado Punto de Interés Artesanal por la propia Junta. Juan José consiguió el título de Maestro Artesano en 2015.Juan José y su hermano Sergio se turnan con los martillos para hacer la cola de pato en una pletina incadescente. JUAN CARLOS TOROEl hierro debe alcanzar una temperatura de 900 grados para hacerse maleable. JUAN CARLOS TOROForja Lebrija ha trabajado incansablemente durante todas estas décadas para diputaciones y ayuntamientos de toda España, para los Reales Alcázares de Sevilla e incluso para la mismísima Catedral. “La Iglesia, desde luego, es siempre un buen cliente”, reconoce Juan José, que estos días acaba de entregar una espectacular barandilla para el cierre del presbiterio de una iglesia en Murcia.  Cancelas del siglo XIXUna de las búsquedas que apasionó desde joven a Juan José fue la de aquellas cancelas señoriales del siglo XIX, justo hasta que irrumpe, gracias a –o por culpa de- nuestra tardía revolución industrial, la fundición. Desde principios de la centuria y hasta 1880 aproximadamente, aquellos cancelines de casas de postín habían sido forjados completamente a mano en un proceso en el que el tiempo no podía ser una variable decisiva.Decenas de pletinas y varillas de hierro sobre la fragua de Forja Lebrija. JUAN CARLOS TORO“Si ahora contamos con instrumentos y herramientas para cortar o limar lo que se nos ocurra y, aun así, una cancela de estas puede llevarse entre 200 y 300 horas de trabajo”, explica Juan José repasando con las yemas de sus dedos cada pletina lisa o curva, grabada o remachada hasta hilvanar una enredadísima fantasía vegetal, “imagínate el tiempo que se llevarían los herreros de hace dos siglos para terminar una como estas”, añade, y señala las cancelas que expone en su museo, una de 1856 y otra de hace apenas un lustro, multipremiada como uno de los trabajos artesanos más destacados en distintos foros oficiales.Juan José y su hermano Sergio hicieron un estudio de las cancelas decimonónicas no solo en su Lebrija natal, sino en Jerez, Sanlúcar de Barrameda o Sevilla, rescataron muchas de ellas de los derribos y se inspiraron en las más bellas para crear otras, “ninguna igual”, pues los encargos anuales que reciben de cualquier punto de la geografía nacional pueden ser siete u ocho, “porque no da tiempo a más”.Cada una puede tener finalmente un precio de 7.000 euros aproximadamente, aunque “el cliente que pide una de estas cancelas sabe de lo que se trata”, advierte Gómez con una de sus sonrisas características, de esas en la que se adivinan los meses de trabajo que hay detrás de cualquier boceto, desde que se dibuja hasta que la cancela se ha materializado definitivamente.En el museo de Forja Lebrija se puede disfrutar de réplicas de conocidas pinturas con el tema de la fragua y de cancelas al estilo decimonónico que son auténticas obras de arte. JUAN CARLOS TOROEsta labor de rescate de piezas históricas se la inspiró, en buena medida, un artículo del historiador Nicolás Salas en el que el también escritor nacido en Valencia aunque sevillano de adopción reflexionaba sobre la tristeza de que desaparecieran, con cada derribo alentado por las burbujas inmobiliarias, también esos herrajes que eran piezas únicas.“En nuestra web vamos colgando fotografías o vídeos del proceso”, explica Juan José, “desde que solo tenemos el perímetro de la cancela hasta que se va rellenando cada uno de los huecos con las piezas y caracoles que se hayan decidido”.La fragua de la HistoriaHoy todo se puede hacer –y de hecho se hace- con la bombona de propano. Los alumnos de los cursos que imparte Juan José están deseando terminar la parte teórica –en la sala de ordenadores- para pasar al taller con el soplete, que es lo que verdaderamente motiva a este alumnado tan diverso que integra los grupos. “Aquí hay chicos muy jóvenes que vienen porque de verdad les apasiona esto, pero hay otros menos  jóvenes que acuden en busca de una segura salida laboral, e incluso otros que vienen obligados pero que luego le encuentran el sentido”, explica Juan José en su faceta más didáctica.Aquí el alumnado trabaja con perfiles de hierro macizos y consigue multitud de formas y medidas, además de aprender técnicas de rajado, estirado, ensanchado, rebajado, curvado, doblado, recalcado o hendido. Aprenden a controlar la posición de las piezas mediante soldadura progresiva y suelen realizar una primera fijación mediante puntos, evitando así el sobrecalentamiento de las zonas de soldadura para garantizar la ausencia de deformaciones. Es norma de la casa. El repasado manual se hace mediante técnicas específicas de limado, cepillado y lijado.En cualquier caso, todos deben conocer la maestría más artesanal de la forja, es decir, saber encender el horno de carbón con el gran fuelle que, al cabo, sirve aquí más para el turista que para el trabajo diario. Pero ahí luce, con su chimenea, su yunque y sus martillos.El hierro debe alcanzar los 900 grados centígrados para poder moldearse. Una vez que se enciende, anaranjado y prometedor, se coloca sobre la bigornia para “sacarle la cola de pato”, explica Juan José hijo, que a sus 27 años ayuda a su padre en el oficio y tiene la ilusión de dedicarse a lo mismo. Entre Juan José y su hermano Sergio consiguen componer una especie de sinfonía a base martillazos alternos. “Cuando el hierro está más duro es más fácil hacerlo entre los dos”, explica Juan José.Antiguamente, cuando este ejercicio era cotidiano en cualquier fragua, el maestro golpeaba primero y luego el aprendiz tenía que hacerlo exactamente en el mismo punto. Primero el maestro, luego el aprendiz. Y ese son marcó históricamente el pentagrama imaginario de los martinetes y, más allá de ese palo tan recio y característico del flamenco, de los llamados cantes de fragua, aunque determinados genios de la historia del cante fueran capaces de innovar musicalmente, como le ocurrió al mismísimo Camarón de la Isla, hijo de fragüero: “Cuando los niños en la escuela / estudiaban para el mañana / mi niñez era la fragua: / yunque, clavo y alcayata”, cantaba José Monje Cruz. También Antonio Mairena o tantos flamencos jerezanos de la saga de los Agujetas fueron hijos de fragüeros."Yunque, clavo y alcayata...", cantaba Camarón. JUAN CARLOS TOROJuan José no lo ha sido, pero sí se considera un eslabón nada perdido en una familia con tradición artesana. “La artesanía la llevamos en la sangre”, admite él, emocionado cuando se acuerda de su propia madre. “Mi madre bordaba”, dice, y no puede continuar porque el nudo en la garganta se le hace incandescente.“Me siento orgulloso de este oficio en el que nunca sale una pieza igual, porque esto es artesanía”, explica. “Es un oficio duro pero bello, y cuando estás trabajando, algo tan curativo incluso para la mente, el propio hierro te va diciendo dónde tienes que dar el golpe.  Es difícil de explicar”, insiste Juan José, absolutamente seguro, 40 años después de haber comenzado esta aventura tan fructífera, de que “mi mejor obra se está forjando aún”.