Las abejas, más amenazadas que nunca, vuelven a convertirse en símbolo de la sostenibilidad. Desde sus celdas, levantadas con precisión milimétrica, hasta los laboratorios donde se buscan soluciones para reducir el uso de plásticos: así transcurre el viaje de la cera de abeja en una investigación liderada por el Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea IHSM La Mayora, en Málaga. Un equipo científico ha logrado combinar celulosa, glicerol y cera de abeja para obtener un bioplástico destinado al envasado de alimentos. El resultado es un material que protege frente al agua, el oxígeno y las grasas, con un comportamiento comparable al polietileno, pero que se degrada en pocas semanas. La investigadora del IHSM y responsable del estudio, Susana Guzmán, explica que el objetivo era desarrollar un material que permitiera “mantener la transparencia para poder inspeccionar de forma visual el contenido de lo que queremos adquirir del alimento, pero mejorando ciertas propiedades y para eso añadimos la cera de abeja”. El nuevo bioplástico, añade, resultó ser “un material transparente, biodegradable y con buena resistencia a grasas y aceites”. La cera de abejas, empleada tradicionalmente como aditivo alimentario, aportaba el componente clave: sus propiedades como barrera natural. “La literatura científica respalda las propiedades de barrera de la cera. El reto era combinarlas de forma estable, ya que la cera repele el agua, mientras la celulosa es todo lo contrario, la absorbe”, explica Guzmán. La clave está en la peraPara poner a prueba el material fuera del laboratorio, el equipo recurrió a rodajas de pera, un alimento que se oxida con rapidez. “Observamos que nuestro material se parece mucho más al polietileno que es el material clásico derivado del petróleo que se sigue utilizando a día de hoy y que se comporta mucho mejor que otros análogos biobasados”, detalla la investigadora. La elección de esta fruta no fue casual. “Elegimos las rodajas de pera porque es un ejemplo de alimento mínimamente procesado que se oxida muy rápido... las condiciones iban a ser muy desfavorables para el material”, señala. Aun así, el bioplástico resistió dos semanas en frío y humedad extrema: “lo soportaba en unas condiciones de frío y de humedad cercanas al noventa y tantos al cien por cien”. Además de su funcionalidad para conservar alimentos, el reto más importante era la degradación. Las láminas se deshicieron en agua de mar en menos de un mes. “Esto no ocurre con los derivados del petróleo, que resistirían centenares de años sin degradar y fragmentándose”, subraya Guzmán. Aunque el proceso de producción aún no es escalable, el estudio abre la puerta a una alternativa real al plástico convencional. Para la investigadora, las conclusiones son claras: “este material puede ser un sustituto para estos materiales derivados del petróleo y hay que continuar trabajando en esta línea para disminuir los costes”. Síguenos en nuestro canal de WhatsApp y no te pierdas la última hora y toda la actualidad en nuestro perfil de Google.