La arena quema bajo el sol abrasador en el campamento de Al Mawasi, pero Hamza, de tres años, apenas lo nota. Sus diminutas manos aprietan puñados de tierra que lanza contra su madre mientras agita una hoja de palma como si fuera un arma. “¡Tengo hambre, quiero comida!”, grita en un árabe entrecortado, con la voz quebrada por la desesperación.Seguir leyendo