España: verano de estupor y de fuego

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Para disfrutar los contenidos de Clarín es necesario que actives JavaScript en tu navegador.Volver a la HomeNoticias hoyEn vivoOpiniónEspaña es un país que se va de vacaciones el primero de agosto pero que encontró este año una amenaza terrible que ha cambiado su conversación con la tierra: el fuego.España se quema, como una pavesa organizada para destruir plantaciones y casas y, sobre todo, para amenazar a los humanos que buscan en el viaje a las tierras de su infancia, o a aquellos lugares que consideran idílicos, la reparación a un año de trabajo.Un golpe de calor inesperado ha causado muertes y miedo en zonas del país que habitualmente viven, en el norte, del privilegio del aire. Ese sosiego ha sido este año roto por un temporal de calor que ha destrozado cosechas y haciendas, desde el Cantábrico hasta Andalucía.Ha habido muertes en este país incendiado, (por el fuego, por el calor). El desastre ha afectado a las plantaciones de los campesinos y ha roto el sosiego en el que los veraneantes suelen buscar un refugio que aquí se parezca al paraíso terrenal. En esta ocasión, el paraíso está bajo tierra o ya es parte del infierno.Desde que este mes veraniego se abrió al azar del tiempo, no ha cesado este temporal de ser un susto perpetuo. Además, una amarga controversia entre las distintas administraciones que se ocupan de que el país sea eficaz ha convertido el episodio en un impresionante juego de acusaciones.Esa controversia entre el gobierno de la nación y la oposición conservadora, mayoritaria en las distintas regiones afectadas por el desastre, ha ayudado a hacer más difícil la convivencia entre lo que pasa y lo que unos y otros quieren que pase: que el resultado del desastre afecte más a uno que a otro de los contrincantes que se disputan esta amargura.En todo caso, todo el país, desde un lado al otro, desde el norte habitualmente sosegado hasta el sur caliente de todos los años, ha vivido incendios sin tregua que han marcado la Península desde la Galicia que habitualmente gradúa su clima y lo convierte en un regalo del aire, hasta la región de Cádiz, el profundo sur caliente de Andalucía, o la Extremadura que compite con Portugal a la hora de abrir sus playas a la alegría del sol y del tumulto.No se ha parado ningún día, ninguno, la amenaza que empezó, precisamente, por esas zonas que viven con la idea del buen tiempo y se han encontrado, en cada uno de los puntos cardinales, del norte al profundo sur, con la terrible sensación de que el suelo es de fuego y, en el caso más extremo, de muerte.En todas partes, con la excepción de Canarias y de algunas partes de la España insular (Baleares), ha habido argumentos para el miedo que han llenado de incertidumbre a los que habían hecho de sus desplazamientos una razón para el sosiego. Hasta que los trenes, las carreteras y, sobre todo, los campesinos y los que con ellos han querido pasar sus vacaciones, tocaron a rebato alertando a la nación de que, lo que fue primero un susto, ahora es una tragedia cuyas estadísticas incluyen territorios que cuentan sus víctimas y sus cosechas que fueron fértiles y que ahora serán tristes yermos del último verano.La tierra ha temblado, sin tregua. El Gobierno de la nación, que aquí es materia de todos los males, ha intentado explicarle a la población que todo lo que está haciendo es para que las distintas organizaciones de apoyo a los damnificados tengan instrumentos para alentar la vida y rebajar el miedo. Pero frente a esa buena voluntad que exhibe la autoridad competente, se ha manifestado la oposición, que considera que todo lo que hace la administración de Pedro Sánchez es maldito.Lo que sucede se parece a lo que ocurre en otras zonas de Europa, donde el sol ahora es tan duro como aquí, o como el miedo. Pero algo le pasa a este país de fuego para que se convierta en papel de pelea hasta aquello que viene por culpa, o merced a, la naturaleza.La estadística es cruel como los hechos. Veintiuna personas han muerto a causa del calor extremo. 350.000 hectáreas han sido arrasadas en los distintos territorios a los que ha tenido acceso el enorme vestigio de este desastre. Las estadísticas dicen que en solo cinco días de agosto se multiplicó por 3,5 la extensión calcinada en España. Han sido innumerables las superficies calcinadas y no se puede contar, eso no se puede contar, lo que ha sufrido una población que esperaba agosto para encontrar sosiego y ha hallado el camino roto de un país que de pronto halló lágrimas en todos sus puntos cardinales.Ahora vendrá el recuento de las razones y de la magnitud de la tragedia. Pero, mientras se hace este vaciado de la tristeza que ha marcado la primera parte del mes de agosto, quienes han buscado culpables o chivos expiatorios tendrán que resignarse a un hecho que es tan incontrovertible como la muerte: el calor, el inmenso calor, este calor que parece nacido para matar, es el causante más visible de un hecho que pronto parecerá mentira: nada hay peor, en los campos, en las ciudades, en las carreteras y en la vida que ese calor que, de pronto, hizo de un país que se iba de vacaciones un territorio acosado por las distintas maneras de la muerte.Newsletter ClarínRecibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializadosQUIERO RECIBIRLOTags relacionadosEspañaIncendios