Las primeras valoraciones políticas y empresariales en el seno de la Unión Europea (UE) al acuerdo alcanzado recientemente entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente estadounidense, Donald Trump, basculan entre los calificativos de derrota, sumisión, resignación y similares. Desde luego, únicamente el tiempo permitirá saber hasta qué punto se cumplen los vaticinios que ahora se formulan, no solo por la incertidumbre propia de las relaciones internacionales y lo difuso de algunos de los compromisos anunciados, sino también porque la voluble personalidad del inquilino de la Casa Blanca puede desbaratar cualquier cálculo en cuestión de días.En todo caso, parece claro que lo ocurrido no se explica ni se circunscribe al ámbito comercial, sino que expande su efecto mucho más allá, dejando a la UE en una posición cuando menos incómoda. En términos comerciales, basta con recordar que el volumen total de intercambios trasatlánticos en 2024 fue de 1,6 billones de dólares (prácticamente distribuido a partes iguales entre bienes y servicios), con un superávit a favor de Bruselas de unos 50.000 millones (derivado de la diferencia entre los 200.000 millones de superávit que registran los Veintisiete por bienes y el déficit de 150.000 que acumulan en servicios). Se trata, por tanto, de tan sólo el 3% del total de dichos intercambios; una cifra que resulta muy forzado calificar de desorbitada o insostenible, como insistentemente sostiene Trump. Por eso sorprende que la propia von der Leyen haya asumido tan dócilmente el discurso de su interlocutor, tomando como punto de partida en la negociación la imperiosa necesidad de satisfacer a Washington.Lo acordado (…) parece más bien una rendición ante Trump, dejando un innegable poso de dependencia y subordinación por parte de los Veintisiete. Lo ocurrido no es un episodio más de una posible guerra arancelaria que, de momento, la UE ha rechazado por entender que sería perjudicial para todos los actores implicados, sino que se enmarca en una dinámica en la que, por un lado, los Veintisiete dicen aspirar a independizarse de Estados Unidos (EEUU) –Friedrich Merz dixit– y, por otro, Trump pretende hacer negocio y consolidar su proyecto MAGA. Lo acordado –aceptación de un arancel genérico del 15% a las exportaciones comunitarias a EEUU, sin represalia alguna, y compromiso de adquirir más gas estadounidense (alrededor de 750.000 millones en los próximos tres años) y más material de defensa (en el marco de los 600.000 millones de dólares que se prevé que las empresas de la UE inviertan en EEUU)– parece más bien una rendición ante Trump, dejando un innegable poso de dependencia y subordinación por parte de los Veintisiete. Esto se suma al reciente acuerdo adoptado en el marco de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para incrementar el gasto en defensa hasta el 5% del PIB de todos los aliados. Un incremento que responde mucho más a una exigencia de la Casa Blanca que a una valoración técnica de los recursos necesarios para defenderse de las amenazas que puedan afectarnos. Un incremento que se va a traducir en más y más compras de material de defensa a EEUU. Pasos, en esencia, que hacen aún más difícil alcanzar algún día la ansiada autonomía estratégica europea.Se puede matizar ese duro juicio aduciendo que la decisión de represaliar a Washington con la aplicación de los aranceles que ya han sido aprobados (pero que los Veintisiete renuncian a ejecutar) habría supuesto un castigo autoinfligido, provocando una subida de los precios dentro del mercado común y dificultando la labor del Banco Central Europeo para mantener bajos los tipos de interés. En cualquier caso, es inevitable recordar que antes del regreso de Trump a la presidencia el arancel genérico que aplicaba Washington era de un 4,8% y ahora va a ser 10 puntos más alto.También se puede aducir igualmente que el material de defensa ya se iba a comprar en cualquier caso y que las cifras anunciadas sobre inversiones y compras de materias primas energéticas son meras ensoñaciones trumpistas sin un fundamento claro. Por un lado, se trata de que, a fin de cuentas, son las empresas las que tendrán que decidir si finalmente compran ese gas a EEUU, sin que la UE tenga ni capacidad ni competencia para definir sus estrategias comerciales. Por otro, con cifras de 2024, EEUU sólo logró vender al exterior gas por un valor total de 166.000 millones de dólares (de los cuales 76.000 fueron a clientes de la UE). Se hace difícil imaginar cómo puede pasar ahora a vender gas a los Estados miembros de la UE por un total de unos 250.000 millones cada uno de los próximos tres años y, al mismo tiempo, atender sus compromisos con el resto de sus clientes.Sea como sea, nada de eso elimina el efecto negativo de lo acontecido en Escocia. En las formas resulta inaceptable que el encuentro se haya celebrado en el club de golf del propio Trump, como si von der Leyen fuese una simple invitada a una reunión privada. Y en el fondo ha sido imposible evitar una imagen de debilidad estructural por parte de los Veintisiete, a la espera de que Trump decida romper lo apalabrado y vuelva a las andadas (tratando de desmantelar el marco regulador comunitario para abrir camino a sus entidades financieras y de comercio digital). En definitiva, el acuerdo marco puede no ser un desastre total en el terreno económico, en la medida en que los actores empresariales que quieran seguir negociando con EEUU no se van a ver comparativamente perjudicados en relación con otros competidores interesados en acceder al mercado estadounidense. Pero, al menos de momento, parece un desastre geoestratégico sin paliativos, tanto desde una perspectiva interna, ahondando la fragmentación entre los Veintisiete, como externa, transmitiendo a otros actores que la UE sigue sin ser un actor geopolítico (por mucho que von der Leyen insista en lo contrario).Autor: Jesús A. Núñez VillaverdeLa entrada UE-EEUU, mucho más que aranceles se publicó primero en Real Instituto Elcano.