Julio Caro Baroja, el sabio más libre

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HACE treinta años, el 19 de agosto de 1995, Julio Caro Baroja ocupaba la portada del diario ABC. El retrato del pintor y dibujante Manuel Mampaso lo perfilaba con su cabeza de senador romano y una de sus distintivas pajaritas de lunares; el titular refería a su muerte la noche anterior con un escueto y lacónico: «Silencio en Itzea». En el interior se publicaba su última Tercera. El observador y la tierra observada, compendió de metodología carobarojiana y un cuadernillo central de más de una docena de páginas agrupadas bajo el cintillo 'Desaparece el más libre de los sabios'. En el cuadernillo, entre numerosas fotografías de la vida de J.C.B, desfilaban las voces de duelo de muchos de sus amigos, compañeros y discípulos. La alineación de un glorioso equipo cuya excelencia no parece que se haya repetido desde entonces: Manuel Alvar, Miguel Batllori, Pedro Laín Entralgo, Francisco Nieva, Camilo José Cela, Carlos Fuentes, Fernando Savater, Marti de Riquer y Antonio Mingote, entre otros. Hoy, treinta años después, la pareja de lagestremias que custodian la cancela de Itzea, la casa de la familia Baroja en la Navarra vascongada, vuelven a lucir de manera prematura sus flores moradas, como aquel día de humedad y bochorno en el que falleció nuestro tío Julio. Con estas flores precoces y el aullido del Haizegua, el viento Sur que sopla caluroso desde los altos de Velate. Recuerdo aquellos días en los que se instalara en esta casa ese «silencio en Itzea», que suena tan barojiano y melancólico desde el hueco de su ausencia. ¿Era Julio Caro Baroja el más libre de los sabios de fines del siglo pasado? Probablemente sí. Por Baroja y sobre todo, por derecho propio. Julio Caro Baroja nació en Madrid en 1914. Hijo del editor e impresor Rafael Caro Raggio y de Carmen Baroja Nessi; sobrino del novelista Pío Baroja, con el que mantuvo una relación filial, y del pintor y aguafuertista Ricardo. Estudió en el Instituto Escuela y en 1931 empezó la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid. Sus estudios formales fueron interrumpidos por la Guerra Civil, que condujo a Pío Baroja al exilio en Francia y al resto de la familia al retiro en Itzea. Durante estos años de refugio en Vera de Bidasoa aprovechó al máximo la heterodoxa biblioteca de su tío Pío y profundizó en el estudio de campo etnológico de la tierra más inmediata: el País Vasco y Navarra. En 1940 retomó los estudios universitarios, licenciándose en Historia Antigua. Obtuvo el doctorado dos años más tarde con una tesis cuyo título ya sería un preámbulo de lo que sería uno de sus temas recurrentes: 'Viejos cultos y viejos ritos en el folklore de España'. Recién doctorado, trabajó de asistente en las cátedras de Dialectología y de Historia Antigua de la Universidad de Madrid, así como en el Centro de Tecnología Peninsular. En 1944 ocupó el cargo de director del Museo del Pueblo Español y a partir de ahí contactaría con Julian Pitt-Rivers, quien sería uno de sus más fieles amigos e introductor junto a George M. Foster en el mundo de la etnología y antropología internacional. Amplió estudios de estas disciplinas en EE.UU. y en Oxford, hasta que 1953 fue comisionado por el director general de Marruecos y Colonias para realizar trabajos de campo en el Sáhara Español, dando lugar a los monumentales 'Estudios saharianos', considerados por el pueblo saharaui fundamentales para recomponer un patrimonio inmaterial desdibujado por las sucesivas tropelías políticas. Amplió su formación en Coimbra y en la Ecole Pratique des Hautes Etudes de París, así como en la Universidad de Wisconsin. En los años setenta Caro Baroja ya era un antropólogo de renombre internacional con una presencia pública muy notoria en la prensa y con libros pioneros en diversas ramas de las ciencias sociales; desde los más científicos: 'Los Pueblos de España', 'Los vascos', 'Las brujas y su mundo', 'Los judíos en la España Moderna y Contemporánea' o 'El carnaval', a un libro de memorias, pionero en el género memorialístico, como 'Los Baroja', donde se retrata el universo de una familia 'a contrapelo' y su inserción (difícil) en la sociedad de nuestro país a lo largo de varias generaciones. En el tranco final de su vida ingresó en la Academia de la Historia y en la RAE y fue reconocido con los premios más prestigiosos del país. Su bibliografía, recopilada por el profesor Antonio Carreira, consta de un millar de entradas. Julio Caro Baroja fue el último polígrafo español a la antigua, en la línea de don Marcelino Menéndez Pelayo y don Ramón Menéndez Pidal. Abordó con valentía y erudición la historia, la etnografía, la antropología cultural y el género biográfico; se interesó por las minorías étnicas y sociales de nuestro país poco estudiadas hasta entonces como los judíos y los moriscos. Con excelente mano para el dibujo, levantó el trazado de casas, pueblos y ciudades, tomó apuntes de aperos de labranza, de artilugios tecnológicos tradicionales y de diversas curiosidades de nuestro patrimonio cultural. Como pintor, supo crear un mundo imaginario (y humorístico) de gran colorido, donde habitaban una serie de personajes grotescos e imaginarios en unos hiperbólicos paisajes de fantasía que enlazaban con su interés científico por el mundo de las brujas y su admiración por el Bosco. Fernando Pérez Ollo, maestro navarro de periodistas, en su artículo 'El ruido del aplauso', refería como Caro Baroja se interesó por todos los periodos de la historia de nuestro país, desde la prehistoria hasta el siglo XX, y como dejó varias lecciones metodológicas fundamentales: 1) La teoría nunca sustituye a la erudición y al estudio sobre el terreno; 2) La documentación debe buscar las fuentes primeras, entre las que hay que incluir las literarias, las escritas y las plásticas; 3) La identidad de grupo no obedece a verdades ni a tópicos románticos manipulados ideológicamente, sino a la tensión entre continuidad y cambio cultural; 4) La tradición es con frecuencia la historia falsificada o adulterada; 5) No existen caracteres o esencias nacionales y mucho menos eternos o atemporales y que la antropología no es una ciencia a medida exclusivamente de las sociedades primitivas. Jon Juaristi subrayó como la importancia de su obra rebasaba con mucho el marco estrecho de la vascología y del hispanismo. Es cierto que el amor a la tierra vasca, heredado de su tío Pío [Baroja] y de su abuelo Serafín, le llevaron a alzar la voz y denunciar las falacias y las manipulaciones históricas y conceptuales de los nacionalismos, siendo una de las primeras voces del mundo académico en condenar la deriva criminal y fanática de su tierra. Era un liberal a la antigua, alejado de la estridencia y el ruido, un conversador al que solo alteraban los desaires contra sus tíos provenientes de un lado y de otro. Un hombre pudoroso, tímido y discreto. Se veía a sí mismo como nada más que un espejo que reflejaba un mundo pasado, «un mundo que acaso no había existido de veras más que en unas cuantas conciencias». En el artículo autobiográfico 'Una vida en tres actos' ('Triunfo', 1981) comentaba como en el mundo contemporáneo: «Hay mucha gente que cree que el objetivo de la vida es ser popular. Yo no, y menos popular en cierta edad y en ciertos medios. Hoy no son populares la mayor parte de las personas que yo he admirado, y sí lo son otras que me parecen de poco fuste o caracterizadas por un grosero disfraz y por su tendencia a la impostura». Julio Caro Baroja, el más libre de los sabios, el hijo de Itzea y de don Pío, nos dejó un legado moral, su honestidad intelectual y una vasta obra. Una obra variada, a ratos compleja, pero siempre luminosa. Imprescindible para conocer mejor a España y a los distintos pueblos que la conforman.