En plena era de la inmediatez, las redes sociales y la comodidad, la Iglesia Católica se enfrenta a una amenaza silenciosa que afecta a uno de sus pilares más sagrados: la Eucaristía. Desde que en 1969 se autorizara en varios países la posibilidad de recibir la comunión en la mano, en lugar de directamente en la boca, hay fieles que han encendido las alarmas por una consecuencia inquietante: el aumento del riesgo de profanación de las hostias consagradas.Este debate lo promueven los contrarios al Concilio Vaticano II, que en realidad no menciona directamente el hecho de que se pueda dar en mano la hostia consagrada, sino que en el fondo lo que hizo fue relajar algunos ritos. En la práctica, se llegó a eso, a que ya no fuera el sacerdote quien directamente introdujese la hostia consagrada en la boca.Este debate, que se ha mantenido latente durante años, cobró fuerza recientemente en Estados Unidos, donde un grupo satánico que planeaba celebrar una misa negra en el Capitolio de Kansas fue obligado a admitir ante un juez -previa denuncia de la Diócesis de Kansas- que no poseía una hostia consagrada, pese a haber afirmado lo contrario. La confesión, obtenida bajo juramento, alivió momentáneamente el temor de una profanación sacrílega, pero también reavivó una cuestión más profunda: ¿cómo es posible que estos grupos aseguren con tanta facilidad que tienen acceso a especies sagradas? En 2019, fue en Jaén donde alguien robó varias hostias consagradas en la parroquia de Santa Isabel.Ante la creciente presencia de sectas satánicas, que ansían profanar a Cristo sacramentado en las nefandas "misas negras", debemos actuar para impedir que sucedan estas situaciones. pic.twitter.com/Z464bEa79w— P. Juan Manuel Góngora (@patergongora) July 28, 2025La respuesta parece estar, al menos en parte, en el modo de distribución de la comunión. Según denunciaban años atrás demonólogos y sacerdotes como el padre Aldo Buonaiuto, existía en España un mercado negro de hostias consagradas que surte a rituales ocultistas y satánicos. Estas hostias no suelen obtenerse mediante asaltos a sagrarios, sino a través de comulgantes que las reciben en la mano y, en lugar de consumirlas, las guardan con otros fines. Un gesto aparentemente inofensivo que, sin embargo, abre la puerta a una de las prácticas más repudiadas por la Iglesia: el sacrilegio.La doctrina católica sostiene que, en la consagración eucarística, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, en un misterio de fe central para los creyentes. Cualquier uso indebido de la hostia, ya sea con fines blasfemos, esotéricos o simplemente negligentes, constituye una grave profanación. No en vano, el Código de Derecho Canónico establece la excomunión automática para quien cometa tal acto.Aunque la comunión en la mano fue promovida como una "antigua costumbre" recuperada, la realidad es que facilita, sin quererlo, que personas malintencionadas puedan llevarse la hostia sin que nadie lo note. El Papa Benedicto XVI llegó a reconocer que no se oponía a esta forma de recibir el sacramento, pero también insistía en que su decisión de promover la comunión en la boca y de rodillas respondía a la necesidad de subrayar la presencia real de Cristo en la Eucaristía.Casos como el ocurrido en Kansas, o el escándalo del tráfico de hostias consagradas en España —donde, según investigaciones de demonólogos, el precio de una hostia podía llegar a alcanzar los 500 euros hace 20 años, según un reportaje de El Mundo, dependiendo del templo y del sacerdote que la haya consagrado—, confirman que este riesgo no es teórico. Es real, organizado y con un alto componente simbólico dentro de las sectas que buscan ridiculizar o atacar lo sagrado.El arzobispo de Kansas City, Joseph F. Naumann, pidió a los fieles que recen por la conversión espiritual de quienes promueven ritos satánicos. Pero también lanzó un mensaje directo: “No debemos responder con ira o violencia, sino con la confianza en la victoria final de Dios”.No se trata solo de una cuestión litúrgica. Se trata de proteger lo que, para millones de católicos en todo el mundo, es el corazón mismo de su fe. Y eso pasa, inevitablemente, por repensar cómo se distribuye la comunión y cómo se garantiza que la hostia consagrada no caiga en manos que buscan destruir, simbolizar o trivializar lo divino. Una decisión que podría parecer menor, pero que hoy se convierte en una frontera crucial entre lo sagrado y lo profano.