La unidad de la izquierda, porque viene el lobo

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La llamada a la "unidad de la izquierda" vuelve a resonar en el panorama político, especialmente en Andalucía, como un mantra gastado. Sin embargo, urge desnudar las propuestas vacías que se presentan bajo esta bandera. La unidad basada únicamente en un sentimentalismo abstracto y nostálgico está profundamente obsoleta, y la unidad meramente instrumental, concebida como un reparto de cargos y medios de supervivencia, es inviable y profundamente dañina. Más aún cuando quienes la promueven demuestran, con hechos, una total sumisión a la política del PSOE, el mismo partido que sostiene un gobierno cómplice de las atrocidades en el genocidio del pueblo palestino. La reciente "foto de la vergüenza" entre Ursula von der Leyen y Donald Trump, avalada sin pudor por el gobierno español, es solo la punta del iceberg. Este gesto simboliza la claudicación ante la extrema derecha internacional y el abandono de los valores mínimos de justicia y derechos humanos. Pero la complicidad va más allá: la política de vivienda sigue dejando a miles de familias en la desesperación y sin futuro, mientras se mantienen relaciones privilegiadas con el gobierno sionista de Israel, responsable del genocidio y el hambre planificada, incluidos miles de niños.  ¿Dónde está la ruptura real con estas políticas de muerte y despojo? La respuesta es clara: no existe. La permanencia en el gobierno que insiste en “la unidad soy yo” no es un acto de servicio, sino de supervivencia política. Aferrarse al poder, aunque sea como comparsa de políticas reaccionarias, se convierte en el objetivo supremo. Ante este panorama, la propuesta de unidad que esa izquierda de cartel plantea en Andalucía es un espejismo peligroso. Su objetivo real no es construir una alternativa poderosa para el pueblo andaluz, sino disolver posiciones incómodas, como la de Podemos, y diluir cualquier crítica real al PSOE. Es una operación de maquillaje, no de transformación. Se apela al miedo al PP y Vox como único argumento, un discurso hueco que ya no convence a una ciudadanía hastiada de la política del mal menor que conviene al mismo sistema.[articles:338836]¿Cómo se puede pactar con quien es parte activa de esta complicidad? ¿Con qué credibilidad y coherencia podría esa fuerza impulsar una alternativa, cuando su propuesta no sería más que una unidad funcional a los intereses del PSOE y del régimen bipartidista al que se aferra? Un pacto así no solo carece de legitimidad: es un caballo de Troya que desarma cualquier proyecto transformador. La unidad así concebida refuerza el sistema que se pretende cambiar.Frente a esta falsaria unidad, se impone la necesidad de un camino radicalmente distinto: el pacto entre pueblos, lo que incluye, incorporar a la clase trabajadora y a la clase que se autopercibe como clase media, como sujeto protagonista central del cambio. Asumir la realidad plurinacional de España para superar el centralismo y el españolismo rancio. Este pacto exige honestidad intelectual y política. Exige confrontar las políticas concretas del gobierno al que se sostiene, como su complicidad con el genocidio palestino, o su inacción en vivienda o el pretendido regalo de la ordinalidad para Cataluña. Ni el PSOE, cómplice estructural del sistema, ni los integrantes de Sumar, cuya subsistencia depende del paraguas gubernamental que les da oxígeno, están en condiciones de liderar un proceso de este tipo.La unidad no es un acto de fe como contrapunto al sentimentalismo vacío. Se escucha a veces voces que dicen: "¿Quién nos impide la unidad?” Este argumento, aunque con apariencia noble, peca de una peligrosa ingenuidad.  ¿De qué sirve sembrar si la semilla está podrida o el terreno es estéril? ¿Qué cosecha se puede esperar de una unidad que incluye a quienes conviven en un gobierno que avala el hambre y la muerte de niños palestinos o la sumisión a Trump?  Unidad sin ruptura con la complicidad criminal y sin un proyecto transformador real, no es un arma del pueblo, sino un boomerang. Es una unidad que desarma, que diluye la crítica, que legitima lo ilegitimable y que, en última instancia, traiciona al mismo pueblo al que dice defender. El agricultor siembra semillas sanas, en tierra fértil, con un plan, con la esperanza de que germine y crezcan.