En Lebrija hay un bar que madruga más que el sol. A las cinco de la mañana, cuando aún queda gente cerrando la noche y otros ya van encendiendo motores, el bar Sombrajo sube la persiana como lo lleva haciendo desde 1978. Pero si hoy es famoso dentro y fuera de la localidad no es solo por su madrugón diario, sino por un bocadillo que se ha convertido en ritual: el 'Benjamín', un mollete a varias capas que ya es casi patrimonio local. La historia se remonta a 2007. Álvaro Piñero, segunda generación al frente del bar, decidió ampliar la oferta e introducir desayunos. Entre las manos de aquella época y la imaginación de su hermano menor —Benjamín— apareció un bocadillo que combinaba todos los ingredientes que al pequeño le gustaban apilados «sin miedo a que se desbordara». Lo probaron, gustó, volvió a salir de la plancha y, sin buscarlo, se convirtió en el emblema del Sombrajo. Hoy es el desayuno favorito de trabajadores de la zona, familias de fin de semana y noctámbulos que paran a reponerse antes de acostarse. De hecho, Álvaro cuenta que han llegado a despachar 500 bocadillos en un solo día. El 'Benjamín' es sencillo de explicar, pero no tan sencillo de manejar: un mollete de la panadería Virgen de la Oliva , ligeramente tostado, que hace de base a cinco capas de ingredientes. Primero, la magreta —aquí la llaman «cochinito»— pasada por la plancha; encima, un huevo también a la plancha; después rodajas de tomate, cebolla cruda y, coronando, lonchas de jamón serrano. La puesta en escena tiene su punto, llega a la mesa con un cuchillo clavado en el centro, un gesto casi necesario para que el bocadillo no se venga abajo en cuanto lo mires. Y siempre viene acompañado por un pequeño tarro de alioli verde casero, una salsa aromatizada con perejil que los clientes usan «a discreción». La combinación funciona. Hay armonía entre lo jugoso, lo crujiente, lo fresco y lo contundente, y, sobre todo, tiene ese sabor de «bocadillo que te arregla el cuerpo», muy propio de los locales que abren a horas imposibles. Aunque la versión clásica es la que manda, en el Sombrajo admiten cambios: el «cochinito» puede sustituirse por pollo a la plancha o por lomo adobado, y se puede pedir en distintos tipos de pan, aunque el mollete sigue siendo el favorito. El precio también es parte del encanto: el bocadillo con bebida ronda los 4,40 euros, y existe una versión mini para quien quiere probarlo sin lanzarse a la experiencia completa. El Sombrajo mantiene la esencia con la que abrió Benito Piñero en los setenta: un sitio humilde donde parar, charlar un minuto y seguir el día. De cinco de la mañana a mediodía, ni un minuto más. Los bocadillos son la razón de la peregrinación diaria, pero también lo es el ambiente: de gente que se cruza entre el final de la noche y el principio de la jornada. A veces, los éxitos gastronómicos nacen en laboratorios. Otras, nacen en una barra de barrio, en manos de una familia y en homenaje a un hermano pequeño que prefería los bocadillos sin mesura. Así nació el 'Benjamín'. Así se quedó.