Fue «el pintor bohemio por excelencia, el 'enfant terrible' y maldito local de Valladolid de los años cuarenta, contribuyendo a alterar con sus disparatadas declaraciones y estrambóticas actitudes la tranquilidad de la vieja ciudad castellana». Era el Capuletti de los inicios, según lo describe en el libro-catálogo 'Capuletti: el pintor y su obra' (1987) el que fuera catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid José Carlos Brasas Egido, comisario (junto con Miguel Ángel García Pérez) de la exposición que reivindica al artista en su centenario. Triunfó en París y Nueva York, pero José Manuel Capuletti (Valladolid, 1925-Walluf, Alemania, 1978) nunca obtuvo el mismo reconocimiento en España. La muestra organizada por el consistorio vallisoletano en la sala municipal de la Pasión pretende resumir sus méritos a través de un centenar de obras procedentes en su mayor parte de colecciones privadas. La retrospectiva cubre todas las etapas del autor desde sus primeros pasos en Valladolid, donde sí despertó interés y la prensa local le seguiría la pista también cuando abandonó la ciudad para hacerse un nombre en la capital francesa, como refleja la citada publicación de Brasas Egido. En sus comienzos se apunta ya la importancia del dibujo en la obra de Capuletti, que abandonó el Bachillerato para cursar Dibujo Artístico e Historia del Arte en la Escuela de Artes y Oficios, aunque no tardaría en dejar los estudios reglados para aprender por sí mismo en museos y galerías. En esa etapa de formación autodidacta consiguió un permiso para dibujar in situ las tallas procesionales del Museo Nacional de Escultura, que publicaría en el 'Diario Regional', y realizó su primera individual en el Hotel Castilla, a la que seguiría otra en el Palacio de Santa Cruz, en 1946, considerada su primera muestra importante. Un autorretrato de los muchos que hizo, con los bártulos de pintor, da la bienvenida al público en la exposición 'En el centenario de Capuletti'. En torno a ese óleo se despliegan en la planta baja de la antigua iglesia de la Pasión los motivos y técnicas recurrentes en su trayectoria y se deja ver la influencia del surrealismo en un autor que quiso ser hiperrealista un poco a contracorriente. Él mismo rechazaba la etiqueta surrealista que se le atribuía: «Desde sus comienzos Capuletti definiría su pintura como 'neorrealista' o simplemente 'muy realista', negando obstinadamente la consideración de 'epígono del surrealismo' que en ocasiones mereció por parte de la crítica. A lo largo de su carrera, en repetidas ocasiones Capuletti insistiría en clarificar su postura a este respecto, y así afirmaría: «No soy surrealista… Mi pintura se apoya en un realismo claro, con ciertos toques de fantasía y de humor. Pero no llego al surrealismo, no», escribió Brasas Egido en el libro-catálogo editado en 1987. Pero el mismo especialista puntualiza a renglón seguido: «A pesar de su negativa a esa adscripción y de no pertenecer a ninguna escuela, es innegable la huella del surrealismo en su pintura, por lo que puede hablarse a propósito de su obra de un universo embebido de surrealismo, de un mundo surreal, sin llegar a los rigores doctrinales y de ortodoxia propios del surrealismo histórico, ampliamente superado ya por entonces. Es el suyo un surrealismo mesurado, sobrio, sin obsesiones ni monstruos, en el que domina el recurso a la fantasía y a lo misterioso». Confirman las palabras del comisario no pocos de los cuadros expuestos, entre ellos los de la etapa parisina que presiden el altar del templo convertido en sala de exposiciones, con el 'Sueño daliniano' como obra central. En el mismo espacio se suceden los desnudos, especialmente femeninos, los retratos y paisajes, entre ellos dos acuarelas en sepia de Peñafiel, ambas con el castillo al fondo, junto al escenario neoyorkino de 'Los enamorados de Central Park', algunas de sus 'figuras velazqueñas' y otro de los asuntos que abordó repetidamente, el flamenco. La documentación reunida en las vitrinas da cuenta del periplo vital y artístico de Capuletti a través del material impreso sobre proyectos y exposiciones realizadas tanto en Valladolid como fuera de España. De su ciudad se despidió en 1950 con una muestra en la que dejaba ver la influencia de las vanguardias que había conocido en un viaje por Europa. Su irrupción en el panorama artístico internacional comenzó poco después de trasladarse a París un año más tarde. En 1952 ya trabajaba con su marchante y galerista André Weil y en su primera exposición en la capital francesa vendió todo lo expuesto. En 1953 repitió exhibición y éxito. «En ese otoño parisino, todos los rotativos y revistas de arte se hicieron eco de la exposición, asomando a las páginas de actualidad la estilizada figura del pintor vallisoletano que, al decir de los comentaristas parecía arrancada de un lienzo del Greco y trasplantada al paisaje urbano y cosmopolita de la capital francesa», cuenta José Carlos Brasas Egido en 'Capuletti: el pintor y su obra'. «La muestra, que constituyó uno de los acontecimientos artísticos más notables de la temporada, salvo algunas opiniones negativas, recibió muy buenas críticas, reseñándose en la prensa, entre otras cualidades, la seguridad de su oficio, la seducción y gracia de su universo surrealista, así como la deliciosa fantasía de sus composiciones», añade el profesor antes de aludir a la opinión del crítico de 'Le Figaro' André Warnod, quien valoraba que su evidente admiración por Dalí no le impidiera «ser él mismo». Aún le faltaba al vallisoletano poner una pica al otro lado del charco. Debutó en el circuito neoyorkino en diciembre de 1957, en la prestigiosa galería Hammer y, por el relato que hace de la ocasión Brasas Egido, también allí despertó una notable expectación: a la inauguración acudieron la viuda del presidente Roosevelt, el pintor Robert Watson y los actores Vincent Price, Gloria Swanson y Greta Garbo, con Capuletti ataviado con capa española. Apadrinado por Gladys Lloyd Robinson, dos meses después expuso en el M. H. de Young Memorial Museum de San Francisco. Su pintura a partir de esos años se libera de la influencia surrealista para hacerse más hiperrealista, «su arte más personal y maduro» en palabras de Brasas Egido. Salvo en Valladolid, continuaba siendo casi un desconocido en España, adonde volvería en 1967 para instalarse, tras una breve estancia en Madrid, en Mairena del Alcor (Sevilla). La segunda planta de la sala de la Pasión recoge ejemplos de otra de las especialidades de Capuletti, la relacionada con las producciones de ballet y el diseño de figurines y escenografías, y de su pasión por el mundo de los toros o de la danza ya apuntada en la primera parte de la muestra. Antonio el bailarín, el vallisoletano Vicente Escudero o Carmen Amaya son algunos de los artistas retratados junto a las figuras del flamenco de la época, además de Pilar López, bailarina de la compañía de José Greco, su primera mujer y modelo recurrente en muchos de sus cuadros de la etapa más surrealista. Tras su vuelta a España, Capuletti seguiría exponiendo de cuando en cuando en Valladolid, en la galería Carmen Durango del Pasaje Gutiérrez. Tras su temprana muerte en 1978 sería recordado en otras exposiciones en las galerías Castilla y Rafael y en el colegio Lourdes, a las que ahora se suma la que repasa toda su trayectoria en el centenario de su nacimiento y lo reivindica en «la verdadera dimensión de su obra».