Lo mejor de ir al colegio era escaparme. Mi padre me llevaba en su auto americano, un trayecto largo, una hora, desde su casa en el campo. Según su humor, me daba un dinero, o no me daba nada, al despedirse de mí. En cualquier caso, yo tenía dinero porque, cuando él se metía en la ducha, hurtaba un par de billetes de su cartera, para estar protegido si más tarde, al despedirnos, no me daba nada. Yo bajaba de su auto a dos o tres cuadras del colegio, en la avenida Benavides, así él no tenía que meterse en el embrollo de tráfico frente a la puerta del colegio. Mientras caminaba dos cuadras hasta el colegio Markham, me preguntaba... Ver Más