Al cruzar Cibeles se detuvieron en el bulevar de Recoletos, ya cerca del Café Gijón. Se abrazaron prometiéndose una cita para que Abdón conociese a sus hijas y saludase a Marga, su musa teatral. — Oye, antes que se me olvide, ¿sabes algo de Teles? Preguntó Abdón todavía con la mano apoyada en el hombro de su amigo. — No mucho, se ha vuelto un ermitaño, tío -contestó con una media sonrisa Raúl- Pintar cuadros, creo que ya no lo hace. Se murió su madre hace unos años y ahora tiene una tienda de camisetas que él mismo decora. Está cerca de donde vive, en la calle Dos Hermanas, muy cerca de Cascorro. — Vendía cuadros en el Rastro. — Creo que lo dejó, pero hace un par de años que le perdí la pista. Ya te dicho que se ha vuelto muy esquivo; por La Libertaria no aparece hace años. Cuando Abdón se quedó solo, le pareció buena idea hacerle una visita al que fue uno de sus mejores amigos tiempo atrás. Teles tenía la exclusiva para pintar todos los carteles oficiales de las obras que se representaban en la Asociación Cultural "La Libertaria". Era un tipo culto y raro que pintaba cuadros abstractos que a todos los miembros de la Asociación les parecían muy buenos. Desde la primera vez que coincidieron conectaron bien hasta que Abdón tuvo la relación con Mamen. No le apetecía lidiar con el calor de la tarde por lo que cogió un bus que le subió hasta la cumbre de la empinada calle Toledo. Cruzó la estatua de Eloy Gonzalo para adentrarse en el entramado de callejas que surgían de la calle Embajadores. No tardó en dar con la tienda, pues el propio Teles, en el umbral de su comercio, daba caladas a un magullado pitillo escudriñando un no sé qué en algún balcón de la fachada de enfrente. — ¿Ya te estás metiendo un peta, pintamonas? Le dijo Abdón a pocos metros de él. — ¡Hostia, coleguita, no me lo creo! ¡Si eres tú regresando del averno! Se saludaron efusivos a la entrada de la tienda. Esta consistía en un pequeño escaparate donde colgaban unas camisetas estampadas en unas ramas de un pequeño árbol de cartón. El local era diminuto y embrollado con libros viejos y unos lienzos, unos colgados en las paredes y otros amontonados en el suelo. Teles sacó dos banquetas de camping y las abrió. — Hazte sitio entre todo este maremágnum. El negocio no da para más, Ab. Dijo mostrándole la silla. Estuvieron hablando del pasado, de los buenos tiempos, de la Asociación y de los colegas de antaño "casi todos deglutidos por la bocaza de la industria capitalista y su moralina de progreso", según resumió Teles poniendo cara de desapego. — Vivíamos demasiado al día sin importarnos una mierda el mañana. Eso pesa, Teles, y más si quieres tener una puñetera casa, una familia, una vida pasable, joder. Teles sacudió la cabeza enérgicamente. — Eliminarte como individuo y pasar a formar parte de la manada. Eso es lo que es asentar la cabeza y formar una familia. Dejar que la página pase sin ti. No me jodas, Ab. Teles era de la misma edad que Abdón pero parecía más viejo. Alto y enjuto (las clavículas se le marcaban como si fuesen a escapar de la piel), tenía el rostro ajado y los labios cuarteados y amoratados. Llevaba el cabello largo y lacio peinado por detrás de las orejas y unos ojos hundidos contrarrestados por su viveza. Vestía de una manera informal con una de las camisetas que vendía y unos jeans salpicados de manchas de óleo. Tenía la voz grave, profunda, que sonaba con una vehemencia sui generis. — Y ahora me vienes que tú quieres cambiar de vida -continuó- ¿Cambiar a qué vida? ¿A esa que cuentan como envidiable e impoluta siendo aburrida y reprochable? Todos mienten, Ab, para no tener que lamentar en público su error. Arrepentirse de lo hecho sería para ellos despotricar contra los cimientos de su existencia. ¡No seas lerdo y no te integres en el redil, tío! Por mal que te vaya serás auténtico. Teles le ofreció un té frío. — Es lo único que tengo por aquí. -le aseguró echando un vistazo a su alrededor. Descorrió una cortina florida y descubrió un surtido de infusiones junto a un infiernillo antediluviano. Las hierbas estaban colocadas en unos frascos de vidrio al lado de unas tacitas de loza. Bebían los tés en silencio a la vez que Teles se liaba un porro tras sacarse del vaquero una bolsa de plástico con la marihuana. — Esto me mantiene en forma -dijo señalando el pitillo- Me hace estar atento a lo verdaderamente importante que pasa cada día. Y no hablo de la política, ni de la cultura, ni de qué forma la espicharé……. Digo de la esencia de los minutos. Abdón miraba a su amigo intentando desentrañar su mundo. Parecía convencido de lo que decía aunque aparentase ser un solitario anacoreta. Intentaba redescubrir aquel treintañero pintor que conoció tiempo atrás y le costaba imaginárselo. — ¿Y tu pintura, Teles? — Cuando me da el punto hago algo, pero poco. Me va mejor con este rollo de las camisetas. El trajín del Rastro lo dejé, mucho impuesto y poca chicha, pero abro la tienda las mañanas de los domingos y festivos que lo permiten. Pero en el tiempo que Abdón estuvo en la tienda nadie entró a comprar. — También he vendido por aquí algún cuadro -continuó- Por eso tengo algunos en la tienda. Y tú ¿qué? ¿Has escrito algo? Yo diría que ni papa. Sonrió Abdón y abrió las manos en un gesto de confirmación. — Ya no tengo ganas ni ideas para compartir. Lo que te dije antes: quiero intentarlo de nuevo con Mamen y dirigir mi vida hacia otro lado. Contradijo con la cabeza Teles mientras daba una profunda calada al canuto. — Tú mismo, coleguita, pero creo que te vas a equivocar. — También me pasa eso. El último mes, en casa de mi viejo, supongo que he idealizado un cambio que ahora lo veo complicado en el exterior. Es como si hubiese vivido treinta días en una burbuja y ahora me estallara en toda le jeta. Pero como andaba antes no puedo seguir, me sentía desmotivado de todo. Tengo que cambiar. Teles le examinó de arribabajo entre socarrón y curioso. Luego desvió la vista y estuvo silencioso unos instantes. — Yo soy un pobre solitario que he renunciado a los demás -dijo con gravedad- Pero me importa una mierda, ¿sabes? Lo que palpo ahí afuera -señaló a la puerta de entrada de la tienda- es hipocresía y envidia. El mundo está concebido para los que tienen dinero y los demás somos sus lacayos. Muchos de los ideales están hechos para que los lacayos creamos que no lo somos y que los ricos sigan con sus guerras, su economía y sus discursos viles. No creo una mierda de nada ni de nadie….. Creo en los porros y en ciertos escritores. Por cierto, ¿has leído Nosotros no ahorcamos a nadie del Unai Elorriaga? Abdón negó. — Pues estás tardando en leerlo, Ab. Te vendría bien, te lo dice un viejo brujo. Cuando comenzó a enrojecerse la tarde, Teles le dijo que tenía que cerrar la tienda. — No es que tenga un horario fijo pero por las tardes me gusta tomarme unas cervezas en la terraza de El Babia, un bareto baratario ahí abajo en Embajadores. Si me acompañas, te invito. Luego tú me invitas a la de después. Añadió entre risas. Abdón le explicó que tenía que ir a casa para situarse después de un mes de ausencia. — Entonces, coleguita, salud y fortuna. Nos vemos.