Ángulo de 50: Cosas de señora

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Ayer tuve un día complicado conmigo misma. Me habría gustado hablar con Halle Berry de los vaivenes emocionales, cuando las hormonas toman posesión de tu cuerpo y, lo que es peor, de tu cabeza. Desde que cumplí los 50, hace ya tres años, me juré defender a capa y espada la palabra señora, tan denostada. Y la defendí durante estos tres años con todo lo bueno que implica (saber estar, dignidad, serenidad, confianza en una misma) una forma de estar en el mundo. Un tratado de filosofía en sí misma es para mí la palabra señora. Trataba de ignorar todas las connotaciones peyorativas que se le dan como algo rancio, pedante, de vieja de visillo, de ideas trasnochadas que traen malos recuerdos de tiempos oscuros. Me parecía un atentado (por no decir una ordinariez, que es muy de señora) títulos como el del libro Señora lo será su puta madre. Siempre supe que sería mayor cuando me empezase a encontrar bien con un traje de chaqueta, porque cuando era treintañera, me parecía lo peor tener que llevar eso. Ahora me parecen un inventazo. Le regalé a mi mejor amiga, por su 50 cumpleaños, una bolsa que pone "aquí llevo cosas de señora" igualita a una que tengo yo, porque para eso somos amigas, para apoyarnos. En fin, que yo pensé que tenía superadísimos todos los prejuicios de ir cumpliendo años y me encontraba tan a gusto en mi piel (aunque tenga que usar más crema hidratante que antes) Pero los acontecimientos del día de ayer hicieron mella en mis convicciones. Por la mañana acudí a una consulta médica. De esas en las que la sanitaria podría ser tu hija. Y me dijo que mi nuevo corte de pelo, me daba un aire juvenil. La primera en la frente. Pero como acababa de empezar el día, pensé con la serenidad que me otorga mi nuevo status de señora, que solo había sido una mala elección de la palabra. El día estaba empezando y quedaban muchas horas por delante para que aquello dejara de doler. Solo había sido un rasguño en mi orgullo. Luego, tuve que ir a activar mi DNI electrónico. Iba acompañada de mi perro, con el que estoy haciendo terapia de socialización porque lleva muy mal haber pasado de la vida rural a la urbanita. Chapito es más de campo que una amapola y está bastante confundido. Así que pensé que como la oficina de la calle Fernández Villaverde tiene un patio en el que antes se podía dejar al perro un ratito sin que tuviese que entrar en las oficinas. Iba para realizar una gestión que no me llevaría mucho tiempo. Allí podría esperar al lado de un árbol, porque a él lo que le gusta es pasar desapercibido y no se le ocurre acercarse a ningún desconocido ni aunque le ofrezcan un hueso de pollo. La nueva Ley Animal permite que tiroteen a un perro de caza, considerado poco apto para ella, pero no que esperen fuera de un local cinco minutos. En los Organismos Públicos no pueden entrar. Pero las prisas me llevaron a arriesgar. Así que cuando estaba diciéndole a mi perro que volvía enseguida, que es eso que solo los humanos que vivimos con un perro sabemos que entiende, oí unos gritos: SEÑORA, SEÑORA, SEÑORAAAAA. Hasta el tercer aumento de volumen no comprendí que iban dirigidos hacia mí. A pesar de que no llevaba traje de chaqueta y me acababan de decir que mi nuevo corte de pelo era juvenil, la señora era yo. SEÑORASEÑORASEÑORA, decía una agente que había salido nada menos que del edificio al patio, como si hubiese reconocido a una delincuente en busca y captura por la Interpol."NO PUEDE ENTRAR CON EL PERRO. EL PERRO NO PUEDE ENTRAR AQUÍ. EN ESTE RECINTO NO PUEDE HABER PERRO". Me había dicho tres veces lo mismo, solo que variando el orden de las palabras y yo estaba pensando en decirle que ya la había entendido la primera vez y que a pesar de mi problema de audición (otra vez me acordé de Halle Berry) suelo entender a la primera lo que me dicen. Le contesté de la manera más dulce posible para no parecerme a ella, que en otra ocasión el perro si había podido estar cinco minutos al lado del árbol, que no son propiamente las oficinas porque no es un árbol de Navidad (esto último solo lo pensé) y me dijo: PERO, ¿QUIÉN SE LO PERMITIÓ? ¿CUÁNDO FUE ESO? Y ¿QUÉ TRÁMITE VA A REALIZAR USTED? Contesté al tercer grado aun con mi perro cogido de la correa, asustadísimo por aquella casi detención. No podía responder a las dos primeras porque aunque hubiese querido, no me acordaba. Así que solo le dije que el trámite era para activar en la máquina el DNI electrónico. PUES ESO ES MUY INTUITIVO Y PUEDE HACERLO, PERO EL PERRO NO PUEDE ESTAR AQUÍ (cuarta vez, mismo tono) Así que después de echarme semejante rapapolvo por haber querido introducir en un patio durante cinco minutos un elemento tan contrario a la ley como Chapito, nos fuimos a casa, para gran alegría del perro que estaba encantado de perder de vista a aquella señora que lo miraba todo el rato y hablaba tan alto. Yo me fui pensando que para una vez que quiero infringir la ley, me pillan a la primera. No sirvo para delinquir. También pensé que era una lástima que aquella agente tan espabilada no fuese a elegir nunca como destino en su carrera una Unidad Canina, en la que los perros sean sus compañeros, la ayuden a salvar vidas humanas y protejan la suya. Dejé al perro en casa y volví a la misma oficina, donde después de pelearme con una máquina, eché mucho de menos no encontrarme con el recibimiento animoso de Chapito. Aunque esté considerado menos estresante tener que comunicarte con una máquina que te pide verificar tres veces tu contraseña sin darte tiempo suficiente para comprobarla, que encontrarte un perro en el patio debajo de un árbol. De allí fui a hacer otro recado y volví a casa para utilizar mi reciente estrenado DNI digital en el ordenador, pero la página no me dejó, así que tuve que ir otra vez de manera presencial y, por supuesto sin perro, a la delegación de la Xunta a la una de la tarde con un calor que no parecía del norte, y sin protestar ni un poquito porque para eso se hace el DNI electrónico, para no perder tiempo y que toda, absolutamente toda gestión pueda realizarse con la mayor agilidad. Estaba tan cansada ya después de que casi me hubiesen detenido por alterar el orden público y haber recorrido ida y vuelta media ciudad, que pensé en dejarlo para el día siguiente, pero no tuve esa opción porque la página de Notificagal iba a cerrarse por labores de mantenimiento. Yo no sabía que las páginas web también se cierran por eso. Pero era un día para aprender. Volví a recorrer la otra media ciudad hasta la sede de la Xunta y allí no había nadie a la vista, pero sí un cartel que ponía que, para información, que era lo que yo estaba buscando, fuese directamente al puesto uno. Seguí las flechas como si estuviese haciendo sola el camino de Santiago por la variante espiritual sin un alma a la vista. Cuando llegué al Obradoiro/entrada del registro, donde está el puesto 1. No había nadie en él. Me quedé allí de pie, como un ficus adornando la oficina, sin que a nadie le pareciese raro ver allí una señora que no era de la plantilla. Cuando ya llevaba un rato, decidí sentarme allí mismo en el puesto 1. El único puesto vacío de aquella sala. No suelo ser impaciente, pero era ya la una y media, cerraban a las dos y no había ni rastro del funcionario 1. Así que me puse a mirar a la funcionaria más próxima, que a la tercera o cuarta mirada, se levantó del asiento a pesar de estar ocupada y muy amablemente se dirigió a mí. A aquel gesto que prometía tanto, resultó ser, tras la primera en la frente de la sanitaria y el grito de SEÑORASEÑORA de la agente, la tercera estocada que un miembro de mi sexo me iba a clavar minando mi ya mermada seguridad: - ¿Es usted mayor de 65 años? - Perdone, ¿cómo dice? - Si es usted mayor de 65 años. Es que este puesto es para atender con preferencia a los mayores de 65 años. Para ayudarles con los trámites y que no tengan que pasar por las máquinas de la entrada a coger número. ¿Usted ha cogido número? Les juro que no sé cómo llegué a escuchar la segunda pregunta. - No, no tengo número, pero me acaba de dejar preocupada para lo que me queda de vida. Voy a cogerlo inmediatamente. - Ella no intentó arreglar el malentendido o lo que fuese, cosa que le agradecí, porque en esos casos, cualquier intento de arreglo suele ser peor. Salí disparada hacia la máquina de la entrada, deshaciendo de vuelta la variante espiritual del camino de Santiago en 0,0 segundos, sin notar el cansancio, con la energía que te da la desesperación. Me encontré con dos máquinas, una más nueva que la otra. Elegí la viejecita porque era como yo. Otro señor escogió la nueva, porque él era hombre y no le acababan de echar doce años más encima. Podía pensar con más lucidez. Su máquina sí funcionó. La mía, no. Se fijó en mí, seguramente por el corte de pelo juvenil, y vino a ayudarme. Pero no lo consiguió porque no era yo la que fallaba, a pesar de haber entrado prematuramente en la edad de jubilación. Era la máquina. El señor fue tan extraordinariamente amable que, cuando los dos nos sentamos a esperar me cedió su turno, porque me había visto llegar a la "sala de máquinas" antes que yo. Le di las gracias y le dije que no era necesario, porque ya estábamos cerca de la hora del cierre y los turnos iban a agilizarse. Y así fue. Pasó él, contentísimo. Luego yo, no tan contenta. Me atendió en esta ocasión una señora, muy amable también, próxima como yo a jubilarse y arreglamos todo inextremis. Me actualizó a chave 365 y ya no nos encontramos ni ella ni yo con fuerzas para probar si podía entrar con el DNI electrónico porque ya habíamos cumplido con creces nuestro cometido por ese día. Salí de allí pensando si esta confusión en la edad, se habría debido a la deformación profesional de aquella funcionaria tan amable y resolutiva que, por estar yo sentada donde correspondía a las personas de sesenta y cinco años y no a mí, se le ocurrió preguntarme aquello como una forma educada de decirme que no podía sentarme allí y que necesitaba coger número para no aprovecharme de ninguna ventaja, o por el contrario se debería al tiempo que llevo sin hacer mi rutina de limpieza e hidratación de cutis, porque me acuesto demasiado cansada para no ponerme directamente el pijama y meterme en la cama. Seguramente Halle Berry no se la salta nunca porque es una persona mucho más disciplinada que yo. Salí de allí deseando llegar a casa y ver a Chapito, vetado como está para entrar en cualquier Organismo Público. Él, como perro es una criatura sabia y no se preocupa en absoluto del aspecto que tienen las personas, solamente se fija en cómo se comportan. Nosotras, abrumadas por el edadismo, la presión sobre la mujer de tener que estar siempre estupenda, y un largo etcétera de prejuicios, aterrizamos en la cincuentena, como si no nos llegase con los vaivenes hormonales, dudando de nosotras mismas. Todo por no valorarnos exactamente como somos y sentirnos, por fin, dueñas de nuestras vidas.