¿Y si Jack Dorsey tuviese razón otra vez? Un vistazo profundo a Bitchat, la mensajería sin internet

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Jack Dorsey, a quien sigo desde sus tiempos al frente de Twitter, no es precisamente un personaje convencional. Capaz de construir una red social que redefinió el discurso público y después renegar de ella en busca de formas más descentralizadas de comunicación, su trayectoria es la de alguien obsesionado con la idea de la libertad en el entorno digital. Su última ocurrencia, Bitchat, es un ejemplo fascinante de hasta dónde puede llegar esa obsesión. Se trata de una aplicación de mensajería instantánea que no necesita internet, ni servidores, ni cuentas de usuario. No requiere tu número de teléfono, ni tu correo electrónico, ni absolutamente ningún dato personal. Solo un móvil con Bluetooth activado. El objetivo es demostrar que es posible conversar e incluso mover bitcoins sin depender de redes móviles ni de servidores, solo con la modesta radio Bluetooth que todos llevamos en el bolsillo. Y funciona, o al menos, funciona hasta cierto punto. La aplicación se presentó el pasado 10 de julio como beta limitada y agotó en pocas horas sus diez mil plazas de TestFlight. Ahora, ya está disponible en la App Store, y el resultado si te la descargas es una experiencia completamente espartana: abres la app y, si hay alguien cerca que la tenga, ya estás dentro del canal, un retorno casi romántico a la época IRC, pero sin ninguna infraestructura común. Y precisamente esa precariedad convierte a Bitchat en una herramienta útil para festivales, excursiones o catástrofes naturales, donde la infraestructura se cae y cualquier forma de comunicación, por rudimentaria que sea, vale oro.La premisa detrás de Bitchat suena casi a manifiesto ideológico. Inspirado en tecnologías como Bluetooth Mesh, permite que los mensajes salten de dispositivo en dispositivo, rebotando entre teléfonos cercanos como si se tratara de una red neuronal humana. La propia documentación presume de comandos /join o /msg, de compresión de mensajes y de modos de ahorro de energía, pero advierte que el rango efectivo rara vez supera los 300 metros. Si dos usuarios están a más de 300 metros, no pasa nada: pero con suficientes nodos intermedios, el mensaje llega, y, en teoría, cifrado de extremo a extremo con X25519 y AES‑256‑GCM. Se autodestruye por defecto, no queda registro en ninguna nube y solo se almacena localmente. ¿Privacidad? Total. ¿Censura? Imposible. ¿Dependencia de terceros? Nula. La propuesta tiene un aroma evidente a criptoanarquismo y a resiliencia anti-sistema. Y en un mundo donde cada vez más gobiernos apagan internet a conveniencia, o lo instrumentalizan para controlar a sus ciudadanos, no se puede decir que sea una idea descabellada.Desde el punto de vista del usuario, la experiencia es radicalmente distinta de lo que ofrecen sistemas como WhatsApp, Signal o Telegram. No hay verificación de identidad. No hay backup en la nube, ni siquiera nube, ni «última hora de conexión». No hay forma sencilla de saber si estás hablando realmente con quien crees estar hablando. Es un sistema «trustless» en el sentido más literal y radical del término. Y eso, como era de esperarse, ha desatado una tormenta entre los expertos en seguridad. El análisis técnico no se ha hecho esperar. Especialistas como Jim Miller han destrozado el planteamiento criptográfico de la app: el sistema de claves públicas es, en su implementación actual, puramente decorativo. La función «Favoritos» permite almacenar la clave de otro usuario, pero sin ninguna garantía de que no haya sido suplantada en algún punto. El ataque man-in-the-middle es trivial y fácil de automatizar. A ello se suman firmas opcionales, cabeceras sin protección y comandos privilegiados que cualquier usuario puede secuestrar con un cliente modificado. No hablamos de bugs triviales, sino de fallos de diseño susceptibles de comprometer la autenticidad y la integridad de las conversaciones. En la práctica, Bitchat no es seguro. O al menos, no lo es todavía.Dorsey lo sabe: el propio repositorio advierte que el software no ha sido auditado y puede contener vulnerabilidades, nota que se añadió después de cerrar (y reabrir posteriormente) el primer issue crítico en GitHub. Tras la polémica, anunció la migración del protocolo a Noise y comenzó a aceptar pull requests para reforzar la criptografía, reconociendo que su «proyecto de fin de semana» necesitaba madurar antes de usarse en contextos de riesgo. Y sin embargo, hay algo profundamente interesante en este experimento. Porque Dorsey no parece estar vendiendo una solución definitiva, sino más bien planteando una provocación: ¿y si pudiésemos comunicarnos sin depender de infraestructuras centralizadas? ¿Y si el teléfono que tienes en el bolsillo fuese, por sí solo, una estación autónoma de transmisión de mensajes? ¿Y si no necesitásemos de Apple, ni de Google, ni de ninguna autoridad para hablar con quien queramos, cuando queramos, y sin dejar absolutamente ningún rastro?La idea no es nueva: Bridgefy ya lo intentó en 2019 durante las protestas de Hong Kong, y desde entonces han proliferado soluciones descentralizadas como Briar o Reticulum. Lo nuevo aquí es el enfoque: una mezcla de espontaneidad hacker – Dorsey afirma haberlo programado en un fin de semana, – una estética minimalista, y una narrativa tan coherente con su evolución personal como provocadora en términos tecnológicos. El añadido más reciente, la posibilidad de enviar Bitcoin vía Lightning Network a través de Bluetooth sin conexión a internet, no hace más que reforzar la visión: comunicación y pagos sin intermediarios, sin huella, sin supervisión. Como si alguien se hubiese propuesto diseñar una app para un futuro post-apocalíptico, o para una sociedad radicalmente libre.¿Funcionará? Es difícil decirlo. A nivel técnico, Bitchat está aún en pañales. Los errores de diseño son demasiado básicos como para recomendar su uso en situaciones sensibles. Desde una perspectiva de producto, su utilidad está limitada por la densidad de usuarios: sin otros dispositivos cercanos, no hay red, no hay mensajes, no hay nada. Pero como idea, como concepto, como declaración de intenciones, tiene un valor inmenso. Nos obliga a repensar lo que entendemos por «mensajería» en un mundo saturado de vigilancia y dependencia digital.En el fondo, lo que Jack Dorsey está haciendo con Bitchat no es construir un rival para WhatsApp, ni siquiera para Signal. Está dibujando otra categoría de aplicación, otra filosofía de comunicación. Una que privilegia la autonomía sobre la comodidad, la privacidad sobre la interoperabilidad, la resiliencia sobre la facilidad de uso. Es imperfecta, sí. Está llena de agujeros, también. De hecho, el debate que se ha desatado ilustra la paradoja de la seguridad: exigimos estándares de Signal a un producto con una semana de vida, pero a la vez castigamos la transparencia que hace posible esa auditoría colectiva. Bitchat no es seguro hoy, y quien lo use para coordinar una protesta se expondrá a deslices fatales. Sin embargo, la decisión de abrir el código, de reconocer los errores y de absorber la presión de la comunidad es, precisamente, el camino que ha permitido a proyectos como Signal alcanzar la robustez que ahora damos por sentada. Si algo ha demostrado Dorsey en su carrera es que sabe ver antes que otros por dónde va el mundo. Y si este experimento logra encontrar una comunidad interesada en fortalecerlo, auditarlo y adaptarlo, no sería la primera vez que una idea suya termina redefiniendo cómo nos comunicamos.Porque quizás el problema no sea que Bitchat sea inseguro. El problema es que todo lo demás que utilizamos lo es mucho más, y ya ni nos molesta: unos cuantos lo aceptan como mal menor, y otros muchos, la mayoría, ni se lo plantean, ni se enteran. ¿Qué futuro le espera a Bitchat? Si Dorsey logra reclutar a suficientes desarrolladores y someterse a auditorías rigurosas, podría convertirse en la referencia de la mensajería post‑internet: una especie de «canal cero» que siempre funciona mientras haya un puñado de teléfonos cerca. Si, por el contrario, se queda en juguete de fin de semana, acabará como FireChat: un bonito recuerdo de lo que pudo ser. Conociendo a Jack, mi apuesta es que insistirá hasta que el prototipo soporte los requisitos de anonimato y verificación que hoy le faltan. Y, si lo consigue, puede que dentro de unos años recordemos este mes de julio como el instante en que empezó a gestarse la primera red social que no necesita red.