Sala de espera

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Visualice una sala de espera. Sí, trate de recrear un habitáculo cuadrado coronado por una mesa auxiliar en el centro de la estancia, atestada de revistas del corazón pasadas de fecha. Siga pensando en ese concepto y podrá reproducir la imagen de un conjunto de sillas ―parejadas o desparejadas, tanto da― y algún que otro sofá tipo chéster en los que, sus ansiosos inquilinos, aguardan su turno.Y es que, querido lector, esperar es nuestro sino. No importa el cariz o la situación si los designios marcan en rojo nuestra condición sempiterna de esperar y ser esperados.Lo raro, o dramático, reside en comprender que nuestra esencia está firmemente arraigada a una sala de espera. Ya sea en el trabajo, esperando un resultado de lo que sea, cualquier nota o calificación, una mera contestación, o un simple veredicto.Conforme uno va deshojando el calendario vital, llega a la conclusión de que los tiempos de espera no son más que una suerte de magia negra para dominar al paciente (ajustándonos en este sentido a la acepción básica del que tiene paciencia). Por tanto, si quiere tener a alguien en la palma de su mano, prívele de eso que ansía y que solo usted le puede dar.[articles:338073]Desde un plano existencial, esperar ―entendido como ejercicio― nos prepara a modo de transición para un suceso que modifica en cierta medida nuestro estado inicial. No es de extrañar que en los prolegómenos de ese “tránsito”, se empleen estrategias que van encaminadas en pos de aclimatarnos psicológicamente de cara al insondable vacío de la incertidumbre.Porque es esa incertidumbre la que nos predispone hacia lo negativo. Esperar no le gusta a nadie, ya que ese tenso compás nos ancla a un espacio grumoso donde el tiempo no fluye, volviéndonos vulnerables e indefensos.Quizá (y solo quizá), la cultura de la inmediatez ha provocado que vivamos estos momentos sometidos a una carga emocional por encima de lo asumible.Tratar de entenderlo nos lleva a una encrucijada en la que el día a día se hace palpable. Basta con rememorar cualquier situación cotidiana en la que nuestro ego hace acto de presencia, erigiéndose victorioso.Querer manejar los hilos en todo momento es como caminar descalzo por un sendero regado de brasas. Por más que nuestro orgullo henchido nos permita deambular con cierta dignidad, sabemos que antes o después terminaremos quemándonos; ¿Por qué? Porque esos inoportunos compañeros de viaje, que son los designios, son de esas cosas que por más que nos empeñemos, no podemos ni podremos controlar jamás.Como dice un buen amigo: “Lo que está para ti, aunque te quites...Y lo que no está para ti, aunque te pongas”.Gracias por la lectura y feliz lunes.