Los domingos

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Esta semana fuimos al cine a disfrutar de una película en pantalla grande. La sala estaba llena, aunque quedaban bastantes asientos libres. Normal, pensé, para una tarde lluviosa. Al encenderse las luces, todavía con los títulos de crédito subiendo por la pantalla, los amigos con los que iba nos miramos perplejos —¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué aplauden las monjas y el cura de los asientos de atrás?— He vuelto a darle vueltas y más vueltas para desentrañar la trama y entender que en nuestra reacción de impotencia e incredulidad estaba el mensaje, la advertencia que Alauda Ruiz de Azúa nos envía en su última película Los domingos. Desconcierto y confusión sería la reacción de una familia no religiosa ante la decisión de una hija o una sobrina querida de hacerse monja.Es una historia impecable: personajes bien construidos, actores que trasmiten la complejidad de esos personajes, además de una excelente puesta en escena. Para mí, Ruiz de Azúa parte de la premisa de que es inevitable la incomprensión entre generaciones, por más amor que nos profesemos. Un día, los mayores descubrimos que no somos capaces de resolver las dudas ni mitigar los miedos de nuestros hijos, que no entendemos su lenguaje ni compartimos sus gustos e incluso que no comprendemos sus valores. Se abre un abismo y duele. Aunque lo más curioso es la sorpresa con que siempre recibimos la rebeldía de los hijos. No dejamos de repetirnos aquello de si también nosotros fuimos rebeldes, si estamos abiertos a dialogar, si yo no soy como fueron mis mayores.[articles:345562]Algo así le ocurre a Maite, la tía de la joven Ainara, quien, siempre pendiente de la pequeña, se pregunta en qué momento perdió la pista a su sobrina. Ella, una mujer madura, que mantiene esas formas de rebeldía aprendidas cuando rompió con la generación precedente, conservadora y resignada. Atea, dialogante, entregada a la familia, lucha por rescatar a Ainara de ese viaje que la convertirá en otra Ainara. Por el momento, es una niña apasionada y perdida entre la orfandad y un padre para quien ella es un lastre. Solo necesita desligarse de él y recuperar a la madre muerta, ambas empresas imposibles, excepto tal vez si inventara un mundo propio. ¿Por qué encuentra el consuelo y la protección en la fe?Podría ser por rebeldía o porque es el lugar menos parecido a lo que conoce. A sus ojos se presenta como un mundo sólido, sin fisuras, que te protege y acerca a esa infancia que no recuerda. Ha crecido, como buena parte de su generación, en una incongruencia, por otra parte, innecesaria en nuestros días: criada en una familia no religiosa, más bien atea, será educada en un colegio religioso, ¿Cómo digerirlo? El misticismo, tan adolescente y novelero, parece funcionar en esta joven que necesita arrebatadamente ser amada. Sus mayores no vieron el peligro en algo que creían extinguido, la vocación religiosa y el poder de una fe intransigente.El fanatismo nunca se ha extinguido, estaba dormido como los volcanes latentes. Están ahí, al acecho de quien suplique ser salvado de no se sabe qué. Pero la tía sabe que cuando el fanatismo agarra a su víctima, todo está perdido. Bien lo sabía sor Isabel, que sonreía, falsamente indulgente, vencedora, con la presa entre sus garras. La dureza en la mirada de Ainara no deja lugar a dudas. Sor Isabel, en Los domingos, sabe que ha ganado y ha derrotado a Maite. Por eso tal vez aplaudían las monjas y el cura, porque también ellos se sabían vencedores. Tantos años en espera ha merecido la pena —pensarían— aleluya. Durante casi 50 años, ilusos nosotros, nos habíamos creído que los fascistas se habían esfumado. Solo estaban al acecho.