La literatura asturiana pierde a Xuan Bello

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El escritor asturiano Xuan Bello, nombre imprescindible de la narrativa y la poesía del principado, capaz de convertir en universal la más local de las historias, falleció ayer en Oviedo a causa de un aneurisma. Tenía 60 años cumplidos el 10 de julio y una mente privilegiada capaz de emocionar, de jugar con la memoria y el olvido usando palabras mágicas, certeras, que siempre conducían al pasado, a la infancia, a los orígenes, a la nostalgia y al paso inexorable del tiempo. También desde las páginas del diario 'El Comercio', donde compartía desde hacía décadas con los lectores de este periódico cada domingo. En los últimos años ha formado parte también del jurado del premio Princesa de Asturias de las Letras. Tenía el don de la ficción y la poesía; y también un compromiso con la oficialidad de la 'llingua' asturiana, por la que batalló la vida entera. Deja mujer, una hija y un sinfín de amigos y lectores que ya le añoran y le lloran, aún en estado de shock, aún incapaces de digerir lo acontecido. Se va demasiado joven quien había nacido en el concejo de Tineo en 1965. En Paniceiros vio la luz para tomar precisamente el nombre de su pueblo y darle título a una de sus obras más ilustres. Con solo 16 años, en 1982, firmó 'Nel cuartu mariellu'. 'El llibru de les cenices' (1988), 'Los nomes de la tierra (1991), 'El llibru vieyu', con el que obtuvo el premio Teodoro Cuesta de poesía en 1993, y 'Los caminos secretos' (1996) llegarían antes de que en 1999 se publicara una antología bilingüe (asturiano-castellano) de su poesía, con el título de 'La vida perdida'. Cofundador de revistas literarias, su obra más célebre fue 'Hestoria Universal de Paniceiros', que en 2003 ganó el premio Ramón Gómez de la Serna y se llevó el aplauso de la crítica. A caballo entre el ensayo y el relato, están títulos como 'Pantasmes, mundos, laberintos' (1996), 'La memoria del mundu' (1998), 'Meditaciones nel desiertu' (2003) y 'Los Cuarteles de la memoria' (2003). Traductor también de escritores portugueses y eventual presentador de programas culturales de televisión como entrevistador, Bello firmó 'Al dios del llugar' (2007), 'La hestoria tapecida' (2007), 'La confesión xeneral' (2009), 'Unas poucas cousas guapas' (2010), 'El llibru nuevu' (2017) y 'Escrito en el jardín' (2017), entre otras obras. Era un tipo afable, que hablaba con calma, un hombre tranquilo que disfrutaba de la lectura, de la naturaleza, de la vida cotidiana en su casa de Caces con Sonia y Lena y un habitual de todo tipo de actividades culturales en Asturias y otros muchos territorios nacionales e internacionales. Hace apenas un par de semanas participó en la Semana Negra en un homenaje a Ángel González. Allí volvio a defender la 'llingua' asturiana, porque para él había dos lenguas en su obra que se amaban la una a la otra, que no estaban reñidas: «Soy un escritor bilingüe por fortuna y me es ya muy difícil inscribirme a un territorio cultural nada más, en mi mente ya se conciliaron perfectamente esos dos mundos. Para mí no existe ninguna contradicción entre escribir en castellano y asturiano, se complementan y creo que me hacen mejor escritor», dijo en una ocasión. En 2019 escribía 'Incierta historia de la verdad' y aquella obra le servía como una suerte de autobiografía. Decía entonces en una entrevista con 'El Comercio' que la felicidad está en saber conformarse y decía mucho más sobre su relación con las letras, tan profunda, tan profusa, tan íntima, tan fiel e inquebrantable. «Vivo dentro de la literatura, a mí me gustan la vida leída y los libros llenos de vida. Entiendo la literatura como una puerta que se abre a la vida, y la vida como una puerta que se abre a la literatura. Quien me conoce sabe que si hago una fabada o un pulpo con patatinos lo sirvo con una historia de Cunqueiro o con un cuento de Lord Dunsany», confesaba. Le gustaba escribir mientras cocinaba. Fue nocturno de joven, pero con el paso de tiempo supo disfrutar de la lucidez de los amaneceres a la hora de hilar las siempre hermosas palabras que conducían a territorios vitales y emocionales, a la melancolía, o señaldá –por decirlo en asturiano– y que surgían siempre del empeño, del trabajo duro y la constancia. «Hay muchas horas, mucho desvelo, mucho desasosiego. Soy una persona que cada vez que se enfrenta a escribir teme al fracaso, piensa que no sabe nada y tiene que empezar casi de cero, que según va escribiendo va encontrándose y poniendo en armonía el mundo consigo mismo». Siempre dijo que el tiempo era el auténtico personaje de sus libros, que sus desvelos estaban en el reto de trazarlo con tino. «Yo creo que en un libro tiene que suceder el tiempo, porque el principal personaje es precisamente el tiempo, cuyo paso produce alegrías y decepciones. El gran tema en mi narrativa ha sido siempre la memoria, que nos permite que nos llamemos de una determinada manera, que pisemos sobre el suelo, pero ahora también advierto de la necesidad del olvido. El olvido, a veces, también es deseable», solía decir. Era un creador de atmósferas, de conceptos abstractos que son pura realidad en la ficción y en la vida, era un contador de historias vocacional y satisfecho de serlo. «Un libro es siempre la vida de un hombre, que entra con un tiempo y acaba saliendo con otro y lo que hay que conseguir es que el lector que lo lea perciba cómo sucede el tiempo». Él encontró la tecla para superar ese reto y dejó muchos tiempos por retratar.