—Su libro 'Signos de una antigua diosa' ha recibido un premio, otro más dentro de su larga trayectoria. —Desde hace un tiempo, desde que me jubilé sobre todo, escribo bastante y he vuelto a hacer algo que no hacía desde hace muchísimo: presentarme a concursos. Sólo online y eso supone que se presenta un número muy elevado de personas que escriben. He tenido la suerte de que Ápeiron Ediciones considerara digno de este premio 'Signos de una antigua diosa' . —¿Los premios la motivan a seguir escribiendo? —Sí, por supuesto. Aunque frecuentemente me digo: Aún tengo que escribir el libro mejor de todos, el que sea insuperable. Y luego desecho la idea porque me asusta. Me asusta porque...y después, ¿qué?. —¿Considera esta última obra la más compleja de su creación poética? —No creo que sea más compleja que las otras; es más variada, quizá más abierta. En cierto modo continúa la línea de 'La luna se aleja', el tercer libro publicado el pasado año en el volumen Menhir (Edt. Celya, 2024). Sin embargo, no tiene un tema, aparentemente, que enlace todos los poemas. Digo aparentemente porque en el fondo sí lo tiene: la madurez, afirmarse en este tiempo que ahora vivo y también el recuerdo, pero sin nostalgia. —Lo que sí reitera en ella es el paso del tiempo, con el que se adquiere sabiduría. —Exacto. Ahora que ser joven es una cualidad que favorece cualquier intención o que el hecho de ser joven ya es una circunstancia que abre puertas (sobre todo artísticas), revindico llegar a la madurez como un estado preclaro de la inteligencia, una especie de clarividencia que surge de la experiencia, y la experiencia sólo llega porque el tiempo transcurre. —Hay que resistir al paso del tiempo, es uno de los mensajes. ¿Merece la pena el esfuerzo cuando la juventud se aleja? ¿no hay que dejar paso a la nostalgia, o la nostalgia y el recuerdo fomentan la inspiración? —Resistir al paso del tiempo en el sentido de no claudicar, de no abandonarse. Y no creo que sea un esfuerzo; más bien es valorar el momento en el que se vive. Hace años, quizá cuando me jubilé, me dije: el futuro ha llegado. Pero ahora me doy cuenta de que el futuro es un interrogante y que el presente adquiere muchísima importancia. Por eso no creo que la nostalgia sea, en estos momentos, motor de la inspiración…Sí he mirado atrás (incluso aún más en el último libro que he escrito, aún inédito) aunque sin añorar el pasado, que eso sería la nostalgia; es nombrarlo porque creo que somos lo que hemos sido. —¿En qué referencias mitológicas -que tanto le gustan- se apoya esta vez? —Pues sobre todo mitos femeninos o incluso espacios de la antigua materia griega, como Delfos y el ansia que persigue al humano por saber el futuro. Deméter, la gran madre, que me parece una de las figuras troncales de la cosmogonía griega; Medusa y esa doblez que muestra de peligro y a la vez, de protección; el relieve, que estaba en uno de los templos de la Acrópolis, de Niké (la Victoria, otra de las acepciones de Atenea) atándose la sandalia; Circe en su casa-isla de soledad… Y otra clase de diosas. Anne Sexton, Remedios Varo, Carmen Laffón, etc… —¿La soledad es dolorosa, aunque sea una diosa? —Quizá, pero si es una soledad en la que se está aceptablemente bien consigo misma, pues, qué decir, tampoco duele tanto… Hasta ahora… —Usted vive sola en una casa del Casco Histórico de Toledo, donde van a visitarla las aves. Es Toledo, su ciudad, un referente suyo de siempre. ¿Qué le motiva de la ciudad, qué le recuerda, la protege de algún mal?; ¿sería la misma su poesía si viviera en otra ciudad? —Es mi sitio, donde quiero estar, y tengo esa suerte de estar donde quiero estar, incluso viviendo en la incomodidad del Casco histórico ( turistificado, falta de vecindad, parque temático festivo, etc), incluso viviendo en la vieja casa que fue de mis padres y donde crecimos mis hermanos y yo. Buena pregunta la que hace pues sin duda alguna la casa, la ciudad, ¡el río!, son importantísimos como referencias poéticas. Si viviera en otro lugar estoy segura que mi poesía sería otra… Yo sería otra… —Los gatos son sus mascotas preferidas; de hecho, tres conviven con usted. ¿Qué admira y qué aprende de los gatos? —Sin duda y recurrentemente se han tansformado en elementos poéticos (como lo fueron los alumnos y alumnas cuando trabajaba). Me hacen compañía, la justa, son independientes… Ellos sí que viven el presente… —La actualidad política y social, tan lamentable y desoladora; con guerras, ambiciones y corrupción, ¿puede llegar a inspirarla de alguna forma? —Sin remedio ya está presente en lo que escribo. Sobre todo, actualmente, el dolor sin futuro del genocidio de Gaza. Más que los hechos terribles en sí, patentizo lo que producen: el miedo, el dolor que le decía, la angustia, la falta de esperanza… —El arte, la literatura, la fotografía están dentro de su obra de forma manifiesta. ¿Es quizá la cultura la antítesis, la contrarrevolución de lo políticamente correcto? —Sí, de siempre, o al menos en bastantes de los últimos libros, el arte ha sido una referencia que me une a la realidad, pero la realidad vista a través del artista. Y por supuesto, lo creativo ha de ser políticamente incorrecto, aunque parezca carca, anticuado o poco inclusivo, ya me entiende. El don apacible de Zurbarán, por ejemplo, en sus bodegones casi minimalistas, o en el cuadro maravilloso de Santa Casilda del Thyssen guardan una escondida transgresión… sí, sí… Vulneran la banalidad, la mediocridad, la ordinariez, los prejuicios maximalistas, la falta de reflexión…la prisa. Y esto puedo decirlo porque, efectivamente, vivo en la madurez.