Por favor, no me deporten

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Llegué enfermo a Lima, tosiendo las cinco horas de vuelo desde Miami, temeroso de que mi salud empeorase todavía más en la ciudad del polvo y la niebla, pero, para mi sorpresa, el clima moderadamente frío, que no llegaba a ser agresivo, empezó a sanarme desde la primera noche, pues dormí con unos sueños profundos, de corrido, sin toser, como no podía dormir en Miami hacía semanas. Continué curándome sin medicinas, remedios ni brebajes, solo respirando el aire fresco y húmedo que venía del mar Pacífico, cuando, un domingo hacia las dos de la tarde, bien dormido, visité a mi madre en su casa de Miraflores y almorcé con ella. Llevaba dos años sin verla, y solo abrazarla, besarla, decirle... Ver Más