La playa estaba desierta

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Si estuviéramos en el verano de 1969 los más conspicuos de mis pacientes lectores, tal vez se hallaran cantando “María Isabel”, la canción de Los Payos cuyos ecos han llegado hasta hoy. Hace algo más de una semana se nos fue Josele, uno de sus componentes y coautor de la canción, que empieza constatando: “la playa estaba desierta, el mar bañaba tu piel, cantando con mi guitarra para ti, María Isabel”. Canción del verano en 1969 y número 1 en Los Cuarenta Principales durante varias semanas.Aunque oigo algo al respecto, ignoro si ahora hay canción del verano para bailar y enamorarse como en las películas y en los veranos de los tiempos de Franco. Puesto que estoy en la edad en la que el ayer me determina, debo decir que, en el tema que trato, cualquier tiempo pasado fue mejor, yo no me imagino bailando, cantando y enamorándome con esta música de ahora que luce más humo y movimiento de caderas y demás que notas y armonías musicales.Dado que, cuando Franco, yo ignoraba lo que contenían sus cloacas, siento que entonces era más feliz que ahora. Ahora me posee lo que llamo melancolía gozosa y no es exactamente de este tiempo sino que me empezó a aprisionar en los años 80 del XX, cuando comencé a darme cuenta de que lo que me decían que era una democracia es una dictadura de papel celofán y así sigue y ha empeorado con la ortodoxia tridentina pseudoprogresista. De todas formas, soy un afortunado testigo de la Historia: me ha tocado vivir un dictador fascista, cuatro reyes en España, dos papas y dos dictaduras, la actual es de pitiminí, pero dictadura, al fin y al cabo.[articles:338428]Como mejor está la playa es desierta, la primera vez que fui a la playa, siendo niño, me resultó algo horrendo. Yo fui un pijito que veraneaba en una pequeña finca del Aljarafe sevillano con una excelente piscina. La arena caliente en el suelo y en el aire, el sol que me quemaba, la arena húmeda pegada a mis pies, las olas que me obligaban a perder el control de mí mismo y no a nadar como Dios manda, el gentío y esa forma de comer tan incómoda más el ruido de los niños más pequeños que yo, añadido al follón general, me obligaron a preguntarme qué narices era aquello con lo tranquilo que estaba yo en el Aljarafe solo o con mi pandilla de pijos de las fincas de alrededor escuchando cómo la generación de Josele pinchaba en los picús al Dúo Dinámico, a Les Surfs, a Paul Anka y por supuesto a The Beatles.Otra cosa es la playa y el mar en el norte de España donde, ya mayorcito y con familia propia -quiero decir la que tú formas, no la que te toca-, pasé deliciosos veraneos y Navidades. En verano, acostarse y taparse con una manta es uno de los grandes placeres de la vida junto con beber gazpacho o escuchar música. En el norte las playas veraniegas no sólo están casi desiertas -a veces- sino que yo he disfrutado bajo el nublado marítimo diurno con chiri miri encima, tan tranquilo, y con las frescas y húmedas noches en las veladas de los prados verdes bebiendo sidra bajo la luna o la lluvia y con música céltica en directo, si bien no sé por qué la llamamos música celta, no sabemos cómo cantaban ni cómo tocaban los celtas y menos si cantaban “María Isabel”.Les voy a decir una cosa en voz baja, para que no se entere nadie: los cántabros y los vascos son más alegres que los andaluces. Todos los seres humanos fingimos alegría, pero en eso de fingir los andaluces se llevan la palma. Unos crían la fama y otros escaldan la lana. Yo me lo he pasado de rechupete en las movidas diurnas o nocturnas bilbaínas y en los praos santanderinos. Sin calor y con menos “grasiosos de arsa y olé”. Cada cual cuenta la feria como le va.Se pasea de maravilla cuando la playa está desierta. En el sur y en el norte que el sol se limite a bañar tu piel. Nada más. Mejor, a acariciarla y luego que se vaya a hacer puñetas, que no he visto a nadie que haga más daño y que esté ahí en verano hasta más allá de las veintidós horas, ¡qué horror! Hablo desde el sur sevillano, frente al lugar en el que vivo hay una obra. Los albañiles llegan a las seis de la mañana y se ponen a currar. Bueno, se ponían, los dos o tres vecinos quisquillosos ya han protestado por el ruido y los operarios empiezan la faena algo más tarde. La gente mira por sí misma y punto, no le importa que a los obreros les pueda dar un golpe de calor cuando menos lo piensen. Los protestones lo hacen desde sus ventanas, ocultos, sin dar la cara, o hasta llaman a la policía, éste es un tiempo de timoratos desde abajo hasta arriba.En América a las seis de la mañana es de día y el personal que trabaja de verdad se dispone a ir al tajo. En Sevilla, en verano, debería ser así, ¿dónde se ha visto que en una tierra como la sevillana muchas tiendas abran también en el estío a las diez de la mañana y la gente no tenga la prisa que debería tener? Tanto hablar del estrés como un castigo…, de vez en cuando habrá que alabar nuestro estrés occidental como uno de los motores de lo que llamamos progreso. Para tener menos estrés habrá que madrugar mucho más.Ya termino porque este artículo es muy malo, es una columna de verdad, no los tostones que escribo otros domingos, tan sesudos. La teoría periodística indica que el columnista le muestra a sus lectores su estado de ánimo. Yo no tengo ganas de nada y menos en el verano azul del sur que en Sevilla no es azul, sino blanquecino por la calima que se reúne allá arriba.Escribo de la playa sin la playa. Todo eso de las trifulcas políticas me cansa y al mismo tiempo me divierte, por ejemplo, los y las mediocres inflan y mienten en sus currículos, es la picaresca que conozco bien no sólo por ellos sino porque he estado en tribunales académicos y porque mis alumnos más vivales la cultivan con cierta frecuencia. Aquí nadie quiere ser soldado, todos generales, porque en estos tiempos woke todos somos iguales. Si a los de arriba los acusan de escribir pseudotesis o de amañar leyes en sus despachos privados cuando son ministros, todo lo demás está permitido.Mientras arreciaban estas patrañas a mí me afectaba la muerte de Josele. La playa de María Isabel estaría desierta, pero es que mi playa se me está quedando igual o peor: los de la generación de Josele se están muriendo, yo les he hablado de él porque era el famoso, no de mis colegas de su edad y más jóvenes que la están palmando antes, durante y después de Josele. Se van los de los “felices 60” y ahora nos toca a los de los “felices 70”.En lo que a mí se refiere, desde pequeñito mi madre me ha estado pagando el Ocaso y yo sigo con ello. Me merezco un entierro, por lo menos, como el de Isabel II de Inglaterra o como el del caso verídico de Paco Gandía, y ya verán ustedes cómo me hacen uno cualquiera. Es el negocio de la muerte, otro más de los muchos que monta ese ser miserable llamado humano.Cuando llegaba el señor que cobraba los recibos del Ocaso mi madre decía siempre: “Hijo, éste es el recibo que pago más a gusto porque todos seguimos vivos”. Aún lo pago yo, mamá, y quien sabe si ni siquiera me va a hacer falta porque en un día loco me dé por bañarme en una playa desierta con María Isabel y llegue un tiburón de esos que ahora aparecen por todas partes y se me trague como la ballena se tragó a Jonás mientras María Isabel grita: chiribiribí, pon, pon, pon, pon, chiribiribí, pon, pon, pon, pon…