Ni ella misma lo hubiera esperado, porque más allá de la anemia que le diagnosticaron los médicos hace unos meses, se sentía lo mismo que siempre, casi igual que cuando llegó a La Señuela hace más de 70 años porque una tía suya que trabajaba en la casona que habitaban los ingenieros los días laborables la reclamó para que le echara una mano. Ana Maestre Sánchez iba a cumplir 85 años el mes que viene, y al morir de repente este pasado viernes ha convertido en verdaderamente fantasmal este poblado abandonado a la orilla del Guadalquivir, a la altura de Lebrija, en la que ella era, desde hace tanto, la última habitante. Tenía solo 12 años cuando los señoritos le hicieron una prueba antes de que se quedara a trabajar. Contaba con el apoyo de su tía, claro, y de otras dos criadas que se ocupaban del servicio doméstico en aquella casona de tres plantas y aire regionalista en las que vivían los ingenieros de lunes a jueves. "Los viernes se iban a Sevilla y volvían el lunes", recordaba Ana hace algo más de un año, cuando lavozdelsur.es la descubrió por casualidad mientras hacía un reportaje sobre la también abandonada Carretera del Práctico.[articles:314270]Al indagar en la soledad de aquel poblado congelado en el tiempo, del que se mantenían en pie una iglesia de buen porte y ahora colonizada por decenas de cigüeñas, el chalé principal y unas cuantas construcciones anexas, la sorpresa fue intuir el rostro de Ana Maestre Sánchez tras el cristal de una ventana. Ana abrió amablemente e invitó a pasar a los periodistas, a quienes les enseñó su hogar, que era la casa del guarda desde hacía tres cuartos de siglo y que, administrativamente hablando, ni siquiera le pertenecía porque aquellas construcciones pobladas por las palomas y las 20 hectáreas de tierra que la rodeaban pertenecían ya al Ayuntamiento de Lebrija desde que se las cedió el Instituto Andaluz de Reforma Agraria, heredero a su vez del Instituto de Colonización del Estado, que fue en rigor la institución que envió en los años 50 del siglo XX a un equipo de profesionales y obreros a drenar y nivelar toda aquella tierra que constituyó, con el tiempo, el Sector B-XII que tan productivo iba a ser para las marismas de Lebrija, antes de entonces tan salvajes.En aquellos años, la llegada de aquellos trabajadores supuso el aterrizaje de 30 familias, la necesaria construcción de un colegio y hasta de una iglesia bajo el patronazgo de la Virgen del Rosario. Pero luego, en el último tercio del pasado siglo, se fueron marchando todos. Todos excepto Ana. “Yo había nacido en Los Palacios y me vine aquí con 12 años”, contaba ella. “Apenas fui al colegio allí, y cuando llegué aquí yo ya era una mujercita que sabía hacerlo todo en la casa”. La Señuela, en el término de Lebrija. MAURI BUHIGAS“De aquí no me echa nadie”, insistía ella entonces, en mayo del año pasado. Y en rigor nadie, ni siquiera el Ayuntamiento, estaba pensando en echarla, aunque su hijo, Francisco López Maestre, la recogía ya cada noche para llevársela a su casa de Lebrija. Era tarde, en todo caso, para acostumbrar a aquella mujer netamente marismeña a otro tipo de vida, después de haber vivido allí casi todos los años incluso desde que se casó y hasta que enviudó, en 2014.“Cada mañana, al amanecer, me pide que la traiga y yo la traigo”, contaba el año pasado su hijo, consciente de que era el único deseo de una mujer que allí en La Señuela había vivido lo mejor y lo peor que esta vida le tenía reservado. Allí se había acostumbrado Ana a hacer su vida de pobre incluso en soledad, haciendo paños de ganchillo con los que adornó toda la casa, poblada de santos de escayola, y viendo determinados programas en aquel televisor de pequeñas dimensiones que a veces perdía la sintonía. Durante mucho tiempo mantuvo unas cuantas gallinas que también le hacían compañía…Ana, a las puertas de suy vivienda. MAURI BUHIGASEl pasado jueves, su único hijo la volvió a recoger antes de que anocheciera para llevársela a su casa de Lebrija, donde solo dormía. El viernes se marchó de este mundo sin hacer ruido. Y el sábado se enterró después de un funeral en la Parroquia de Nuestra Señora de la Oliva al que acudió incluso el alcalde lebrijano, Pepe Barroso (PSOE), que ya el año pasado recordaba el Ayuntamiento “tuvo la iniciativa de recuperar el chalé de los ingenieros y algunas otras construcciones hace más de veinte años, pero luego se fue quedando ahí la cosa porque hacía falta mucha inversión y tampoco la iniciativa privada se había hecho notar”.La casona, la casa del guarda donde vivía Ana y el resto de construcciones siguen hoy al lado de una nave agrícola propiedad de la Comunidad de Regantes de las Marismas de Lebrija, y por sus alrededores se ven tubos, arados y otros enseres agrícolas en medio de un silencio que solo rompen con su crotorar las cigüeñas, sabedores que tampoco nadie las va a echar. De momento. Desde su vivienda, que no era suya pero como si lo fuera, Ana atisbaba la brisa del río, cuya marea sube y baja sin que se le note. Hasta el pasado jueves estuvo mirando el río desde esta casa que ahora se va a convertir en verdaderamente fantasmal. Ahora Ana mira ya el mismo río desde las marismas del cielo. Y descansa en paz.