Veraneo

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Se acercaba el verano, el pueblo (de muy pocos habitantes) se llenaba de vida, familias enteras regresaban felices a pasar las vacaciones, todas las casas, casi siempre cerradas, hoy disfrutaban del murmullo de chicos y grandes. ¡Todos al río! El agua está fría pero nadie se arredra y quedan en la orilla, han visto una culebra nadando muy cerca, pero eso no importa, porque nadie tiene miedo. Hoy toca subir al monte, la furgoneta está preparada y toda la chiquillería canta feliz en ella ¡qué tiempos tan bonitos fueron aquellos! Pasaban felices los días, las horas se sucedían, los niños jugaban, pero… ella se aburría. Cierto que ocupaba el tiempo con lectura, escritura y hasta cosía, en aquel tiempo las horas pasaban lentas ¿por qué venimos aquí todo un mes? Se preguntaba, la respuesta ya la sabía, para que los niños disfruten del campo, de la aldea y de la libertad que no tienen en la ciudad, pero ella no aguanta tanta paz. ¿Qué puede hacer? Pasear no, porque en cualquier recodo del camino puede encontrarse con las vacas sueltas que van o vienen de los campos. En realidad no se acostumbra a la vida de la aldea, sin agua corriente en la casa y que hay que ir a buscar a la cercana fuente ¡con lo bonito que es verla bajar de la ducha o en la cocina!. Éste va a ser el último año que vengamos aquí de "vacaciones", sí, así le llamaban ¿vacaciones? A esto no se puede llamar de esta manera, las vacaciones son para disfrutar, no para ver ratones corriendo y perros ladrando a todas horas. Decididamente otro año NO, y así lo propuso cuando llegó junio al año siguiente. ¡Vamos a la playa! A ver como el agua salada moja nuestros cuerpos y como las olas se acercan a la orilla, nadar hacia las rocas o mar adentro, eso sí son vacaciones, pero lo anterior es un cuento. ¡Ya le salió en verso!. Pasaron los años, los niños crecieron, ya la aldea se le hacía pequeña, la ciudad llamaba a otros eventos. Y entre otras cosas, se acabó el veraneo, ahora cada uno por su cuenta pasaban los días, sin campos, sin ríos, sin monte y eran felices a su manera. Nadie echaba de menos aquellos veraneos en la aldea pero uno sí lo hacía de vez en cuando dirigía sus pasos (mejor su coche) para visitar los lugares de su infancia, hasta que se fue para siempre, para no volver ni a la aldea, ni a la ciudad. ¡Triste final fue! Sí, como una luz que relucía, poco a poco, se fuera apagando y aquella que se aburría, recordó con cariño todo lo pasado.