Wilfredo Allen tenía planeado retirarse inminentemente. Con cuatro décadas de trabajo como abogado migratorio en Miami sobre sus espaldas de 74 años, había llegado el momento. “Pero ahora siento que si me retiro, sería como rendirme. Como huir del campo de batalla. Y eso no va conmigo. Mis padres no me enseñaron a correr, me enseñaron a quedarme y pelear”, dice por teléfono. Explica también que, aunque hay más trabajo en medio de la cruzada del Gobierno de Donald Trump por aumentar a toda costa las deportaciones, eso no es lo más duro: lo peor es la frustración de que, aunque se haga todo bien, las reglas de juego han cambiado.Seguir leyendo